Con su utilización se equilibra el balance de carbono en el suelo y aporta una mejora significativa a las propiedades físicas y a la fertilidad del suelo
Desde principios de la década del 90 se registró un avance sostenido en la producción agrícola nacional, con un crecimiento extraordinario de la superficie destinada al cultivo de soja en la región pampeana y extrapampeana. Esta situación se potenció con la rápida incorporación de la soja transgénica asociada al sistema de siembra directa, que posibilitó su cultivo en áreas marginales y en suelos con limitaciones para la agricultura convencional.
La intensificación productiva, sin las rotaciones adecuadas, ha generado especialmente en los últimos años, procesos degradatorios de suelos con disminución de su calidad. El cultivo de soja aporta un rastrojo rico en nitrógeno, que se descompone rápidamente, dejando muy escasa cobertura sobre la superficie del suelo. Debido a esta misma causa, la incorporación de materia orgánica es muy escasa con lo que la estructura del suelo tiende a volverse inestable y a densificarse. El monocultivo de soja no puede contrarrestar la densificación estructural por la causa mencionada y además porque el sistema de raíces genera menor cantidad de bioporos y agregados que las raíces de las gramíneas, tales como el maíz, el sorgo y el trigo. Cuando se realizan varios años de monocultura sojera, el suelo tiende a densificarse, a formar "pisos" o capas endurecidas que a su vez limitan el crecimiento de las raíces, y en algunos casos, determinan el cambio de dirección de las mismas.
Tal lo comentado, el proceso de expansión e intensificación productiva junto con la simplificación de los sistemas productivos, ha conducido a la disminución de la cobertura de residuos sobre el suelo. Esta situación tiene implicancias no solamente sobre el posible incremento de los procesos erosivos sino también sobre el balance de la materia orgánica, lo cual afecta la eficiencia del uso del agua, la estructura y la fertilidad del suelo. Cuando se privilegian secuencias de cultivos de alto margen económico en esquemas de corto plazo, generalmente se desarrollan sistemas productivos simplificados de mayor inestabilidad tanto productiva como ambiental, tal como viene ocurriendo en las regiones agrícolas de nuestro país.
La inclusión de los cultivos de cobertura, en sistemas de producción agrícola, aparece como una de las alternativas tecnológicas que mejora notablemente la situación descripta, equilibrando el balance de carbono en el suelo y aportando una mejora significativa a las propiedades físicas y la fertilidad del suelo. Estos cultivos se instalan entre dos cultivos de cosecha con el objetivo de mantener cobertura e incorporar carbono al suelo, evitar la pérdida de nutrientes móviles y mejorar la eficiencia del uso del agua.
Las especies más utilizadas en la región pampeana son los cereales de invierno (trigo, avena y centeno), raigras, triticale y leguminosas tales como Vicia sativa, Vicia villosa y tréboles. En el norte del país se emplean varias especies de Crotalaria, Vigna, lupinos y trébol blanco, con resultados muy promisorios.
Los cultivos de cobertura, cuando se utilizan durante varios años, promueven un flujo continuo de carbono al suelo tanto superficial por medio de la biomasa aérea, como subsuperficial a través del aporte de las raíces. Esta situación determina el incremento del contenido de materia orgánica de los suelos cuando se comparan con sistemas que no incluyen cultivos de cobertura. Otras de las ventajas de su utilización se relaciona con la posibilidad de disminuir la pérdida de nutrientes móviles, tales como nitratos y sulfatos, que ocurre principalmente en los otoños lluviosos. La presencia de un cultivo creciendo en esta época permite la captura del nitrógeno mineral residual, que de otra manera se perdería por lixiviación profunda, situación que reviste particular importancia en los suelos de texturas sueltas.
Mejor uso del agua
Asimismo, los cultivos de cobertura permiten mantener elevadas tasas de infiltración del agua de lluvia debido al incremento de la cobertura del suelo y de la macroporosidad, por descomposición de las raíces que generan un sistema de canales o galerías. La mayor cobertura de biomasa disponible disminuye la amplitud térmica del suelo superficial, que se traduce en menos pérdida de agua por evaporación. Esto genera una mejora en la eficiencia del uso del agua, que puede aumentar la disponibilidad para el cultivo agrícola siguiente. Para ello habrá que prestar atención al momento de secado del cultivo de cobertura que, sin duda, no deberá ir más allá de la floración si se trata de una leguminosa, y de la encañazón en el caso de las gramíneas, ya que a partir de estos momentos se incrementa significativamente el consumo de agua.
Otros beneficios adicionales de los cultivos de cobertura lo constituyen la fijación biológica de nitrógeno cuando se emplean especies leguminosas, que permitirá efectuar un ahorro en uno de los insumos más caros y estratégicos del ciclo productivo y también mantener a pleno la actividad biológica del suelo por intermedio del sistema radical, lo cual mejorará la estructura, porosidad y procesos relacionados con la fertilidad edáfica.
En síntesis, los cultivos de cobertura permiten incrementar la biodiversidad del sistema productivo, mediante la inclusión de nuevas especies, como forma de contrarrestar la simplificación del sistema productivo originado en la realidad incontrastable de los precios del mercado. De todas maneras, debemos ser conscientes de que la inclusión de los cultivos de cobertura, si bien mejora sustancialmente la situación actual con predominio del monocultivo, de ninguna manera reemplaza las bondades de una buena rotación con especies de gramíneas, imprescindible para una agricultura sustentable desde el punto de vista productivo y ambiental.
El autor es director del Centro de Investigación de Recursos Naturales del INTA
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