Este modelo produce mayor cantidad de biomasa por unidad de superficie y minimiza el impacto sobre el ambiente
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Se estima que un 36% del territorio argentino está afectado por procesos de erosión hídrica y eólica, lo cual representa unas 100 millones de hectáreas. De este total, 63 millones de hectáreas están afectadas por erosión hídrica y 37 millones, por erosión eólica. En los últimos 30 años, la mayor parte del incremento de erosión se registró en los grados ligero a moderado, mientras que las cifras para los estados severo y grave se mantuvieron más estables. También se han incrementado otros procesos de degradación de suelos tales como la perdida de materia orgánica, fertilidad y deterioro de la estructura.
Frente a la situación descripta se impone diseñar una estrategia a nivel nacional para cuidado del suelo y del ambiente, basada en dos ejes estrechamente vinculados: evitar la degradación de los suelos mediante la aplicación de buenas prácticas (con énfasis en el control de la erosión y el incremento del almacenamiento de carbono orgánico), e implementación de modelos de intensificación agropecuaria sustentable que eviten la conversión de nuevas tierras situadas en ambientes frágiles.
Protección
Según un estudio realizado por el Centro para la Promoción de la Conservación del Suelo (Prosa) y Fundación para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Fecic), existen actualmente unos 2,5 millones de hectáreas protegidas por prácticas para el control de la erosión hídrica, de las cuales 1,4 millones corresponden a terrazas, y 1,1 millones a cultivos en curvas de nivel, canales de desagüe, canales de guarda y control de cárcavas. Resulta destacable la tarea de lucha contra la erosión que vienen realizando las provincias de Entre Ríos, Córdoba, Salta y Tucumán, con intervención del INTA, universidades y organismos provinciales. Respecto de la prevención y control de procesos eólicos, se estima que hay en el país unas 200.000 hectáreas protegidas.
Dentro de estas prácticas, se destaca el trabajo de revegetación de áreas degradadas y control de médanos en Patagonia que alcanza unas 100.000 hectáreas en las provincias de Río Negro, Chubut y Santa Cruz, y cultivos en franjas, que en las provincias de La Pampa y Córdoba cubren unas 50.000 hectáreas. La siembra directa constituye un excelente sistema para conservar los suelos, en la medida que se implemente con rotación de cultivos. Se estima que actualmente la superficie cultivada bajo esta modalidad a nivel nacional, asciende a unos 26 millones de hectáreas.
La intensificación agropecuaria sustentable consiste en realizar un uso más completo y eficiente de los recursos naturales, produciendo mayor cantidad de biomasa por unidad de superficie, minimizando el impacto sobre el ambiente. Se focaliza en el aumento de la productividad mediante la aplicación de tecnología, más que en la habilitación de nuevas tierras. Este sistema se basa en cuatro pilares: cierre de brechas productivas, rotación de cultivos de mayor intensidad, incremento del carbono orgánico del suelo, y evitar conversiones inadecuadas del uso del suelo.
En las tierras destinadas a la agricultura se impone cerrar las brechas productivas mejorando el manejo de los suelos y la reposición de nutrientes, que en la actualidad es apenas inferior al 40 por ciento. La pérdida de fertilidad de los suelos se aceleró en los últimos años debido a que continúa prevaleciendo la extracción de nutrientes minerales sobre la reposición, en lo que constituye una auténtica minería de suelos que constituirá un límite para alcanzar las metas productivas nacionales.
Resulta de fundamental importancia implementar rotaciones de cultivos de mayor intensidad, que mantengan cubierto el suelo la mayor parte posible del año. Fotosintetizando en forma contínua, las plantas generan biomasa aérea y subterránea que protege al suelo e incorpora carbono orgánico. En la agricultura tradicional se producen “baches” en los que el suelo queda sin cultivos y por lo tanto, la actividad biológica restringida. En estos períodos no hay raíces explorando el suelo y aportando carbono. Para cubrir estos períodos se puede recurrir a cultivos de cobertura o de servicios, tales como centeno, avena, cebada, triticale, vicia y tréboles de olor, puros o consociados. Estos, constituyen una herramienta muy efectiva para incluir en rotaciones poco diversificadas a los efectos de incorporar carbono, controlar malezas, favorecer la actividad biológica y controlar la erosión del suelo. También la inclusión de pasturas en la rotación es determinante para aumentar el contenido de materia orgánica total y mejorar la estabilidad de los agregados del suelo.
Sin desmonte
En las áreas de bosque nativo, es importante evitar el desmonte de tierras ya que se trata de ambientes frágiles de baja resiliencia. El desmonte modifica la dinámica horizontal y vertical del agua, con impacto sobre la infiltración, evapotranspiración, profundidad de la capa freática y escurrimiento superficial. También se modifica la provisión de servicios ecosistémicos tales como la protección contra la erosión, captura de carbono, control de la salinidad y conservación de la biodiversidad. En estos ambientes se impone la aplicación de sistemas silvopastoriles que compatibilicen el uso forestal con el ganadero.
Se estima que alrededor de siete millones de hectáreas están empleando sistemas silvopastoriles los que constituyen un modelo de agricultura “climáticamente inteligente” que combina aumento de productividad, resiliencia al cambio climático y reducción de los gases de efecto invernadero. Se trata de “modelos cerrados”, ambientalmente sustentables, que incrementan la captura de carbono a través de la fotosíntesis continua de la biomasa aérea de los árboles, la acumulación en la biomasa subterránea y del carbono aportado por las raíces de las especies forrajeras, retenido por combinación con la fracción mineral del suelo.
Se debe aplicar muy cuidadosamente la legislación vigente sobre uso del suelo en ambientes vulnerables, que efectúa una valoración creciente de los servicios ambientales que prestan bosques nativos, pastizales y humedales. Debemos migrar hacia modelos de intensificación sustentable de producción agropecuaria basados en el incremento de la productividad y mantenimiento de la calidad ambiental, dejando de avanzar sobre nuevas tierras.
Contar con políticas públicas y legislación nacional en conservación de suelos resulta indispensable para reactivar y articular la numerosa legislación provincial existente. Debe considerarse que la Argentina ha pasado a constituirse en un país relevante para la seguridad alimentaria mundial, en un contexto de una demanda creciente de alimentos en las próximas décadas. Esta situación constituye una gran oportunidad, pero exige evitar el continuo deterioro que sufren los suelos y demás recursos naturales.
El autor es director del Prosa-Fecic y Académico de Número de la Academia Nacional de Agronomía y Veterinaria
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