Enrique Rapela fue uno de esos tipos que nos enseñaba a dibujar las cosas nuestras. Para mi edad, el plumín, dibujante, pintor, acuarelista, guionista, e impresionista de la escuela de la pintura gaucha argentina. Era de esos escritores que seguíamos en revistas como el Tony y tiras en los diarios (La Razón)
Fue uno de los creadores de la historieta gaucha, claro que autodidacta porque no había escuela, pero vencía como otros pintores costumbristas, haciendo de todos los días el tema gaucho con total conocimiento de sus costumbres e historia. Idoneidad, educación campera, rigurosidad y dedicación lo hicieron un referente para que “conozcamos lo nuestro”.
Sus historias y tiras gráficas, así lo denotan. Como “Cirilo el Audaz”; “Cirilo el Argentino”; “El Huinca” y “Fabián Leyes”. Tuvo, además, evocaciones históricas sobre nuestro canto, ejércitos, batallas, uniformes de combatientes. Es que desde chico, en la estancia La Carolina (Roque Pérez), se contagió del aire, la historia y sus gauchos, siempre legendarios. Se animó, como su “Cirilo El Audaz”, a la técnica de la acuarela en un fuerte tono varonil y sin abandonar los colores de la Patria. “¿Continuará?” decía en La Razón y se emparentaban con nuestro mayor poema: “El Martín Fierro”.
Recientemente, la editorial El Ateneo presentó Conozcamos lo nuestro, un verdadero manual que recopila en textos y dibujos de Rapela todo lo referente a la vida, el trabajo, los usos y las costumbres del arquetipo del ser nacional, el gaucho. En la obra, el artista se convierte en guionista, dibujante y casi cronista. En fin, todo lo narra.
Es por todo lo que decimos, que el gaucho no deja de ser una amalgama de tierra y hombre. La sangre, siempre presente. Derramada, inhiesta, escarlata, morena, omnipresente. Si creen que la tradición o el gaucho son cosas del pasado, ¡les vamos a explicar que no y por qué!: con sus lujos, usos y costumbres. Fortaleza para la guerra, la yerra, el trabajo, la fragua, la tierra, la doma, la patrona, el caballo, la pampa, el estero y la montaña. Allí, en el libro/manual de Rapela, están en un desparramo de imágenes.
Entonces, como hablamos de la olla, el fuego, el viento, el barro o la cacerola. También podemos dedicarnos al decir, por qué no se siente lo mismo, cuando hay letra, geografía y un sentir. Y allí la poesía, el canto y la melodía: Cueca, ranchera, milonga, chamamé, polca, chacarera, tonada, chamarrita, cifra, algo de un paso doble, un cielito, otro infiernito, el gaucho que entona otra cosa y versea despacito.
La Virgen Madre, los hijos, el Tata, el boliche, el “vidrio”, el tabaco, el farol, el charqui, la salmuera, el mate, la galleta o la yerra. Y decimos esto porque el gaucho no descansa, trabaja hasta los domingos en una yerra, con el cordero en la cruz y las criadillas en el rescoldo, debajo de la parrilla. Asado, jineteada, carrera cuadrera o diversión cualquiera. Apenas unos vicios que ignoran los absurdos. Pero, ¿si podemos?, porque no un lomo de carne, otros lomos de naipes, un puchero de marucha, taba cargada, bochas lisas y rayadas y si quedara alguna duda, aguardiente con ruda. Total, siempre habrá un buen decidor, una suerte de pastor que bien podría recordar que en una esquina cualquiera tropezó y cayó mi potro, que el hombre que tome vino, no llame borracho a otro. En las madrugadas, un bife arde en la matera, cerca de los tamariscos, antes de ensillar y ajustar la encimera. Después vendrá el día y la tierra, la porfía. Un rato más de campo; tarde, mate y sereno.
Enrique Rapela nos muestra que el gaucho no es un mito ni una leyenda y nos ayuda a desterrar la idea de su fantasiosa muerte.
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