Cuando en 1980 mi recordado amigo alemán Paul Z. conoció la Argentina, visitó una estancia. Después comentó en su duro castellano que lo que más le había llamado la atención eran esas casitas de barro que Guillermo, el encargado, les "construye" a los pájaros. Entonces le tuvieron que explicar que los constructores eran los mismos pájaros, cosa que al principio creyó que era un chiste que le hacían.
Los argentinos estamos acostumbrados a ver esos nidos perfectos tan propios de nuestra pampa, pero había que comprenderlo al desconcertado alemán en tierras extrañas. Y es que el nido del hornero es uno de los raros fenómenos de la naturaleza, además de ser un verdadero símbolo del campo argentino. Hasta lo hace de manera semejante a la del gaucho y su casa de adobe, con los mismos materiales elementales, barro y paja. Pero al revés del gaucho que se "aquerenciaba", los horneros abandonan el nido cada año y levantan uno nuevo, a veces encima del anterior y así se ven algunos apilados. Los nidos abandonados en ocasiones son ocupados por otras especies.
Es una construcción circular, parecida al horno de barro que siempre usaron los criollos, y de ahí el nombre del pájaro. Pero es más interesante. Tiene una zona interna donde se encuentra el nido propiamente dicho y un pasillo a modo de ingreso y de protección. Leopoldo Lugones, el gran poeta cordobés, lo describe en su poema "El hornero": "La casita del hornero/ tiene alcoba y tiene sala/ en la alcoba la hembra instala/justamente el nido entero". Sencillez y firmeza, una arquitectura magistral para sus simpáticos habitantes. Otro gran poeta argentino, Rafael Obligado, lo pinta así: "El cimiento comienzan de la fábrica/ en círculo a construir:/ una puerta, un pasillo y una alcoba.../ ¡Cuán poco basta para ser feliz!"
Lo hacen en los árboles, pero también en los aleros y sobre los postes de los alambrados y de la electricidad, o antes, del telégrafo. Dice graciosamente Lugones: "Elige como un artista/ el gajo de un sauce añoso/, o en el poste rumoroso/ se vuelve telegrafista". Y Obligado: "Luego suelen un poste, una cumbrera/ un árbol elegir/ para alzar el palacio, cuyos planos/ saben ya de memoria porque sí/".
Se los ve siempre en pareja, con su plumaje marrón rojizo, muy caminadores, en busca de bichitos del suelo y levantando pizcas de barro cuando construyen. Lugones: "Lleva siempre un poco viejo/ su traje aseado y sencillo,/ que con tanto hacer ladrillo/ se le habrá puesto bermejo."
En 1928 el diario La Razón lanzó una encuesta en las escuelas para determinar cuál sería el ave nacional. Ganó ampliamente el hornero con más de diez mil votos, seguramente por su notable nido. Segundo salió el cóndor, tercero el tero, cuarto el ñandú y quinto el chajá. Una elección ejemplar, y desde entonces el hornero es el ave nacional.
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