El 15 de este mes se cumplió un nuevo aniversario de la fundación, en 1573, de la vieja capital provincial, cuyas ruinas arqueológicas aún se pueden admirar
La provincia de Santa Fe tiene una historia muy rica, eso es indudable. El primer asentamiento español de América del Sur fue erigido el 9 de junio de 1527 por Sebastián Gaboto y esto ocurrió en la provincia de Santa Fe: el fuerte Sancti Spiritu.
Años más tarde, en 1573, un domingo 15 de noviembre, se oían en estas tierras unas palabras en ese idioma hasta casi desconocido, que habían hablado los pobladores de Sancti Spiritu: "Yo, Juan de Garay, capitán y justicia mayor en esta conquista y población del Paraná y Rio de la Plata?fundo y asiento y nombro esta ciudad de Santa Fe, en esta provincia de Calchines y Mocoretáes".
Con estas palabras dichas en la barranca occidental del río de los Quiloazas, que hoy llamamos San Javier, comenzaba la historia de Santa Fe la Vieja o Cayastá, origen de la actual capital de la provincia, Santa Fe de la Vera Cruz (traslado de por medio ocurrido entre 1651 y 1660).
Los pobladores habían salido de Asunción el 14 de abril de 1573. La expedición fundadora estaba dividida en dos contingentes.
El primero marchaba por tierra siguiendo la margen izquierda del Paraná, para evitar los bosques del Chaco. Viajaban con carretas, ganado vacuno y cincuenta y cinco caballos arreados por un grupo de indígenas, abriendo camino y vadeando arroyos y ríos. No hacían más de dos o tres leguas por día.
Garay y el resto de la expedición iban en un bergantín grande, cinco barcas y unas balsas construidas con canoas unidas por medio de un entarimado, donde llevaban las municiones y bastimentos necesarios para la fundación.
Literalmente, el concepto de la fundación era: "Abrir puertas a la tierra", lo que significaba tener un punto poblado y a la vez puerto escala entre los caminos terrestres y fluviales que comunicaban el Paraguay y el Río de la Plata con Tucumán, Cuyo, Chile y el alto Perú.
La ciudad se edificó según la traza típica de las ciudades españolas en América: con las calles cortándose en ángulo recto como en un tablero de ajedrez, con seis manzanas de Este a Oeste y once de Norte a Sur.
Las paredes de adobes y tejas tipo andaluzas, junto a maderas duras del lugar, fueron sus elementos constructivos sobresalientes.
Los vecinos principales, como Juan de Garay, levantaron sus casas en solares cercanos a la Plaza. Luego, más hacia la periferia, las manzanas se dedicaron al cultivo de frutales y viñas. Esto ocupaba sesenta y seis manzanas. Fuera de esos límites, fue dejado un espacio de uso común.
Los terrenos más lejanos fueron repartidos como tierras destinadas a chacras. Se solía nominarla allá por el siglo XVII, tierras de pan llevar, por ser las destinadas al cultivo de los cereales -especialmente el trigo- con que se abastecía de harina para hacer todo el pan necesario para la ciudad.
Más allá estaban las "suertes" de estancias destinadas al ganado, llamadas suertes pues se sorteaban las ubicaciones a la "suerte" de cada poblador fundador.
Alrededor de todo había cientos de leguas baldías o habitadas por los rudas poblaciones autóctonas, que nunca soportaron esta fundación y fueron protagonistas de constantes intentos de borrarla del mapa.
Años más tarde, con la multiplicación del ganado cimarrón, fueron estas leguas el escenario de expediciones de captura de ganado, las famosas "vaquerías".
También por esos días se hace la primera yerra. Por eso en las cartas del Cabildo de Santa Fe aparecen registradas y dibujadas las primeras marcas de hacienda que se conocen en la región del Plata. Fue en Santa Fe donde antes de 1576 se realiza la primera yerra de ganado.
Primeros tiempos
Una decisión importante de Garay fue obligar a que los vecinos levantaran sus casas en los solares que les habían asignado.
