Los argentinos estamos siendo testigos de los incendios en Corrientes. Es terrible, impactante y desgarrador. Hace unos meses ocurrió en la provincia de Córdoba, en 2017 y 2018 en la provincia de Buenos Aires y La Pampa, y también en el sur del país. ¿Qué pasa? ¿Por qué pasa esto? ¿Razones? Muchas.
En este caso particular de Corrientes, para centrarnos en la actualidad hay varias razones: falta de precipitaciones desde hace meses de manera sostenida (casi no llovió en estos meses); elevadas temperaturas por arriba de un promedio en un verano muy seco; efectos del cambio climático, explicado sobre lo dicho anteriormente (menos lluvias y humedad, altas temperaturas, gran sequía); el factor negligencia, esto es posibilidad de falta de cuidados de las personas que pueden provocar algún incendio intencional (no comprobados en estos casos) y los contra y corta fuegos muchas veces realizados, otras no, (nada comprobado en estos casos tampoco) etc.
Lo cierto es que ya están afectadas más de 860.000 hectáreas de distintas producciones, dentro de ellas 30.000 de bosques nativos y otras 30.000 de bosques implantados, pérdidas que ya superan los $50.000 millones, y podemos seguir. La pregunta que surge es qué pasa el día después.
Cuando si Dios quiere empiecen a aflojar estos incendios, que llueva en los próximos días, y se empiecen a evaluar los daños en serio, se volverán (como ya comenzó) a “analizar” las causas, qué se hizo, qué no, qué se debería hacer, qué haber hecho. Todos los países que tienen producciones extensivas, intensivas, forestales, tienen riesgos de incendios en algún momento del año. Y se preparan para eso. Puede pasar, frecuentemente o no, pero puede pasar.
Alguna vez escuché que, dentro de la planificación de los incendios, el manejo del fuego, o como quieran llamarlo, existen lo que se llama las 4 P.
Tres de ellas tienen que ver con lo que el hombre puede y debe hacer: 1)proactividad 2) presupuestar 3) planificar y la última -o la primera según donde quieran mencionarla- es la P de precipitaciones, que en todos los casos es la única P que no podemos controlar.
Podemos analizar cada una de ellas y, seguramente, vamos a encontrar infinidad de falencias locales, que suelen ser justificadas con un relato de excusas que hasta son infantiles de escuchar o leer.
La verdad es lo que ya vimos en el principio de esta nota: personas que lo perdieron todo, puestos de trabajo literalmente desaparecidos, pérdidas materiales terribles, producciones que tardarán 10 años en recuperarse, y fundamentalmente el desánimo y la incertidumbre de no saber qué hacer de acá para adelante.
A modo de ejemplo y sabiendo que las comparaciones son odiosas, España destina por año más de 1000 millones de euros para estar preparados para el combate de incendios y manejo del fuego, 3000 brigadistas permanentes, 73 aviones hidrantes, y puedo seguir.
En América Latina tenemos otros ejemplos. Aquí contamos con una ley del manejo del fuego aprobada el año pasado que complica más aún todo en vez de estar cubiertos. Ni qué hablar de los recursos de todo tipo, lo estamos viendo en todos lados y, como siempre, terminamos en donaciones. Personas de buena actitud que recaudan más rápido que un aporte del Estado.
Hay algo que se llama responsabilidad y coordinación en el manejo de las crisis. Aquí en este tema faltó, evidentemente. Lamentablemente, lo de la provincia de Corrientes ya está, el daño está. Poder evitar estas catástrofes son temas que se planifican, se presupuestan, se manejan de forma proactiva y se calman con las precipitaciones. Señores del Gobierno, tomadores de decisiones, recuérdenlo y practíquenlo. Lo deberían hacer, es su obligación.
El autor es director General de CONFIagro. Fue ministro de Agroindustria de la provincia de Buenos Aires (2015-2019)
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