Hace poco, fue la medida contra la exportación de carne vacuna. Y ahora se oyen voces desde los niveles más altos del gobierno contrarias a la producción agrícola. Se habla de la posibilidad de incrementar los derechos de exportación a los granos y los subproductos.
La visión sesgada de la actividad agrícola y ganadera, que lleva años, es particularmente conveniente para socorrer la caja fiscal. El complejo sojero es un claro ejemplo. Casi nada tiene que ver con la “mesa de los argentinos” y mucho, con la necesidad fiscal.
Se diseñan políticas, por ello, que afectan el correspondiente eslabón a fin de mejorar la situación de los más necesitados y, de paso, con visibles propósitos electoralistas. Como si “desvestir un santo para vestir otro” fuese la solución. No sólo no lo es, sino que se agrava el cuadro pues la ropa desinada al santo a vestir es más chica. Tales políticas tienen un claro componente marxista. Para el marxismo, la cuestión de la renta gira sobre la apropiación, por parte del dueño, de la porción el ingreso que excede la “ganancia normal”. Y sostiene que la renta resulta de la intervención de una “fuerza natural” que no proviene, exactamente, del trabajo.
En este cuadro, ciertamente preocupante, el eslabón agrícola y ganadero cuenta con un gran capital social para defender sus intereses, alineados, en definitiva con el de la sociedad argentina.
Las relaciones que un grupo humano generan y acumulan conforman el capital social. La confianza es su componente central que facilita todas las relaciones e intercambios y, por ende, es un depresor de los costos de transacción. Pero, ésta requiere, además, reciprocidad entre partes. La reciprocidad es la base de la confianza y ésta, a su vez, genera fiabilidad que permite interacciones ágiles. Y sólo puede sostenerse por la confianza en que las colaboraciones serán retribuidas.
Cuentan que, hace unos años, le preguntaron a la antropóloga estadounidense Margaret Mead cuál fue el primer signo de civilización en la historia de la humanidad. Ella respondió: “Un fémur fracturado y sanado”. ¿Por qué? En la vida salvaje, un fémur nunca sana cuando un animal se quiebra una pata; y su destino inmediato será la muerte. Pues no puede procurarse comida o agua ni huir del peligro. En el reino de los humanos, por el contrario, un fémur curado muestra que alguien lo cuidó. La civilización, entonces, se originó con el capital social.
Donde hay dos o más personas, es posible que se genere capital social. Un grupo de gente, con aceitado capital social, puede lograr cosas increíbles. Dice Mead: “No dudemos jamás de la capacidad de tan sólo un grupo de ciudadanos insistentes y comprometidos para cambiar el mundo”
En tiempos como los actuales, resulta imprescindible acrecentar el capital social del eslabón agrícola y ganadero y de los eslabones próximos. Se necesita fortalecer tanto los lazos formales como los informales.
Los formales construyen habilidades cívicas como los que resultan de la participación en un club, en un grupo político o una asociación productiva. Los vínculos informales se establecen entre familiares, amigos, vecinos o compañeros de trabajo.
Competencia e intercambio
El eslabón agrario argentino sigue, hoy, la lógica de redes, fundamentada en su capital social y configurada por un espacio económico de creación de competencias e intercambio de bienes o servicios. Las relaciones existentes en la red facilitan los procesos de coordinación, eleva el grado de especialización y división de las actividades y, por ende, establece un mayor grado de ventajas competitivas.
En la actualidad, las estancias –al menos en la zona agrícola de la pampa húmeda– han quedado, en general, atrás. Lo mismo las chacras que, como estructuras integradas, realizaban múltiples actividades que actualmente se toman de afuera. Concurren a formar una red, múltiples agentes que, en forma coordinada, cumplen el papel de la vieja estancia o de la chacra.
Ello se comprueba al observar la acción de las redes con relaciones formales o informales. La producción, especialmente en el eslabón de agricultura extensiva, está muy descentralizada. En su mayor parte, ésta descansa en redes donde varios agentes independientes, interrelacionados, operan tras un objetivo común. Actúan allí microempresas cuya eficiencia proviene de la tecnología de avanzada, elevada innovación, aceitada organización y coordinación. Se trata de múltiples tipos de contratistas, tenedores de la tierra, científicos, fabricantes de variadas maquinarias, semilleros y asesores, entre tantos.
Desde el punto de vista de la productividad de la red agraria, el funcionamiento es óptimo, siempre que se refiera a lo que sucede adentro suyo. El déficit se halla en la relación de ésta con la sociedad urbana y, sobre todo, con los gobiernos, especialmente, aquellos de tendencia intervencionista. El déficit está, entonces, en el capital social en su aspecto cívico.
En el plano cívico, el capital social está referido a los ciudadanos predispuestos a la confianza y la solidaridad, que manifiestan un interés por los asuntos público; y suelen establecer lazos formales. Ello se encuentra en la participación asociativa, por una parte, y en la participación política, por la otra.
La debilidad del agro reside en los conflictos internos, que deberán superar para mostrar a la sociedad la importancia que tiene para llegar al nivel de desarrollo de los países del primer mundo.
Este es el tiempo de relucir el capital social cívico. En caso contrario, el horizonte del agro quedará acotado. Algo nada bueno para el país.
El autor es economista y docente de agronegocios
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