Hace más de una década Agustín Lagos produce plantines inoculados con un hongo trufero; además, asesora clientes interesados en invertir en la actividad
- 5 minutos de lectura'
Con 42 años, hace tiempo que para Agustín Lagos la ruta se ha convertido en su compañera de aventuras. Como un pionero de pura cepa, entiende que solo recorriendo caminos puede llevar a cada rincón del país la posibilidad de producir trufa, ese llamado diamante negro que crece entre raíces de las encinas y robles.
Corría 2003 y el estudio de Administración de Empresas no cubría las expectativas del joven: entendía que no era lo suyo. Tenía en claro que su camino debía tener su eje en la producción agropecuaria, ese era el ámbito que lo motivaba.
Tras evaluar varias opciones productivas, recordó la gira de rugby con su club CASI por Gales realizada tiempo atrás. “En una salida nocturna fuimos con unos amigos a un restaurante donde en el menú me llamó la atención que había un plato de pastas que, con trufas, el precio se triplicaba en valor con respecto a otro sin”, cuenta a LA NACION.
A pesar de su precio, con una curiosidad innata, decidió hacer un esfuerzo y pedir ese “exótico y aromático” platillo, que por cierto le pareció delicioso. Y con esas ganas de emprender e innovar constantemente que venían desde su seno familiar, comenzó a investigar ese producto casi desconocido en estas latitudes para comenzar a desarrollarlo.
Pero se iba a chocar con una pared: no había nadie que lo pudiera asesorar, informar, orientar para encauzar su producción trufera: “Nadie tenía información. Ni en las universidades ni en los organismos estatales había conocimiento al respecto. Nadie sabía si en la Argentina había potencial. Pero, lejos de desmotivarme, para mí era todo un desafío lograrlo”.
Por investigaciones propias supo que el suelo y el clima eran cuestiones fundamentales y necesarias para que una plantación llegara a buen puerto. Comenzó a viajar por España para empaparse de mucha información. Luego pasó a Chile para continuar en la senda del aprendizaje. Tras cada viaje, regresaba y tomaba esas rutas argentinas acompañado de expertos internacionales que contrataba para encontrar el lugar y el clima perfectos para poder hacer trufas.
Después de mucho andar, con análisis de suelos de por medio, entendió que el sur de la provincia de Buenos Aires era un buen sitio y se instaló en Coronel Suárez. Y apoyado por Carlos, su padre, ya retirado de la actividad, fundó Trufas del Sur y empezó con el primer laboratorio de plantines de encinas y robles inoculados y micorrizados con el hongo Tuber melanosporum listos para ser plantados a campo.
Así hizo sus primeras plantas y comenzó a recorrer el país para ofrecer a clientes potenciales su producción. “No lograba que la gente del sector se interese en hacer un proyecto productivo con las trufas. Igual no lograba arrancar y yo no estaba en condiciones de comprarme hectáreas para plantar porque todos mis ahorros lo había invertido en especializarme y en el laboratorio”, detalla.
Todo iba lento hasta que un día unos inversionistas le ofrecieron armar un fideicomiso de trufas, como lo hay con otras economías regionales. Así comenzó Trufas del Nuevo Mundo en Espartillar, en provincia de Buenos Aires. Primero fueron 26 hectáreas y luego se sumaron otras 24: “Era muy a pulmón y de a poco llegaban los inversores que se entusiasmaban en el proyecto por la pasión que veían en mí”.
Pasaron unos años y en 2018, decidió abrirse del proyecto y poner toda su energía en su sello propio, “El trufero”, ofreciendo las plantas y la asesoría de la producción. Simultáneamente, en 2022 se asoció con una familia de la zona y plantó 30 hectáreas en Suárez y espera en tres años cosechar sus propios frutos.
Según describe, la trufa es el fruto de un hongo subterráneo que se desarrolla en simbiosis con ciertos árboles como el roble europeo y la encina española. Se la encuentra debajo de la superficie del suelo a unos 20 centímetros de profundidad, aproximadamente. Antiguamente se las buscaba con cerdos que, por su aroma tan fuerte, estos las encontraban y las querían comer. El problema era que muchas veces los cerdos las dañaban o se las comían. Es por eso por lo que comenzaron a entrenar perros, muchos más amigables, para que marquen el lugar donde están. Su alto valor de entre US$1300 y los US$1800 el kilo se debe a que no es tarea fácil obtenerlas.
En la Argentina, el cultivo se da muy bien en provincia de Buenos Aires, Mendoza, Córdoba y también en la Patagonia. “La truficultura me atrapó y me apasiona. Empezaremos a cosechar trufas entre los tres y los cinco años, dependiendo de los cuidados recibidos”, dice.
Ahora su objetivo es posicionar a la Argentina como oferente mundial de trufa negra. Si bien en la actualidad solo hay 300 hectáreas, cree que de acá a 15 años habrán unas 8000 hectáreas. “Hay un 80% de demanda insatisfecha. Todos buscan probarlas y cuando lo hacen quedan enamorados como yo que me enamoré hace más de 20 años”, finaliza.
Otras noticias de Economías Regionales
Más leídas de Campo
Mercado de campos. Lo que dejó 2024, los inversores que dieron la sorpresa y la continuidad que se espera para 2025
Balance. Una empresa destacó avances en los principales mercados del mundo
Malestar con Kicillof. En la provincia los productores aceleran una batalla judicial contra un impuesto y suman decenas de adhesiones
Ajuste en una multinacional. La cerealera Cargill acelera un plan y ya desvinculó a 45 empleados en el país