La iniciativa de bonos de carbono surge como una potencial solución, o un mitigante, al calentamiento global. Como ilustración práctica, sirve recordar que este fenómeno ocurre por la alta emisión de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que generan obstáculos para que los rayos solares que ingresan a la atmósfera puedan salir.
Antes de pensar en eliminar el exceso de gases ya presentes, hay que frenar su alta tasa de aumento. Por esta razón, durante el Tratado de París de 2015 se definieron acciones conjuntas por países para poner un tope al aumento de temperatura (+1,5°C sobre tiempos preindustriales).
Las acciones conjuntas incluyen un límite de emisiones por país. Cada nación puede adoptar distintas estrategias, pero lo más simple es desmembrar el límite que se definió para sí y establecer nuevos límites para todos sus sectores (comercial, industrial, infraestructura, etc.). En la práctica, se adjudica un tope de emisiones a grandes empresas, por encima del cual deben pagar multas, y por debajo del cual cuentan con un restante para ofrecer a otros emisores.
Bonos rentables
En ese contexto, un crédito -o bono- de carbono es un certificado intercambiable que representa el derecho a emitir una tonelada de CO2eq (medida utilizada para unificar el efecto de los diversos tipos de GEI). A fin de dimensionar, esto equivale a un viaje en auto desde el glaciar Perito Moreno hasta Salta Capital, en un auto naftero promedio. Hoy el mundo emite un total de 54mM (9 ceros) de toneladas de CO2eq por año.
Estos bonos sirven para permitir que alguien que emite menos de lo que debería en mercados regulados, o que asegura una mejora sustancial en mercados no regulados, venda su crédito a industrias contaminantes que necesitan ese excedente.
Todavía no existe una regla clara que defina el precio de los bonos. Se espera alcanzar un equilibrio entre un valor que cubra el costo que significa volverse más sustentable al vendedor de bonos y el precio que pueden cobrar los compradores por sus productos/servicios, al trasladar el costo de adquirir dichos bonos. A fines orientativos, dependiendo el mercado, durante 2021 las principales transacciones fluctuaron entre 10 y 30 dólares por bono.
Ya existen mercados regulados con transacciones de altos volúmenes de créditos. Los más grandes se encuentran en Unión Europea, China, Canadá y Australia, y cuentan con certificadoras de bonos que garantizan que los vendedores efectivamente tienen excedentes sin uso.
En la Argentina, existen entidades dedicadas a certificar proyectos MDL (Mecanismos para un Desarrollo Limpio, diseñados en el Protocolo de Kioto) o VCS (orientados a mercado voluntario de bonos, sin regulación) que logren reducir o capturar emisiones de gases de efecto invernadero. Obtenidas estas certificaciones, el proyecto puede participar de mercados regulados o voluntarios en el exterior.
Aplicaciones en la Argentina
Afortunadamente, ser un país con un innegable núcleo agropecuario abre un amplio espectro de campos de acción para los productores interesados en bonos de carbono.
El sector con mayor cantidad de oportunidades es la ganadería. Los vacunos, durante el proceso digestivo, emiten CO2, metano y óxido nitroso. Proyectos enfocados en mitigar la producción de alguno de estos gases tienen altas probabilidades de recibir certificaciones para vender créditos al exterior.
En esta actividad, existen proyectos variados que logran, o intentan, alcanzar la neutralidad. Un primer ejemplo son los Sistemas Silvopastoriles que combinan forestación con ganadería. El motor detrás de esta práctica está relacionado con un uso más eficiente de la tierra, sumado a una compensación de emisiones, pero también con una complementación en el ecosistema (partiendo del simple ejemplo del efecto fertilizante de la bosta sobre el crecimiento de los árboles).
Esta metodología es bastante usual en zonas de bosques nativos (Chaco) o en provincias donde el sector forestal constituye una de las bases de la economía (Misiones). También existen modelos de pastoreo rotativo, que promueven un uso más intensivo de las pasturas y aceleran la captura de CO2 y generan un aprovechamiento más eficiente del nitrógeno de las bostas.
El sistema agrícola argentino es muy sustentable, pero aún existe espacio de mejora. Prácticas como la siembra directa y los cultivos de cobertura, entre otras, no solo gozan de amplia aceptación global, sino que también se consolidan dentro de los usos y costumbres en el país.
Como evidencia corporativa, Bayer lanzó en la Argentina el proyecto PRO Carbono durante la temporada 2021/22. Brinda herramientas a productores para aumentar el secuestro de carbono y así estimular la generación de un mercado que premie tales productos.
También existen proyectos un poco más abstractos, que incluyen criptomonedas en la ecuación. Un claro ejemplo de este modelo es GBMCoin, una criptomoneda cuyo valor está respaldado por la capacidad de capturar carbono de una porción de territorio de selva misionera.
Primeros pasos
Para los productores interesados en ser parte de este mercado, el primer paso sería tomar contacto con entidades privadas que emitan certificados, como Genneia, o gubernamentales, como la Oficina Argentina del Mecanismo para un Desarrollo Limpio (Oamdl).
El apego a la tierra hoy da una ventaja a los productores argentinos. No solo tienen la oportunidad de compensar los impactos negativos de terceros, sino que estos están dispuestos a pagarles por ello. Entonces, si no es por un costado filantrópico, quizás por la habilidad argentina para construir en las crisis, terminemos marcando el camino hacia un futuro sustentable.
El autor es consultor privado
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