A fines del siglo XIX, el país progresaba rápidamente. Donde antaño trotaban los malones ahora crecía la red ferroviaria, y los desiertos se iban poblando. En la provincia de Santa Fe se fundaban colonias y aumentaban los trabajos rurales. Ya eran casi recuerdos de fogón las invasiones de langostas que en otras épocas devastaran el territorio. Pero en 1890, tras un invierno suave, reaparecieron. Y una mañana de fines de octubre la capital de la provincia apareció sombríamente cubierta por los insectos. En enero de 1891 volvió a cubrirse y lo mismo ocurrió en Rosario a principios de febrero. Después, todo se agravó dramáticamente. La plaga se multiplicaba geométricamente, oscureciendo los cielos. Los pastos y los cultivos desaparecían en horas y hasta se detenían los trenes, frenados por masas de insectos que tapaban las vías.
El gobernador Juan Cafferata creó entonces una Comisión Central de lucha que fue presidida por el coronel Florentino Loza, hombre público y militar retirado que había combatido en la guerra del Paraguay y en otras campañas. En quince días movió cielo y tierra creando más de 400 comisiones locales, a las que instruía por circulares y por telégrafo, y movilizó a la población rural.
La langosta ocupaba 150.000 leguas cuadradas, devoraba todo brote y se comía hasta la corteza de los árboles. El gobernador escribió: "Aterra el horizonte cubierto por una oscura capa de langostas que impedía ver doscientos metros delante del tren", y pidió ayuda al gobierno nacional. La organización del coronel empezó a dar resultados y las comisiones locales cumplían cabalmente. El campo santafecino entero, con sus criollos y sus gringos, se alistó en esta nueva guerra gaucha.
El historiador Miguel A. De Marco (h.) relata que se formaban grupos de hombres que salían de madrugada. Se pisoteaban los nidos con ganado vacuno, con cueros cargados de tierra o arreando caballadas. A los enjambres se los rodeaba, empujándolos con lienzos y con ruidos y se los quemaba o enterraba en largas zanjas. Las mujeres ayudaban, hasta los alumnos juntaron 53.700 kilos de huevos, y no faltaron tampoco solemnes procesiones. Loza recorría pueblos, dirigía, estimulaba, pedía, y a veces probaba personalmente extraños inventos de la época. Pero la Comisión se reducía prácticamente a su sola persona, el enemigo era duro y faltaban fondos.
Ante la gravedad de la situación el presidente Carlos Pellegrini se trasladó a la provincia, la recorrió con el gobernador Cafferata, y ordenó destinar 20.000 pesos a la Comisión, ponderando a "su infatigable presidente, el señor Loza". Pero esos dineros no llegaban, la Comisión terminó de desmembrarse y el coronel escribió: "Me encuentro solo en el palenque". Entonces, para llamar la atención, hizo volcar 400 kilos de huevos de langosta en su oficina del antiguo Cabildo, sede de la Legislatura. Remedios heroicos. Poco después hizo depositar varias toneladas en la Estación Central. Tal obstinación tuvo repercusión pública, llegaron los fondos, y a fines de 1891 la plaga pareció dominada.
Sin embargo, Loza pronosticó: "En 1892 volverá". Y en agosto los cielos santafecinos volvieron a ensombrecerse. Pero ahora el coronel era más apoyado y la gente del campo ya estaba bien práctica en la lucha. Cafferata y Loza se entrevistaron con Manuel Quintana, ministro del Interior del nuevo presidente Luis Sáenz Peña, y obtuvieron un subsidio de 40.000 pesos. No alcanzaba, y Loza le mandó a Quintana una caja con langostas en incubación "para que comprobara su peligrosidad". Quintana acusó el mensaje y envió otros 10.000 pesos. Por fin, al cabo de muchos esfuerzos, la langosta fue vencida.
Loza presidió la Comisión renovada, hasta 1903. Las mangas volvieron algunas veces, pero ya controladas y sin aquella virulencia bíblica. El coronel había peleado su última guerra y Santa Fe tenía un horizonte despejado.
En la década de 1940 la langosta fue erradicada definitivamente del país.
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