Los relatos de Gustavo Roldán nos acercan al misterio y a la fantasía propias del mundo rural chaqueño
Para los que estamos lejos del monte chaqueño conocer los cuentos del sapo -ese "animal de pelea"- o la leyenda del bicho colorado es una manera de entrar en el misterio y en la fantasía con los que se convive ahí. Esos y otros cuentos de Gustavo Roldán nos acercan a un mundo natural que en parte se ha modificado pero donde aún la oralidad permite que circulen de una generación a otra los cuentos que definen un modo de interpretar la realidad. Tal es el caso, sobre todo, de los mitos con que matacos, tobas y guaraníes reflejan su cercanía -casi una relación de semejantes- con los animales y las plantas.
"Crecí en el monte, en el Chaco, cerca del río Bermejo, en Fortín Lavalle, bien al norte de la provincia. Mi padre tenía hacienda y vivíamos en el campo. No había libros en ese lugar pero existían cuentos todos los días. Los domadores, los arrieros, todos los hombres que trabajaban con las vacas, cuando volvían, tarde, preparaban un fogón para hacer el asado y mientras tomaban mate contaban cuentos que hace cientos de años que circulan por el mundo: cuentos de Pedro Urdemales, de la luz mala, de aparecidos, de miedo... todos los cuentos folklóricos", cuenta Roldán.
No había otros chicos con quienes jugar, los vecinos más cercanos estaban a varios kilómetros. Entonces Roldán niño jugaba en el monte, que empezaba donde terminaba el patio, y escuchaba cuentos de grandes, que no eran considerados ficción sino parte de la realidad, aunque los narradores se permitían exagerar sin límites. Por inverosímiles que sonaran se daba por sentado que los hechos habían ocurrido en algún lugar en algún momento.
"Ahí estaban el quirquincho, el coatí, el tatú, las iguanas, las lagartijas... y yo trababa de aprender a saltar entre los árboles como los monos, aunque nunca logré superarlos. Después, cuando alguna vez se me ocurrió escribir cuentos, ésos eran personajes con los que me sentía cómodo para plantear historias en las que se desarrollan los conflictos de los humanos, en un juego de absurdos, por ejemplo. en relaciones amistosas entre un yacaré y un piojo", relata.
En sus cuentos la lectura de lo real incluye con toda naturalidad el punto de vista fantástico y además, se da a entender que el mundo tal como está necesita cambios y que seguramente surgirán "desde abajo", de ahí que los bichos que elige como héroes y protagonistas son los más chicos: la pulga, la hormiga, el bicho colorado, el sapo...
En su opinión "tenemos en Latinoamérica la flora y la fauna más rica del mundo. Sin embargo hablamos de los bichos del Africa, que son los que mandaron los europeos, somos expertos en rinocerontes, en leones, en jirafas... pero no son los nuestros". De los nuestros habla Roldán, excepto la deliberada inclusión de una pareja de elefantes que se escapó de un circo y eligió la libertad del monte.
Con sus cuentos pasan cosas increíbles: "Hace tres años visité la escuelita en Villa Río Bermejito. Entonces el maestro les preguntó a los chicos de quinto y sexto grado... «Roldán dice aquí que vino una pareja de elefantes, ¿alguno de ustedes los vio?», y uno levantó la mano y dijo: «Yo no los vi, pero vi las huellas». «No hay nada más que discutir», respondió el maestro".
Aunque vive desde hace muchos años en la ciudad de Buenos Aires, Roldán vuelve siempre al lugar en el que creció, y atraviesa el patio y se reencuentra con el río y con los árboles, con los sonidos y el movimiento del monte. Según Roldán hay áreas que se mantienen iguales, lo que quiere decir inmovilizadas por la pobreza y el abandono; en otras, se creó un pueblito y hasta hay alguna escuela, "aunque a quinientos metros el mundo se vuelve otra vez puro monte". Hay lugares donde aún no ha llegado el hombre, en El Impenetrable, donde permanece cierto misterio, y otros donde la destrucción provocada por su mano amenaza seriamente el ambiente.
En el diálogo con él asoma cierta necesidad de proteger ese mundo del que habla. Es que Roldán desconfía de lo que el turismo y el consumo pueden provocar. Prefiere la magia del espacio que no ha tenido ninguna intervención.
Paso del tiempo
Los chicos que viven y se crían en el monte chaqueño, estima el escritor, tienen la oportunidad de crecer con los mismos cuentos que él escuchó, aunque intuye que la oralidad ha perdido vigor, en parte, por la transformación de las rutinas y los trabajos. "Ya no se ven arreos de tropas entre Fortín Lavalle y Sáenz Peña, 120 kilómetros a paso de vaca; ese trabajo se hace ahora en camiones y sobre el pavimento. Los hombres ya no andan a caballo sino en bicicleta, en moto o en auto. Lo cual muestra una transformación de las personas, su vestimenta, sus costumbres", describe.
"De todas formas -agrega-, nada termina pues un kilómetro más lejos se vuelve a situaciones de más de medio siglo atrás, donde nada se ha modificado y uno encuentra el atraso. Estuve trabajando hace varios años con los indios, en Misiones, en Formosa, en Chaco, en Corrientes y en Salta, conversando con ellos para tratar de reescribir esas historias que me contaron. Ya eran «civilizados», lo cual, significa, entre otras cosas, perder la oralidad."
Las palabras que poblaban el aire de su monte natal se volvieron su instrumento de trabajo cuando tomaron cuerpo en el papel, lo cual le costó a Roldán una discusión con su padre, la primera: "Esos que contaban los cuentos cuando yo era chico eran analfabetos. Recuerdo muy fresquita la primera gran discusión con mi padre, cuando me informó que tenía que ir a la escuela y que nos mudaríamos al pueblo. ¡Para qué quería yo saber leer y escribir si mis héroes no lo necesitaban!". Ese fue, sin embargo, su camino de crecimiento.
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