Luciano Leguizamón crea finas piezas que pueden lucirse con pilchas gauchas o en un asado campero
La elaboración de hojas de cuchillo de acero forjado es algo que distingue a Tandil desde hace muchísimos años. Hacia esa ciudad serrana llegó desde Ayacucho hace más de ochenta años Adolfo Antonio Leguizamón para integrarse a La Movediza, la primera industria que se hizo célebre por los mejores productos generados con ese sistema.
Pocos años más tarde fue este mismo artesano quien hizo su propio camino con la marca Atahualpa que hoy sigue forjando hojas en manos de Luciano, su hijo, y Bernardo, hijo de éste que se convirtió en la tercera generación de la saga familiar interviniendo en esta pequeña industria.
Según Luciano Leguizamón, hay dos maneras básicas de hacer un cuchillo. Una, denominada estampado, que consiste en recortar la figura de un cuchillo en una plancha de acero a la que se le suelda una tuerca atrás, se formatea el botón para el encabado y queda terminada, y la otra, mucho más elaborada, es siguiendo la técnica del forjado, que consiste en llegar a la hoja tras una prolongada sesión de golpes y calentamiento aplicados a una barra circular de acero que tras ese proceso y otros posteriores (treinta en total), arrojará como resultado una hoja de cuchillo de gran calidad.
El fabricante es un apasionado en todo lo relacionado con las armas blancas y como tal, un estudioso de la temática que puede definir al detalle la diferenciación de una y otra hoja. También que el facón es un modelo de arma y no una denominación de acuerdo a su tamaño y que difiere levemente de las dagas porque éstas, cuando eran caladas, infligían puñaladas mortales debido a que propiciaban el ingreso de aire al interior del cuerpo agredido.
Pueden transcurrir horas hablando sobre armas blancas con este artesano que no escatima conocimientos y datos ante quien lo consulte. Al mismo tiempo, desmitifica ciertas creencias muy difundidas, como que no se debe lavar una hoja con agua caliente, por ejemplo, y dice que si la hoja sufre algún daño por ello es simplemente porque es de mala calidad, pero al mismo tiempo advierte que sí se puede alterar si se expone la hoja a una piedra automática. "El revenido se logra a los trescientos grados y el temple entre los 830 y 850 grados y la hoja contra la piedra giratoria sí puede alcanzar esa temperatura y alterar alguno de esos procesos", afirma.
En un taller que se halla detrás de una oficina de la calle Chienno, de Tandil, se puede ver a los Leguizamón junto a otros dos operarios desde las cuatro o cinco de la mañana y hasta pasado el mediodía. Las tareas son parecidas a las de una herrería. Desde el amanecer a fuerza de fragua y golpes de martinete, un poderoso martillo de ruido ensordecedor, van moldeando las hojas que luego pasaran por otras etapas hasta llegar al encabado, si es que se van del local convertidas en un cuchillo completo, o a la simple forma de la hoja que luego con cabo de tientos, madera, asta, hueso o suela, saldrán a lucirse a los campos pampeanos o en la simple rueda de un asado.