Osada intención la de hoy: substantivar, en la denominación de este querido espacio sabatino que nos brinda LA NACION, el vocablo "gaucho". Buscaremos entonces, trazar un breve pantallazo sobre este personaje, que durante cien años marcó su presencia en la historia argentina.
Si algo no le podía faltar al gaucho eran el caballo y la vihuela. De ésta poco y nada se sabe sobre su llegada a estas tierras; tampoco si eran de cuatro o de seis cuerdas. Lo cierto es que fue a su compás, que nuestro Gaucho Mayor se puso a cantar.
Pero el aliado indispensable que tuvo aquél para vagabundear en la vastedad de nuestras pampas, fue el caballo; y a veces su único patrimonio. Hasta el descubrimiento, el animal no existía en América, por lo que Carlos V ordenó a Pedro de Mendoza (1535) embarcar 100 caballos. Dando crédito a Ulrico Schmidel, sólo lo hicieron setenta y dos, entre yeguas y potrillos. En nuestras tierras, se multiplicaron en progresión geométrica. Cuarenta años más tarde, Juan de Garay se asombró al comprobarlo y más aún al contemplar a los indios montarlos "en pelo".
El caballo resultó una solución para atenuar la soledad donde "Todo es cielo y horizonte" (de "La vuelta de Martín Fierro"). Montado en él, a fines del siglo XVIII surgió, como decía Rafael Obligado, este "hijo audaz de la llanura": el gaucho. La palabra quizá deriva de la uruguaya "gauderio", entre muchas teorías.
Procreado por mestizos de ibérico e india, nuestro personaje era hábil con el lazo y las boleadoras y por supuesto como jinete. Trabajaba como peón a sueldo en las estancias, aunque su permanencia en ellas no era prolongada. Algunos grupos sociales lo relegaban, pues tenía fama de ladrón y según Sarmiento "carece de hábitos de trabajo", aunque le reconoce virtudes, como la del rastreador Calíbar, en "Facundo". Martín Fierro reacciona frente a aquellos desprecios, no sin argumentos.
Aclaremos, el ocio no fue inventado por el gaucho: ni los 4 Adelantados ni los 14 Virreyes del Río de la Plata fomentaron la labor productiva, sobre todo la agricultura, mucho más laboriosa que la ganadería. Es que la ociosidad no era vicio desconocido por los de la madre patria. Y no ignoremos el sentido patriótico del gaucho: las Invasiones Inglesas y las Guerras de la Independencia lo tuvieron en primera fila. Tampoco olvidemos a los Gauchos de Güemes en el Norte, que Leopoldo Lugones refiere en su obra "La guerra gaucha".
Dos palabras sobre su vestuario. Destacamos el poncho, que ingresaba por la cabeza y cumplía triple función: preservaba al gaucho y a su guitarra de la lluvia, de noche era una frazada y también lo usaba como chiripá. Vestía chaqueta y calzones abiertos en las rodillas con cuantiosa botonadura, cinturones anchos de cuero blanco llamados "rastra" a veces adornados con monedas, amplio sombrero de color y pañuelo cubriendo el rostro. Sus botas de cuero no sólo lo defendían contra la maleza: víboras no faltaban.
No debemos omitir la referencia al "matrero", gaucho violento y enemigo de la ley, como Juan Moreira.
Nuestro gaucho cultivaba su vida social en la pulpería, donde conversaba y bebía (ginebra sobre todo), cantaba acompañado por su guitarra, jugaba a los naipes y a la taba, participaba de las riñas de gallo y no descartaba algún romance ("¿quién fue el gaucho que no la quería??"). Tampoco faltaban el reto y la querella; entonces el facón salía de la vaina.
Eliminado el indio, la vigencia del gaucho no perduró mucho tiempo. Los alambrados de campos y la yerra -entre otros motivos- lo desalentaron. Iniciado el siglo XX, eran pocos. El abuelo Israel nos contaba que durante esos años algunos gauchos aún trabajaban en "La Blanqueada"; lo hacían con los primeros Shorthorn llegados al país. El "siglo de los gauchos", se extinguía.