Hace más de un siglo, en el barrio porteño de Los Olivos había vacas lecheras, alfalfa y quintas
A fines del siglo XIX se conocía como Los Olivos a un contado número de manzanas ubicadas al sur de Barracas al Norte, hoy barrio de Barracas, caracterizadas por sus quintas de alfalfa, árboles de olivo, calles de tierra, terrenos baldíos y escasos comercios. El doctor Lucas Benítez, médico que en su juventud fue guitarrero, actor vocacional y docente, publicó en 1965 la historia de aquel "pequeño pueblo" en el que la venta de leche se hacía con las vacas por las calles y los almacenes poseían despacho de bebidas con estaño, cancha de bochas y juego de sapo.
Se accedía al barrio por las calles de Santa Rosalía (Río Cuarto) y Tres Esquinas (Osvaldo Cruz), simple camino de tierra que se cortaba por una laguna cubierta de juncos sobre la que se había levantado un puentecito de madera. Este paso se utilizaba para cruzar a Barracas al Sur (partido de Avellaneda) o para tomar el ferrocarril.
Las cuatro quintas partes de Los Olivos se cubrían con "quintas de alfalfa" para proveer a las caballadas; era un "verde océano envolvente". "Daba la impresión de vivir un poco en la ciudad y otro en el campo —escribió Benítez—. Quizá más en esto último que en lo primero. Bastaba salirse unos metros de su perímetro, para tener la sensación de hallarse a pleno campo". Los quinteros, todos italianos, trabajaban con guadaña y sembraban al voleo. La tarea comenzaba por la tarde y terminaba a la noche. Antes del amanecer se ataban las cargas a los carros y así se procedía a la venta por carradas.
Fue la familia Zubizarreta, integrada por ilustres médicos, la que construyó la primera casa de material, espaciosa y moderna, de ese minúsculo barrio inicialmente alumbrado a querosén. Cada casa tenía su pozo ciego, pero el agua potable era el orgullo de sus habitantes. "Agua semisurgente, extraída por bombas de mano. Ligeramente salobre y en los meses de estío con un delicioso frescor natural que era alabado por todo el que la bebía."
El doctor Benítez describió en su obra aquellos patios de familia donde se bailaba la polca de la silla y de la escoba. "Para las vísperas del 25 de Mayo y el 9 de Julio, siempre se proyectaban reuniones de carácter extraordinario, que culminaban desde luego, con un baile de proporciones". El patio adquiría el esplendor de un salón de fiestas, "porque al adorno cotidiano de las flores se agregaban los emblemas de la Patria", y las lámparas se reforzaban con un pico de "gas a carburo" que proporcionaba una luz azulada y brillante.
El autor de Los Olivos: Barracas al Norte, 1895-1960, destacó en uno de sus capítulos que existía en las inmediaciones del Puente Victorino de la Plaza una playa de cien metros llamada La Elisita, deleite de su niñez, años en que los muchachos podían bañarse en un Riachuelo de aguas limpias y de aspecto similar a las de los riachos del delta.
Pablo E. Palermo
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