El cultivo de maíz es el que mejor responde a la mejora del ambiente y a la tecnología aportada. Adicionalmente, es el cultivo que más ha evolucionado en rendimientos, permitiendo alcanzar techos productivos impensados hace unos años.
En Okandu pensamos que, al planificar el cultivo, resulta esencial conocer y caracterizar el ambiente de producción. La aptitud del suelo y la oferta hídrica esperada son las principales variables a considerar.
En muchas regiones, la presencia de napa freática es clave para definir esta segunda variable, por su influencia positiva sobre el rendimiento. A eso se suma el manejo de pronósticos extendidos que definan probabilidades de ocurrencias de precipitaciones.
Así, en años con adecuada oferta hídrica, por pronósticos favorables y/o por presencia de napa, la potencialidad del ambiente se verá maximizada, lo cual nos habilita a planteos de alta productividad.
Por el contrario, restricciones hídricas nos imponen un techo productivo menor a la vez que aumentan los riesgos, siendo un manejo defensivo probablemente la respuesta mejor adaptada a ese escenario.
La campaña 2020/21 presenta un escenario desafiante, por la alta probabilidad de un fenómeno "La Niña" caracterizado por una menor oferta hídrica, con alta probabilidad de que el cultivo transite por períodos de sequía y estrés térmico.
Dado que normalmente el déficit de lluvias se da entre noviembre y enero, es el cultivo de maíz temprano el que presenta el mayor riesgo ya que define rendimiento en el momento de mayor riesgo de estrés hídrico y térmico.
La primera gran decisión a tomar es la época de siembra. Para fechas tempranas (de principio de septiembre a mediados de octubre en zona núcleo) habrá que elegir los ambientes de mayor potencial y menores riesgos.
Los ambientes con napa tendrán altas chances de sortear la menor oferta de lluvias y podrán sembrarse temprano. Al tener casi resuelta la oferta hídrica, estas siembras ubicarán el período crítico (en torno a floración) en momentos de máxima radiación, permitiendo acceder a rendimientos altos. En estas situaciones de maximización de rendimientos es fundamental el ajuste de la nutrición, su interacción con la densidad de siembra y la elección de la genética.
Es posible potenciar el rinde aumentando en simultaneo densidad y oferta de nutrientes (principalmente nitrógeno). Los planteos tradicionales de maíz temprano tienen densidades de 70 a 80.000 pl/ha y una oferta de nitrógeno (suelo + fertilizante) de 175 a 200 kg N/ha; con rindes alcanzados de 11.500 a 12.500 kg/ha.
Sin embargo, de acuerdo a los resultados de Okandu en zona núcleo, ajustando densidades mayores (90-95.000 pl/ha) y acompañando con aumento de los nutrientes ofrecidos se puede acceder a rindes superiores a 14.000 kg/ha.
Por el contrario, ambientes sin influencia de napa, dependerán exclusivamente del agua almacenada y de las lluvias durante el ciclo del cultivo. En un año Niña, con menores precipitaciones entre noviembre y enero, la siembra de maíces en fechas tardías (diciembre en zona núcleo) es una opción interesante para lograr rindes medios aceptables y disminuir el riesgo productivo.
En fechas de siembra de diciembre, el cultivo de maíz tendrá su período crítico en febrero; logrando sortear los meses de menores precipitaciones en años niña y también reduciendo riesgo de estrés térmico que se da en mayor medida en enero en años Niña.
Si bien en febrero la radiación es menor, lo cual limita la potencialidad de rinde, el cultivo tendrá mejores chances de lograr rindes medios aceptables, incluso por encima de los 9000 o 10.000 kg/ha.
En síntesis, en un año Niña repartir entre fechas tempranas (en lo mejores lotes y con presencia de napa) y fechas tardías (ambientes con mayor riesgo hídrico) permitirá bajar los riesgos productivos y apuntar a rendimientos medios aceptables, lo cual resulta clave para la viabilidad de la empresa.
Los autores integran Okandu
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