En La Rioja Francisco Ormeño fue famoso por sus increíbles y milagrosas curaciones
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Don Francisco Ormeño, más conocido por don Pancho Ormeño, bien podría ser un personaje salido de la más pura y extravagante ficción. Don Pancho tiene la altura de mito popular, pero no lo es. Fue un hombre de carne y hueso portador de un apellido cuyo linaje remonta a los rancios apelativos coloniales del noroeste riojano. Dotado de sabiduría, santidad, taumaturgia, filosofía, magia, esoterismo, clarividencia, descubrió los secretos más recónditos de la naturaleza, la cual decía conocer como un don divino y que le permitía, a su vez, curar a los enfermos.
Contemplativo, fundía su mirada en la cordillera, principio y fin del mundo y de la vida misma. El Famatina lo fascinaba, era su cuna y su sepulcro. Allí entregó sus huesos ya casi nonagenarios luego de un bien ganado respeto y reconocimiento, en su hermoso valle de la Cuchilla en 1939. Nació en Aicuña, provincia de La Rioja, en 1850. Su apellido, añejo y tradicional, es tan limpio como los títulos de su heredad serrana. Construyó su casa en La Cuchilla donde se dedicó a la cría de ganado.
A la edad madura se inicia en el noble sacerdocio de la terapéutica fitonímica, como un llamado divino, abriendo una nueva etapa en su vida. El don de curar y conocer el mal de las personas se reveló espontáneamente. Fue conocido en todo el noroeste argentino y en urbes litoraleñas como “El médico de La Cuchilla”. Famoso por sus increíbles y milagrosas curaciones don Pancho, de luenga figura y crecida barba, cargaba sobre sus hombros muchos años y mucho prestigio bien ganado. Así lo conocieron miles de personas dolientes que llegaban al valle en largas peregrinaciones.
Don Pancho tenía pasión por las plantas. Las observaba, las olía, las probaba, se comunicaba con ellas en un idioma propio. Con esa pasión botánica llegó a distinguir el sabor y la fragancia de cada planta lugareña y también a experimentar las propiedades y el poder terapéutico con el íntimo deseo de aplicarlas a la medicina herborista casera.
Aprendió también de la antigua farmacopea indígena y de las viejas curanderas, salamanqueras y sabios surgiendo así el más afamado médico herborista urólogo del norte argentino. Obraba milagros taumatúrgicos. Tenía el poder del machi araucano, del sancóyoc incaico, del payé guaraní. No solo la fitoterapia heredó del ancestro diaguita sino también la zooterapia. Recetaba aplicaciones de la carne, del cuero, o de venas y tendones.
Don Pancho nunca cobró ni exigió retribución por sus curaciones. Practicó el bien por el bien mismo. La gente dejaba voluntariamente su tributo. Innumerables objetos de toda laya y calidad; desde vinos y joyas hasta instrumentos musicales y dinero que Pancho no tocaba y era repartido entre los pobres.
Muchas veces el tratamiento de algunos pacientes era largo y los enfermos eran hospedados allí mismo, en viviendas construidas para esos fines. Su clarividencia le permitía predecir enfermedades a la distancia, incluso la muerte con sólo mirar las “aguas menores”. El oráculo de La Cuchilla no se equivocaba jamás.
Como decía Atahualpa Yupanqui, “gente de ciencia, del país y extranjeras, salían asombradas de este saber sin vueltas de Don Ormeño”.
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