Más allá de los desbarajustes de todo tipo y color que dejó la década ganada de los K, hay dos herencias que todavía perduran entre los productores: 1) son muy pocos los que se animan a pensar en grande, 2) todo debe venir del Estado. Son conductas que todavía sobreviven a pesar de que se juega con otras reglas y escenarios. Es cierto que hay empresarios que están desarrollando iniciativas a partir de tener piedra libre para conquistar mercados en el mundo. Lo que no es poca cosa después de los años de forzado confinamiento en la mesa de los argentinos que administraba Guillermo Moreno.
Pero lo que se dice pensar en grande es otra cosa. Por ejemplo, el movimiento que están generando dos privados como Francisco "Pancho" García Mansilla y Juan Amadeo para triplicar la producción de carne a pasto en tres millones de hectáreas de la cuenca del Salado. Esto equivale a una generación de riqueza por aumento de la producción regional de 1150 millones de dólares por año. ¿Hay algún proyecto en la provincia de Buenos Aires que pueda tener un impacto económico y social más grande?
A los que piensan en grande se los suele confundir con los soñadores. No es el caso. La cruzada que están llevando estos dos amigos tiene como punto de partida el trabajo que realizaron en el establecimiento San Miguel, en General Guido, donde demostraron que se puede. En 18 años lograron casi quintuplicar la carga animal, pasaron de 0,51 equivalente vaca (EV) a 2,96 EV. Las 274 toneladas de carne que vendían se transformaron el año pasado en 1137 toneladas. Y necesitan ahora contratar durante el año 71 viajes de camión para transportar los animales vendidos cuando en el comienzo de esta historia sólo eran necesarios 17 viajes. Las claves de este éxito son muchas, pero en los aspectos técnicos podrían resumirse en el aporte del semillero Gentos en la implantación, nutrición y cuidado de las pasturas y su aprovechamiento más eficiente.
La cuestión es que lejos de contentarse con este logro privado, "Pancho" García Mansilla y Juan Amadeo fueron juntando mucha impotencia con el paso de los años porque la ganadería de la región seguía estancada. Teniendo en cuenta que las herramientas técnicas y de gestión ya están probadas para pegar el gran salto productivo se hace obvio que hay una oportunidad a todas luces desaprovechada. Se preguntaban: ¿cuál es la causa para que se mantenga el modelo extensivo de campo natural y baja carga? ¿Por qué no se impone la gestión profesional a la tradicional?
Así es como un buen día se decidieron a salir del estado de conformismo y de brazos cruzados para ser protagonistas en el cambio de la realidad. No los detuvo la idea de que era el Estado el que se tenía que hacer cargo. Al tomar la iniciativa invirtieron la fórmula de la articulación público-privada por la privado-pública.
Cerca de fin de año organizaron otro encuentro más en San Miguel al que asistieron esta vez Leonardo Sarquis, ministro de Agroindustria de Buenos Aires; Rodrigo Troncoso, subsecretario de Ganadería, y los intendentes de Mar Chiquita, Chascomús, General Guido, Maipú, Madariaga Rauch y funcionarios de Ayacucho. El movimiento por la transformación regional comenzó a correr con la idea de sumar a todos los actores posibles.
En la reunión, en la que se recordó el fuerte impacto que tuvo el Plan Balcarce en los años setenta con 220.000 hectáreas de pasturas implantadas, ocurrieron además algunos hechos interesantes. Como la positiva reacción de los intendentes al entender que están involucrados en el problema y que también hay beneficios para sus ciudades de la futura explosión productiva. La primera consecuencia que tomaron nota es que el problema de los anegamientos con poblaciones aisladas pueden controlarse mejor si hay pasturas de alta producción que con su capacidad evapotranspirativa consuman el agua freática. Ante el exceso hídrico no sólo hay soluciones hidráulicas, sino también está la vegetación como una herramienta para atenuar o disminuir los riesgos de inundación.
La movida que comenzó en San Miguel prueba que los privados también pueden pensar en grande y actuar para transformar realidades locales o regionales. No todo depende del Estado por más que su contrapartida es imprescindible. La clave para que estos "audaces" no se desalienten en el camino se las dio la pensadora Ayn Rand: "La pregunta no es quién va a dejarme, la pregunta es quién va a detenerme".