La semana pasada se realizó la protesta del campo convocada originalmente por la Federación Agraria Argentina (FAA) y a la que fueron adhiriendo todas las entidades de la Mesa de Enlace y muchas organizaciones intermedias, pese al llamado que hizo a “trabajar unidos” el ilusionista ministro de economía, Sergio Massa, y a las quejas de su secretario de Agricultura, Ganadería y Pesca, diciendo que algunas medidas de ayuda han tomado.
La protesta estuvo muy bien y adhiero a la misma, porque a la serie de políticas y normas restrictivas y distorsivas contra el campo tomadas por este Gobierno desde que asumió el poder, se le han sumado las inclemencias del tiempo de una “Niña” que hace tres años que no nos deja en paz y que durante esta campaña causó estragos. Y protestar cuando los paliativos que se han dado al sector son una “tomada de pelo”, es una forma de defender la dignidad productiva del país.
La protesta, en ese caso, se convierte en un “grito de esperanza” para que algo cambie. Es como decir: acá estamos, queremos seguir produciendo, pero no nos traten de ingenuos, ni nos inviten a mesas de diálogo para la foto, ni nos devuelvan migajas de lo que nos sacan, ni sean insensibles a lo que nos pasa. Es un decir basta. Y en ese basta comenzar a pensar en que el campo debe contribuir e impulsar a que cambien las cosas en el futuro del país, con elecciones presidenciales, legislativas, provinciales y municipales por delante. Porque, para que cambien las cosas, se debe ser un activo protagonista.
Por otra parte, en momentos en que el productor comienza a pensar en la próxima cosecha fina y los climatólogos auguran una retirada de la “Niña” al menos para ir hacia una neutralidad, la inversión seguramente tendrá en cuenta cómo será la próxima política que regirá para el sector agropecuario con el nuevo Gobierno, desde la cambiaria e impositiva hasta la comercial y financiera.
Sin duda, la política cambiaria es de vital importancia para el sector, no sólo por el tipo de cambio que reciben los productos exportados sino, en menor medida, por el costo de los insumos importados. Uno de los dilemas más grandes que tendrá que enfrentar el próximo Gobierno, será qué hacer con el cepo cambiario. Removerlo de entrada como se hiciera apenas asumió la anterior gestión de Mauricio Macri, con los efectos positivos y negativos que tuvo en aquellas circunstancias; quitarlo con un cierto gradualismo, estableciendo primero un dólar comercial y otro financiero, o mediante algún otro diseño de ingeniería económica y financiera; o mantenerlo tal cual está.
Como mantenerlo sería una locura, porque está probado y recontra probado que son mayores los efectos negativos que los positivos para la economía, esta posibilidad queda descartada a menos que el oficialismo retenga el poder y siga persistiendo en una política que nos hunde cada vez más en la pobreza y la decadencia.
Tomemos entonces las dos posibilidades de cambio, hacerlo de golpe o con cierto gradualismo. En el primer caso, habrá que definir también como será el tipo de flotación del tipo de cambio, si totalmente libre o con intervención del Banco Central. Entre otras cosas, habrá que medir el impacto inflacionario que tendría el levantamiento del cepo, así como las reservas monetarias con las que debería contar el Banco Central si se pretende alguna intervención en el mercado, o, por ejemplo, si será necesario el establecimiento o no de ciertos “buffers” temporales para la autorización del giro de divisas al exterior frenados por este Gobierno.
En el segundo caso, si se recurriera a una salida del cepo a través del desdoblamiento cambiario, es decir un dólar comercial y otro financiero, habrá que medir también sus efectos, aunque fuesen menores, en materia inflacionaria, pero cómo afectaría esto en el nivel de confianza económica y por qué plazo se mantendría el dólar comercial y de qué manera en la línea del tiempo se pensaría en una convergencia para llegar a la unificación cambiaria.
Lo dicho precedentemente, no es más que una modesta invitación a que se comience a discutir públicamente este tema de vital importancia para el futuro de la economía nacional y los candidatos a la presidencia deberían de ir poniendo este tema en la mesa de análisis como parte del debate para que lo conozca la ciudadanía, ya que es muy difícil imaginar que el actual ministro Sergio Massa intentará en lo que resta del actual mandato corregir total o parcialmente el esquema cambiario.
Al contrario, todo llevaría a pensar que no les importa mucho el país sino llegar al término del mismo, aunque al que venga le vaya a estallar todo esto desde el primer día de Gobierno. Por eso, es casi un deber técnico de los economistas la elaboración y puesta en común de todo tipo de alternativas y propuestas concretas en la materia. Ya sabemos que cuando no se explican las cosas, cuesta mucho más digerirlas. El campo, seguramente, se los va a agradecer no sólo en la pampa húmeda sino en todas las economías regionales donde buena parte de la producción se dedica a la exportación y a la generación de divisas.
El autor fue Subsecretario de Mercados Agropecuarios
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