En el sudeste de Buenos Aires, los cultivos de trigo y cebada sembrados temprano ya se encuentran en el estadio de dos a tres hojas, momento óptimo para aplicar la primera dosis de nitrógeno (N). Es preciso entonces hacer un repaso de las herramientas para la fertilización.
Debemos partir de un adecuado diagnóstico de la disponibilidad del nutriente, que lo hacemos mediante análisis de muestras de suelo tomadas entre la siembra e inicio de macollaje. En ellas determinamos la cantidad de N como nitrato (en el estrato 0-60 cm) y el N potencialmente mineralizable (en 0-20 cm). Este último índice, propuesto en investigaciones recientes, nos permite estimar la cantidad del nutriente que aportará el suelo durante el ciclo del cultivo.
Logramos así mejoras notables en la definición de la dosis respecto al uso de modelos tradicionales, que solo consideran el nitrato inicial. A modo de ejemplo, su incorporación evitaría subestimar la dosis de N en situaciones de bajo potencial de mineralización (por ejemplo, lotes con prolongada historia agrícola y bajo contenido de materia orgánica) o sobrestimarla en ambientes de alto potencial (lotes que han tenido pasturas recientemente).
A la hora de fertilizar, debemos considerar que en nuestra zona son frecuentes los excesos hídricos invernales, que favorecen las pérdidas de N por lavado. Por ello, fraccionamos la dosis procurando sincronizar la oferta del nutriente con la demanda del cultivo.
La primera aplicación la realizamos con aproximadamente la mitad de la dosis (40 a 60% según disponibilidad inicial en el suelo) cuando el cultivo tiene entre dos y tres hojas, para asegurar un correcto macollaje. La segunda cuando se detecta el primer nudo, a fin de garantizar una adecuada provisión durante encañazón. En ocasiones, realizamos una tercera aplicación de N entre hoja bandera y antesis, con el objetivo de asegurar un adecuado contenido de proteína en grano.
En estos casos generalmente empleamos fertilizantes foliares debido a que presentan mayor eficiencia, aunque hemos tenido buenos resultados con fuentes sólidas en hoja bandera si la disponibilidad de agua era adecuada.
Para estas aplicaciones complementarias volvemos a poner énfasis en el diagnóstico: evaluamos el estatus nitrogenado del lote mediante distintos sensores (SPAD, Green Seeker, imágenes satelitales). Estos permiten cuantificar el grado de deficiencia del cultivo en relación a franjas de suficiencia, sin limitaciones de N, que establecemos previamente en el lote.
Finalmente, en trabajos recientes se han reportado respuestas a azufre (S) en la zona, por lo que también tenemos que considerar a este nutriente en las estrategias de fertilización. Así como para N partimos de un correcto diagnóstico con el análisis de suelo, donde cuantificamos el azufre como sulfato en 0-60 cm y, nuevamente, el N potencialmente mineralizable.
Se ha demostrado que este último indicador no solo estima la oferta de N, sino también la de S debido a que la dinámica en el suelo de ambos nutrientes es similar. Cuando fertilizamos, lo hacemos con fuentes sólidas o líquidas, con dosis que varían entre 7 y 10 kg de S por hectárea.
El autor es asesor en la firma Agroestudio Viento Sur
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