Pablo Freire encontró con las ovejas en Loma Verde, en el partido bonaerense de General Paz, un nuevo oficio
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En Loma Verde, a unos 17 kilómetros de Ranchos, nada parece inquietarle al ahora productor ovino Pablo Freire, que cada día está más convencido de la decisión que tomó años atrás: abandonó su oficio de panadero en la ciudad de Buenos Aires y pasar a ser un criador de ovejas. Le hace honor a su nuevo oficio: hoy se celebra en todo el país el Día del Productor Lanero.
Nacido y criado en el barrio de Flores, Freire creció en medio de bolsas de harinas, panes y facturas. Su padre Angel, un inmigrante español llegado de Galicia a los 11 años, había puesto una panadería en el barrio. Cuando terminó la secundaria en el Liceo Militar, a los 18 años comenzó a trabajar de lleno con Don Angel, tal como lo conocían.
Con los años y con un ya gran conocimiento de la actividad, el mismo armó una panadería propia en pleno microcentro porteño. “Mi padre era mi modelo, me gustaba todo lo que hacía, por eso decidí continuar con su legado”, contó a LA NACION.
El arduo e incesante trabajo en la panadería dificultaba la posibilidad de juntarse con los suyos. Fue ahí que le propuso a su padre y a su hermano buscar un lugar al aire libre no tan lejos de Buenos Aires para compartir los fines de semana en familia. En 2002 encontró a 120 kilómetros de Buenos Aires una chacra de siete hectáreas para comprar.
A los dos años, para solventar los gastos del lugar, el panadero empezó a buscar una producción agropecuaria que pueda hacerse en esa superficie. “Teníamos un zoológico, dos vacas, unos pavos, dos chanchos y unas ovejas pero nada productivo”, describió.
Comenzó a investigar y se inclinó por la cría de ovejas. Fue al sur a una cabaña de la raza Texel y compró cinco hembras puras de pedigree y un reproductor macho. “Como no era un gran conocedor, me vendieron cualquier cosa”, recordó.
Al poco tiempo empezó a encontrar una pasión escondida por el ovino, que lo llevó a armar su propia cabaña a la que llamó Don Angel. “Al verme tan entusiasmado, un día me llama Carmen, mi madre, para contarme que esa afición seguramente venía de herencia de sus abuelos donde en el pueblo Doney de la Requejada, en la provincia española de Zamora, eran ovejeros. Puede ser que mis ancestros me generaron el vicio que tengo en la actualidad”, relata.
Si bien durante la semana continuaba con la panadería, los fines de semana subía al auto para ir hasta Loma Verde para dedicarse full time a su majada, que día a día iba creciendo. En 2005 se vinculó con criadores argentinos y en el 2006 fue a Uruguay donde la raza estaba avanzando de manera considerable.
En 2007 formó con otros productores una asociación de la raza. En esos años apuntó a mejorar la genética: trajo embriones de Australia, importó animales en pie de Uruguay y semen de ambos países. En 2021 compitió por primera vez en la Exposición de Palermo y obtuvo el Reservado de Gran Campeón Hembra entre los dos animales que expuso.
“El oficio de preparar animales lo fui aprendiendo de cero, gracias a grandes cabañeros que me enseñaron desinteresadamente a amansarlos, escardillarlos, a recortar su lana, a mejorar su alimentación. Esto me incentivó a seguir creciendo”, relata. En 2008 armó en su chacra un centro genético de todas las razas ovinas.
Al año siguiente ya tenía caminadas unas 14 exposiciones en el país y la comercialización en los remates avizoraban un buen futuro de la cabaña. “Para 2013, las cuentas se equilibraron bastante y la inversión inicial de 100.000 dólares la recupere en el transcurso de ese año. Hoy tengo mi majada de 120 animales”, indica.
Mientras la cabaña crecía, la panadería se estancaba como negocio. En 2017, una caída fuerte en las ventas lo llevó a reinventarse: cerró la comercialización al público y se quedó solo con la venta mayorista para bares, restaurantes, hoteles y colegios. Eso le generó un aire para dedicarse más a la cabaña.
Sin embargo, fue la pandemia la que provocó un quiebre en su vida. Tercerizó por completo la panadería y hace un año y medio se instaló en el campo. Todos los días se levanta temprano y comienza la recorrida para ver sus ovejas. Siempre emprendedor, ahora está viendo armar una planta de alimentos balanceados en el lugar para que sea más fácil el manejo.
“Me di cuenta de la vida loca y apresurada que tenía en la ciudad y no la vuelvo a elegir. Encontré en el campo un retiro espiritual permanente. Hace 20 años era panadero de Buenos Aires, hoy ya me considero un productor ovino del interior, aunque el resto de los criadores aun me llamen porteño”, finalizó.
Esta nota se publicó originalmente en 2021
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