Ricardo Parra, productor de General Las Heras, provincia de Buenos Aires, comercializa hoy un promedio de 30.000 frascos mensuales
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“Cada producto tiene su historia”. Esa fue la mirada que tuvo Ricardo Parra cuando en 2003 decidió dejar el mundo financiero porteño para convertirse en productor de miel orgánica en General Las Heras, provincia de Buenos Aires.
Con 29 años, la necesidad de volver a sus raíces lo obligó a buscar algún emprendimiento rural que le permitiera crecer. Una conversación con su hermana que vivía en Alemania lo definió por un proyecto apícola, por la potencialidad que existía de exportar a ese mercado, uno de los mayores consumidores de miel de la Unión Europea (UE).
Se reinstaló en el pueblo que no había cambiado demasiado desde que se había ido y a las afueras en una chacra de una hectárea poco a poco comenzó con la extracción y el fraccionado de miel de la zona.
Rápidamente se entusiasmó con el proyecto, hizo una tecnicatura en apicultura y compró 10 colmenas. “Me empezó a interesar el comportamiento de las abejas y al año siguiente decidí convertirme en productor”, cuenta a LA NACION.
Siempre tuvo claro el objetivo de su proyecto. “Desde que empecé el foco fue elaborar alimentos cuidando al consumidor y al medio ambiente. A la vez, busqué generar y potenciar el arraigo con productores de la zona. Además, para pensar en un posible mercado internacional debía conseguir pronto la certificación orgánica, sin dejar de lado nunca el mercado local”, detalla.
Ese concepto de “la naturaleza salvando a la humanidad” lo llevó a elegir el nombre de “Las Quinas” para sus productos. Significa “árbol peruano, que según la leyenda su corteza salvó a los Incas contra la malaria”.
Los primeros inconvenientes que surgieron fue el conseguir frascos para el envasado y luego poder entrar a comercializar los productos en hipermercados. “La verdad que era complicado entrar en supermercados, por eso empecé con las tiendas de cercanía (dietéticas) y colocando la producción en ferias también”, indica.
Esas primeras 10 colmenas enseguida se convirtieron en muchas más y en 2006 ya eran 140 colmenas: “Una medida estándar de un apiario es tener 70 colmenas, por eso al año siguiente ya tuve ese número”. También ese año obtuvo la certificación orgánica.
Para diversificar, comenzó a contactarse con productores de otras zonas, como Famaillá en Tucumán, Quilino o La Francia, en Córdoba, de San Luis, y con apicultores de la Mesopotamia, que le enviaban miel para su fraccionamiento.
Ir personalmente a ferias le permitió conocer de cerca al consumidor y sus gustos. Según el productor, se tiene que tener claro que se trabaja para el consumidor y se debe escuchar sus preferencias. De esas charlas con clientes surgió, por ejemplo, la miel orgánica cremosa que, además, “es más sustentable porque tiene nueve veces inferior de consumo energético”.
En una feria internacional, un grupo japonés se interesó en su línea de productos y al año siguiente fueron a conocer la fábrica en General Las Heras. Así fue que en 2009 salió la primera exportación a ese país por barco: fueron 23.000 frasquitos de 250 gramos etiquetados en español y en japonés. “El concepto fue ponerle un número en cada etiqueta para mostrar la trazabilidad del producto, es decir contarle de qué lugar provenía cada frasco de miel a través de la página de la marca”, destaca.
Mercados
Luego llegó el ingreso a las principales cadenas de hipermercados de la Argentina y el premio BiolMiel a la mejor miel certificada del mundo. Estas dos cuestiones fueron un quiebre para Las Quinas, fue pasar de un trabajo artesanal a una escala mayor “sin perder la esencia de los productos”.
Siempre en pequeños volúmenes comenzó a exportar a la UE con base en Dinamarca y al mercado de Estados Unidos con base en Chicago. En tanto, a Alemania nunca pudo ingresar porque particularmente ese tipo de mercadería solo entra a granel y no fraccionada.
En los últimos años sumó a su paleta de productos el dulce de leche y las mermeladas con un mismo concepto “de pocos y mejores ingredientes”. También desarrolló junto al INTI un “alimento untable vegetal”, similar al dulce de leche tradicional, “sin ningún ingrediente artificial, con una base de frutos secos y proteínas de arvejas entre otros ingredientes”.
Hoy trabaja un promedio de 30.000 frascos mensuales. En este sentido, en cuanto a cifras, entiende que no pudo crecer en volumen de manera sostenida “porque cuando está fuerte el mercado interno se complica el externo y al revés. Es difícil para una pyme que se de una instancia de crecimiento de todos sus segmentos”.
Sin embargo, su desafío es poder cambiar una realidad a partir del trabajo con productores de cercanía y lograr optimizar la eficiencia de agua y energética en su producción. “Eso es para nosotros tan o más importante que ser rentables. Es nuestro mayor activo”, concluye.
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