Luego de varias campañas de retroceso en el área sembrada, a partir del ciclo 2015/16 el cultivo de maíz entró en un sendero de crecimiento en la Argentina, que convierte a la cadena de valor en una de las de mayor aporte al sistema productivo y la economía nacional.
La eliminación de los derechos y las restricciones que existían para las exportaciones del cereal fueron determinantes en este cambio de tendencia. Con un nuevo marco de política agropecuaria, los precios domésticos subieron y se acercaron a los internacionales, lo que permitió una mejora en la relación insumo-producto y, por tanto, en las señales que percibe el productor.
Los nuevos incentivos resultaron en un aumento de la superficie sembrada con maíz con destino grano comercial, que alcanzó el récord histórico de 5,4 millones de hectáreas durante la campaña 2017/18. Además del área, también mejoró el paquete tecnológico aplicado al cultivo. En la campaña 2016/17 se incrementó de 39 a 52 el porcentaje de productores que adoptaron planteos de alta tecnología. Como consecuencia, la producción alcanzó durante ese ciclo la cifra récord de 39 millones de toneladas. Lamentablemente, el clima no permitió un nuevo hito productivo durante la campaña que estamos finalizando: una de las peores sequías de los últimos años generó pérdidas de producción del 24,4%, lo que puso sobre la mesa la necesidad de una política integral para la gestión del riesgo agropecuario.
El aumento de la producción favoreció el incremento de los distintos destinos del maíz, entre ellos, las exportaciones. Con ventas externas por 26 millones de toneladas a 120 países en la campaña pasada, la Argentina se consolida como el tercer exportador mundial del cereal. Si se tienen en cuenta todos los productos derivados, incluyendo carnes y lácteos –que tienen al cereal como insumo principal–, durante 2017 la cadena del maíz exportó por más de US$ 6.600 millones, y explicó el 20% de la generación neta de divisas del sector agroindustrial.
La expansión del maíz se dio en todas las regiones, lo que lo convirtió en el cultivo más federal de la Argentina. Se abren, de esta manera, oportunidades para la transformación de la biomasa en origen, como es el caso de la producción de etanol en la provincia de Córdoba, donde se instalaron cuatro de las principales plantas del país. Promovido por el mandato de corte obligatorio de las naftas, el uso de maíz para la generación de combustibles ha crecido significativamente. En la campaña 2016/17, se destinaron 1,5 millones de toneladas de grano para satisfacer esta nueva demanda.
En términos de su contribución al PBI, la cadena del maíz ha liderado el crecimiento de la economía argentina. En la primera campaña posterior al cambio de políticas, debido al incremento de las actividades relacionadas aguas arriba y abajo del cultivo, el Producto Bruto Maicero creció un 21,5%, alcanzando US$ 9.600 millones. Esta cifra es mayor si se consideran los eslabones vinculados a la industria de segunda transformación. La importancia de la cadena se hace notar no solo en años buenos, sino especialmente en años como el que estamos atravesando. Durante 2018, la economía argentina perderá alrededor de US$ 1.700 millones de valor agregado por los impactos directos de la sequía sobre la cadena maicera.
Pero la importancia de la cadena del maíz no se limita a su aporte económico. La inclusión del cereal permite diversificar la producción y dar sustentabilidad a las explotaciones agropecuarias. Desde el punto de vista técnico, la siembra de maíz mejora la relación cereales/oleaginosas, lo que aporta mayores volúmenes de rastrojo a los lotes y, en el mediano plazo, regenera los niveles de materia orgánica de los suelos. Otro punto que viene cobrando importancia durante las últimas campañas es el vinculado al cereal como herramienta para los sistemas de manejo de malezas resistentes.
De cara a una nueva campaña maicera, que se iniciaría con las primeras siembras tempranas en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, las expectativas son positivas. A pesar de los magros resultados durante el actual ciclo, hay zonas, como el NEA y el NOA, donde los rindes no sufrieron un impacto tan alto como sucedió en el centro del país. Esto, sumado a la necesidad de mantener una rotación equilibrada debido a la fragilidad de la estructura de sus suelos, se trasforma en un incentivo para incluir maíz en las rotaciones del nuevo ciclo. En paralelo, las perspectivas climáticas para la ventana de siembra temprana son interesantes en el centro y sur del área agrícola nacional.
Hacia el mediano y largo plazo, las perspectivas también son prometedoras. La demanda de alimentos en los principales mercados del mundo continuará en aumento de la mano del crecimiento poblacional y la mejora en los ingresos. Asimismo, surgen nuevas demandas vinculadas a la producción de un amplio abanico de productos biobasados, con centro en el grano de maíz.
Gracias a sus recursos naturales y humanos, y a un modelo productivo competitivo y más amigable con el medio ambiente, la Argentina tiene los atributos necesarios para aprovechar estas ventanas de oportunidad y potenciar el aporte de la cadena del maíz. Hacerlo dependerá de la superación de los cuellos de botella que hoy existen en términos de logística, incorporación de tecnología, comercio exterior y gestión del riesgo, entre otros.
•Los autores son analista agrícola y economista jefe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, respectivamente.
Agustín Tejeda y Martín López