Osvaldo Recchi, que se dedica a los servicios de maquinaria agrícola, alertó que, por los bajos rindes en soja, hay lugares del sur de Santa Fe donde realizar la recolección del cultivo es “gastar combustible de gusto”
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En abril de 2022, cuando la falta de gasoil arreciaba y ponía en vilo a la cosecha, Osvaldo Recchi, un contratista de maquinaria agrícola, se hizo 600 kilómetros, entre ida y vuelta, entre Arminda (Santa Fe) y General Villegas (Buenos Aires) para poder conseguir 2000 litros del combustible y así no parar el trabajo que hacía en la localidad bonaerense.
Hoy, a casi un año de esa odisea, a Recchi lo desvela y preocupa otra cosa: el impacto de la sequía, que le pega de lleno a su labor como contratista. Tiene dos cosechadoras, dos hijos que le dan una mano y, además, dos empleados que están vinculados con su actividad.
Habitualmente trabaja unas 3000 hectáreas por año de cultivos de campaña gruesa, esto es entre soja y maíz. Por los malos rindes de este ciclo agrícola, es una incógnita lo que le va a deparar el resto de la campaña. “Recién empezamos [la cosecha], vamos por 300 hectáreas y no sabemos [lo que se recolectará]”, dijo.
“Es muy grande la pérdida de producción”, acotó el productor en diálogo con LA NACION. Ejemplificó que en campos del sur de Santa Fe donde el año pasado se obtenían 4000 kilos de soja por hectárea ahora el rendimiento va de 600 a 700 kilos por hectárea.
Amplió: “En mi zona [Arminda, en Santa Fe] el 50% de los campos de soja no se van a cosechar”. Destacó que esto es así por los rindes mínimos que no cubren los costos. “Es pagar combustible de gusto”, justificó.
Según la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, la cosecha de soja ascenderá este año a los 25 millones de toneladas, una merma de 18,3 millones de toneladas versus el ciclo agrícola pasado. Se trata de la peor recolección del cultivo en 20 años.
Además de la pérdida de rendimientos, en las últimas semanas productores y técnicos alertaron una fuerte pérdida en la calidad del grano de soja. Ariel Pereyra, ingeniero agrónomo, señaló, por ejemplo, problemas en una zona que abarca desde Junín a Pergamino. “Todos los lotes cosechados están en la misma condición, son lotes sembrados en la primera quincena de noviembre”, dijo. “No dan calidad ni para harina, ni aceite ni expeller”, acotó. Según el experto, los rendimientos rondan los 3 quintales a los 8 quintales por hectárea versus a los 45 a 50 quintales del año pasado. Esa región fue afectada por una drástica disminución de las precipitaciones. “Las lluvias de este ciclo fueron de 232 milímetros versus los 667 milímetros del ciclo anterior”, expresó.
Lo que viene
En este contexto, Recchi fue crítico sobre el panorama hacia adelante. “El que pueda subsistirá”, dijo. “Tengo dos empleados, hacemos lo que podemos; los seguimos manteniendo”, apuntó el contratista.
Según remarcó, cambió una cosechadora sobre el final de la campaña pasada pensando que se iba a venir “un año bueno”, no otro con sequía. En rigor, la Argentina enfrentó la tercera Niña consecutiva, evento que genera precipitaciones por debajo de lo normal.
Consultado sobre si tendrá que afrontar alguna refinanciación por esa cosechadora nueva, escueto respondió: “Casi seguro”.
Como informó LA NACION, la Federación Argentina de Contratistas de Máquinas Agrícolas (Facma) le envió una carta recientemente, por tercera vez, al ministro de Economía, Sergio Massa, pidiendo que se ordene un mecanismo con los bancos y entidades del sector para que la cuota de un crédito que vence de acá a julio próximo se pase para el final del préstamo. Es decir, como una forma de descomprimir la situación de estos actores que son compradores claves de maquinaria agrícola.
Los contratistas son los encargados de recolectar en torno del 70% de la cosecha. Tienen máquinas que suelen costar de 600.000 a 700.000 dólares, si son de gran potencia. Por cuota de un crédito, para un equipo de este nivel de tecnología deben afrontar unos US$50.000.
Sobre este sector, Ernesto Ambrosetti, consultor en agronegocios, explicó: “Los contratistas con sus equipos cosechadoras y alta tecnología adquirida con créditos verán mermados sus ingresos en por lo menos un 35%, en promedio, y deberán reprogramar sus créditos”.
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