El último día del 2019, Alberto Fernandez dio una nota en radio Continental y cometió un yerro que puso los pelos de punta a gran parte de los productores. En la entrevista declaró que la producción de leche no tenía insumos dolarizados.
Sería muy injusto de nuestra parte no aclarar, antes de explicar porqué le decimos yerro, que el Presidente comenzó el diálogo comentando que se encontraba trabajando sobre el programa de Precios Cuidados y que su mayor preocupación era la especulación de la cadena de comercialización en los alimentos.
Es conveniente entonces destacar primero los puntos que tenemos en común antes de meternos en el plano de las disidencias. Al productor tambero también le preocupa, al igual que al Presidente, la especulación. Según la Fundación Agropecuaria para el Desarrollo de la Argentina (FADA), solo el 30% del precio que el consumidor paga en el supermercado le llega al productor tambero. Es decir, el productor lechero no es quien se lleva la mayor parte de la torta.
Ahora veamos cómo se compone el esfuerzo de producir. Adentrándonos en los insumos que son fundamentales para producir leche en la Argentina, desde nuestra consultora, Grupo Cencerro, que trabaja gerenciando y gestionando empresas agropecuarias, podemos afirmar que el 78% de los costos de un tambo están dolarizados.
La pregunta clave entonces sería: ¿cómo es posible que en la Argentina los costos de producir leche estén dolarizados si no hace falta importar insumos para ordeñar a una vaca? Paciencia, solo hace falta atar un par de cabos sueltos.
El primer cabo es la alimentación. Es fundamental conocer que una vaca necesita una dieta estricta, regulada por un veterinario, para rendir litros de leche de forma eficiente. Esa dieta está compuesta por silo y grano de maiz, cáscara y harina de soja, silo de centeno, algodón, alfalfa, etc. El alimento constituye aproximadamente el 70% de los gastos de un tambo de nuestro país.
El segundo cabo es la moneda con la cual el productor lechero paga el alimento que mencionamos en el párrafo anterior. La mayoría de los lectores, aún los ajenos al sector agropecuario, saben que el valor de los granos y derivados están atados a la divisa norteamericana y tienen mercado en el exterior.
Este es el principal motivo por el cual se les asigna un derecho de exportación que en la diaria es conocido como "retenciones".
Entonces, atando cabos podemos afirmar que el productor lechero posee la mayoría de sus insumos productivos en dólares, ya que el precio de los granos, históricamente y por razones ajenas a nuestro país, no se fija en Buenos Aires sino en Chicago, Estados Unidos.
Esta es una verdad irrefutable que sería interesante tomen en cuenta aquellos funcionarios que tendrán la responsabilidad de diseñar las próximas políticas públicas del sector lechero de nuestro país.
Ahora que aclaramos en qué moneda están formados la mayoría de los insumos que necesita un tambo para funcionar, podemos nombrar, a la pasada, que el ingreso (o las ventas) del negocio es en pesos, ya que la leche que se produce en la Argentina, en su mayoría, va para el mercado interno.
Para cerrar el círculo, vale la pena volver un momento al tema de la especulación que tanto daño le hace a la cadena y afirmar que los productores agropecuarios no son los grandes especuladores de la película.
Para el caso puntual de los productores de leche, el precio de venta en pesos ya viene definido por el comprador y es condición sine qua non aceptarlo. Es imposible trasladar los incrementos de los costos como si, por ejemplo, lo puede hacer un comerciante que tiene un negocio en una ciudad. Algo muy parecido le pasa a los productores ganaderos y agrícolas. Los commodities tienen una característica fundamental, son precio "aceptante".
Con toda razón algunos lectores se preguntarán ¿Cómo es posible que alguien en la Argentina gaste dólares para producir pesos? La vaca de tambo come dólares y se le ordeña pesos. El que se asombra no le erra, este es uno de los motivos por el cual ha desaparecido el 43% del plantel de tambos de nuestro país en los últimos 20 años. Hoy quedan aproximadamente 9400 tambos en la Argentina.
Los datos anteriores generan varios interrogantes: ¿Cuál es la relación entre la desaparición de productores y la especulación comercial que se pretende combatir? ¿Cómo una política pública puede colaborar a que no cierren más tambos e incluso abran los que cerraron?
¿Deberían tener un tratamiento diferencial -o al menos una garantía de estabilidad- aquellos que invierten en dólares y ganan en pesos? ¿Qué pasaría si diéramos estos incentivos a toda la cadena agroalimentaria?
Para cerrar, ¿no es hora de darle una mano al productor lechero para que pueda hacer correctamente su trabajo que, a fin de cuentas, es producir un alimento básico para el mercado interno? ¿Qué rol cumple la sociedad civil agropecuaria a la hora de debatir este tipo de interrogantes con los gobiernos de turno y así colaborar a que se tomen decisiones con la mayor cantidad de información posible?
Aún hay tiempo para sentarnos, con datos fehacientes, a debatir cuál es la mejor manera de seguir engrandeciendo al sector lechero en particular, y al país en general. Seguramente no hay un solo camino, pero ojalá siempre sea promoviendo el respeto por el trabajo y esfuerzo del que tenemos al lado. Solo así podremos ir hacia delante sin dejar a nadie atrás.
El autor integra la consultora Grupo Cencerro
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