Esta decisión hizo que prontamente la pequeña "ciudad" adquiriera un tinte netamente hispanoamericano evidenciando presencia de españoles, mestizos venidos de la Asunción o del Paraguay, indios y esclavos africanos.
Esto le dio un carácter muy peculiar a esta sociedad que a través de sus actividades civiles y religiosas y sus instituciones, querían parecerse lo más posible a una ciudad española, hacían lo mismo que en España, pero aquí en medio de América, entre ceibos, timbós, chañares y aromos, con el canto extraño de los pájaros propios y nativos de América.
Es así como se realizaban en la plaza de armas las llamadas muestras de armas, que no era otra cosa que un desfile de los soldados-vecinos con las armas con que contaban para defender la ciudad e impresionar a las posibles tribus atacantes.
También, para celebrar el día de San Jerónimo, el patrono de Santa Fe, se hacían corridas de toros y se paseaba el estandarte real, los 30 de septiembre de cada año. Un alférez real se ocupaba con gran solemnidad.
Otra particularidad eran los pregones, hechos en voz alta en un sitio público para que todos se enteraran, de cosas que convenía que todos supieran. Una especie de boletín oficial oral.
La ciudad se desplaza
Si bien el lugar elegido por Garay es un punto alto en el albardón costero, en las cercanías hay bañados y riachos que en tiempos de crecientes se desbordan y hacían difíciles las comunicaciones. Súmese a esto la hostilidad de los aborígenes calchaquíes, sobre todo con las suertes de estancias.
En medio de tantas penurias y viendo que el adelanto de la población había sido escaso en casi ochenta años de existencia, a mediados del siglo XVII, el Cabildo ordenó la mudanza entera de la ciudad, buscando un lugar más apropiado y no demasiado expuesto a tantas dificultades.
Se elige para la nueva ciudad un lugar ubicado quince leguas más al Sur, en la desembocadura del Salado, donde allí surge la capital actual de la provincia, Santa Fe de la Vera Cruz, otro lugar castigado por el agua.
Siempre el destino de Santa Fe, estuvo atada a los vaivenes de la naturaleza, los ataques de aborígenes que nunca soportaron que esa ciudad intrusa estuviera allí, y los ríos principalmente. En un principio el San Javier y luego en su emplazamiento actual, tanto el Paraná con sus brazos en el este y en el oeste el viejo Salado.
El lento olvido
Desocupada la "ciudad vieja", el tiempo fue pasando, quien ayudado por la naturaleza de esta zona, con sus lluvias y vientos, más los materiales con que estaban construidas las casas de Santa Fe la Vieja, hicieron que poco a poco se convirtiera en una gran "tapera". Fue así como de a poco restos y vestigios quedaron sepultados de en la ciudad Vieja y ésta fue solo un recuerdo. Permaneció así por 376 años.
En 1949, Agustín Zapata Gollán (1895-1986), director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, junto a otros colaboradores, como Víctor F. Nícoli, excavaron en el lugar y comenzaron a aparecer, restos de tejas, cerámicas y todo lo que hoy está expuesto en el Parque Arqueológico.
Una visita al lugar hoy nos permite poder imaginar o vivir casi, como si estuviéramos inmersos en esa época, pues se mantiene el entorno agradable, pero a la vez aún agreste de la costa del San Javier, casi con los mismos ruidos, olores, aromas y sensaciones que habrán sentido estos setenta y cinco "mancebos de la tierra".
Zapata Gollán lo expresa "los que salieron para fundar Santa Fe no tenían ante sus ojos los espejismos de grandeza y tesoros que alucinaban a otros. Santa Fe iba a ser sólo una ciudad del camino: una posta en la ruta a Buenos Aires y en la ruta al Perú. Santa Fe iba a ser una encrucijada".
Bien vale la pena conocer y a la vez, sentir visitando el lugar, como era esta encrucijada, considerada un área de frontera dentro de las posesiones españolas en América, enclavada casi en el corazón de lo que después sería la República Argentina. Un aporte más de la provincia de Santa Fe a la historia del país.
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