Las curiosidades argentinas no tienen límites. Mientras su principal producto de exportación logra un pico en sus cotizaciones, la misma cadena productiva entra en máxima tensión porque el Gobierno apela a una receta de consecuencias ya conocidas y fracasadas.
Los 500 dólares por tonelada de la soja en Chicago que captaron la atención del mundo económico y político en la Argentina dan cuenta de un mundo en el que la demanda de alimentos se recupera en forma paulatina, pese a que no terminó el desastre de la pandemia del coronavirus. Y el país, como exportador neto de productos agropecuarios, tiene una oportunidad única para aprovechar para satisfacer esa demanda. El campo responde rápidamente a los incentivos y es capaz de generar las divisas que la economía necesita para crecer.
Claro, se sabe que esos 500 dólares en Chicago no ingresan directamente en el bolsillo del productor. Hay que descontar 33% de retenciones y una cotización de dólar que no refleja la realidad del mercado. Y se sabe también que además del aumento de la demanda, por el factor de las importaciones Chinas, hay otros fundamentos de mercado que no siempre se conjugan en favor de una suba de las cotizaciones, como la sequía o la debilidad del dólar a nivel internacional.
Sin embargo, esa señal que hoy se emite desde Chicago en vez de ser decodificada en forma positiva, como una oportunidad para superar la crisis, desde el Gobierno la traducen en clave negativa. El presidente Alberto Fernández ingresó nuevamente en la zona de confusión conceptual al decir que el precio del asado en la Argentina es igual que en Alemania. Además de no ser cierto (los alemanes no comen asado, sino lomo o bife y lo pagan más caro) vuelve sobre la teoría de que en el país se tiene que producir sin ninguna influencia de la cotización del dólar. Es imposible: no pasa eso con ningún bien, todos los costos, en alguna parte de la cadena de elaboración, en menor o mayor medida, tienen como referencia el valor del dólar.
Lo que queda en evidencia, en este caso, es que los desequilibrios macroeconómicos (inflación y déficit fiscal) son los que provocan una distorsión real en los bienes. Pero es más fácil echarle las culpas a un sector y comenzar una peligrosa escalada de politización.
Esta es la sensación que se despertó en no pocos productores agropecuarios que, apenas conocida la restricción a las exportaciones del maíz, impulsaron la organización de asambleas y a la Mesa de Enlace, con excepción de Coninagro, a anunciar un paro agropecuario por tres días.
"Vemos que los temas que planteamos no se resuelven", dice el presidente de Confederaciones Rurales Argentinas (CRA), Jorge Chemes. "A eso se suma una lista de cosas que pasaron el año pasado que se viven como una agresión: los ataques a silobolsas, el impuesto a la riqueza, el cambio a la ley de manejo del fuego, la intención de imponer una Junta Nacional de Granos y las restricciones a los créditos del Banco Nación", añade. "No hay un horizonte claro y el productor está desconcertado", advierte.
Una contribución a encontrar ese rumbo partió de la propia cadena agroindustrial que buscó rápidamente presentar los números para dejar en claro que no falta maíz para el consumo interno y que no es necesario restringir las exportaciones. Al cierre de esta edición se esperaba que, tras la reunión de representantes del Consejo Agroindustrial Argentino (CAA) con los funcionarios del Ministerio de Agricultura, el Gobierno diera marcha atrás con la medida.
El punto crítico está en la avicultura. Las granjas no consiguen que les vendan maíz. Calculan que necesitan unas 650.000 toneladas hasta que ingrese la nueva cosecha. Dentro del propio CAA, en acuerdo con los exportadores, buscan una solución para levantar la suspensión. Con lógico temor, hay productores que temen que esto se transforme en una nueva restricción encubierta como creen que ya operó con el trigo de la campaña pasada.
En todo caso, fue el propio Gobierno que con esa medida dinamitó una herramienta de consenso que tenía disponible para que la cadena no se resintiera. "Todas las semanas veníamos reuniéndonos con funcionarios del Gobierno para llegar a acuerdos y de golpe saltaron con el cepo", se quejó un negociador del CAA.
Contradicción sobre contradicción: en uno de sus escasos contactos con el mundo empresarial, la propia vicepresidenta Cristina Kirchner había dado su visto bueno a la iniciativa del CAA para alentar las exportaciones sin descuidar el mercado interno.
El cepo al maíz golpeó por debajo de la línea de flotación un proyecto en construcción con mucho para discutir. De no corregirse quedará, nuevamente, como otra oportunidad desaprovechada y perdida.
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