En la Exposición Universal de 1867, los cronistas de la época elogiaron la vestimenta y el carácter del habitante típico de las pampas
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Entre abril y octubre de 1867 tuvo lugar en París la Exposición Universal de productos agrícolas, industriales y obras de arte dispuesta por el emperador Napoleón III. Domingo Faustino Sarmiento visitó la muestra en su condición de ministro plenipotenciario en los Estados Unidos. Invitada la República Argentina a participar con los frutos de su suelo y manufacturas, el Congreso Nacional votó una inversión en dinero a efectos de promover y realizar aquella participación.
L’Exposition Universelle de 1867 Illustrée, publicación autorizada por la Exposición, dedicó dos artículos a las producciones de nuestro país y a su habitante más típico: el gaucho. El periodista Ernest Dréolle mencionó las “formidables” riquezas naturales y manufacturas exhibidas en el Campo de Marte correspondientes a “los gobiernos de la Confederación Argentina y de la Plata”. Dijo además que el gaucho llevaba lo mejor de la sangre española y de la raza india. Era orgulloso, independiente, noble y elegante. Experto en la doma y el cuidado del caballo, el animal era “su cabeza y su brazo”.
Los maniquíes expuestos en el pabellón argentino-uruguayo representaban uno al “gaucho rico”, vestido de gala; la segunda figura mostraba al gaucho tomando la infusión llamada “mate o té americano”, que le era ofrecida por “una joven paisana”; el tercer maniquí reflejaba al gaucho en ropas de trabajo, lanzando las boleadoras que atrapaban a la bestia perseguida.
La crónica describía también las distintas partes del traje gauchesco: botas de potro con espuelas, el calzoncillo de algodón que cubría las piernas y el chiripá, pieza que era reemplazo del pantalón y se ajustaba a la cintura por medio de una faja con franjas. “Sobre la faja se ubica el tirador, gran cinturón de cuero de colores, bordado en seda y adornado con botones de plata, por lo general monedas hispanoamericanas de uno a cinco francos”. El poncho, pieza de lana o algodón y seda con una abertura para pasar la cabeza, constituía una “vestimenta inseparable”. El conjunto se completaba con un pañuelo que cubría los cabellos o un sombrero de paja, fieltro o nutria y el facón, “gran cuchillo de hoja larga” y mango ornamentado.
En párrafo aparte se mencionó la “silla” o “recado”, verdadera cama formada por varias piezas de lana, cuero y tela que se sujetaban al lomo del caballo.
Por la figura expuesta, Dréolle deducía que las mujeres gauchas carecían de “un traje nacional propiamente dicho”: usaban una camisa simple, a veces adornada en el pecho, y un vestido alto de lana más un chal de algodón.
Asombraron al cronista los tejidos criollos y los objetos de hueso, madera o hierro trabajados artísticamente. También las preciosas lanas, cueros y pieles indígenas, como así las muestras minerales de San Juan, La Rioja y Córdoba y los mármoles mendocinos. La muestra presentaba esos “recipientes espléndidos y pintorescos llamados chifles, hechos con cuerno de res”, usados por los viajeros para beber “en los pasos de montaña o en los largos recorridos por las pampas”, según describió el artículo publicado a propósito de la Exposición.
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