Frente a la arrasadora pandemia que está poniendo en vilo al planeta, las organizaciones internacionales ligadas a la alimentación, salud y comercio, a saber la FAO, OMS y OMC, han publicado conjuntamente el pasado 31 de marzo un comunicado alertando [a los países] "en la importancia de trabajar...en la minimización de los potenciales impactos [del coronavirus]en el aprovisionamiento de alimentos o en las consecuencias inesperadas en el comercio mundial y en la seguridad alimentaria".
Cabe preguntarse si esto es posible cuando se han prácticamente desmantelado a nivel mundial las políticas de reconstitución de stocks estratégicos y al mismo tiempo se globalizó la logística del "just in time" (flujo tenso), que está colapsando tanto en Europa como en los Estados Unidos en este preciso instante, y planteando un inmenso desafío a las cadenas agroindustriales.
"El aspecto misterioso de la enfermedad impacta tanto como el número de víctimas...Salta de una capital a la otra...Nuestra ignorancia reposa en la naturaleza del mal, como así también en su causa..., en su modo de propagación, y en la incertidumbre sobre el tratamiento curativo".
El párrafo anterior no guarda relación con el coronavirus. Es un relato descripto por el médico francés Louis-René Villermé de la pandemia de cólera que azotó Paris en 1832 y que arrojó tan solo en el mes de abril 12.733 víctimas fatales.
De este modo, el Covid-19 no constituye nuestra primera cita pandémica, ni la última de por sí. Lamentablemente, el Tinder epidemiológico vino para quedarse. Es por ello que se trata de identificar qué deberíamos reformar de aquí en más a fin de evitar a futuro las consecuencias nefastas que dicho virus está provocando a nivel mundial tanto en términos sanitarios como económicos.
Dado que el origen como el contexto en el cual se desarrollan las pandemias son muy variables, toda reforma tendiente a mitigar sus efectos debe ser permanentemente modificada en el tiempo, ya que "no reformamos para durar sino para cumplir", como dijo Edgard Pisani, coautor de la Política Agrícola Común (PAC).
En el contexto actual que atraviesan los países centrales, el Covid-19 puso de manifiesto que se deben cumplir en tiempo y lugar con las exigencias que plantea la demanda de artículos de primera necesidad.
En lo que concierne a los alimentos, a los cuales nos vamos a referir en estas líneas, el coronavirus resaltó la extrema fragilidad con la que cuentan las cadenas agroindustriales de los países centrales ya que, por un lado, la oferta se encuentra en ciertos casos geográficamente lejana a la demanda, y por el otro, la oferta geográficamente cercana de muchos alimentos -incluso sus excedentes- está mal repartida hace décadas a lo largo de la cadena comercial, lo que está generando en la actualidad fuertes subas de precio.
En Francia, las ventas de harina (en paquete) se duplicaron en la última semana de marzo respecto a la anterior, en tanto que las redes sociales explotaron ante la necesidad de conocer nuevas recetas caseras, esta vez ligadas no a la búsqueda del "libre de gluten", sino simplemente para alimentarse con productos de primera necesidad.
Los consumidores, particularmente los jóvenes, experimentaron por primera vez lo que se siente al ver literalmente vacíos los estantes de harina, arroz y fideos, alejándose, al menos por el momento, del gran debate societal ligado al bio, no OGM, no pesticidas, no etc.
Por su parte, los industriales se percataron de algo tan natural como evidente: la mitad de los envases de los paquetes de harina provienen de Alemania y de Italia. Las complicaciones logísticas ligadas al transporte y embalaje han provocado una fuerte demora en el ingreso de la mercadería en los supermercados, generando rupturas de stocks.
La harina en paquete representa tan solo el 5% del consumo nacional en Francia. ¿Pero qué sucedería si se produjeran rupturas de stocks en productos con mayor participación en el consumo? ¿Y qué sucede cuando el consumidor desaparece y la mercadería se convierte en stock no deseado (ya sea por su condición perecedera o porque no se cuenta con la infraestructura de almacenaje adecuada)?
La semana pasada, el propietario de Owyhee Produce, uno de los productores norteamericanos de cebolla con mayor integración vertical basado en el Estado de Oregon, aportó un dato estremecedor: un tercio del consumo de cebolla en los Estados Unidos reposa sobre cuatro rodados.
"Just in time", a imagen de un reloj suizo, la oferta responde a la demanda de forma instantánea. Los stocks son reducidos a mínimos simbólicos, camuflados en "stocks móviles" transitando las rutas. Todo funciona de maravillas hasta que el engranaje sofisticado del just in time sufre un desperfecto como todo reloj suizo.
Expuestas a la intemperie, cientos de toneladas de cebollas no pueden ser entregadas ya que el consumo fuera de domicilio está prácticamente paralizado en los Estados Unidos.
Por otra parte, la capacidad de procesamiento de los industriales está colapsada, ya que, a imagen de los productores, sus stocks son reducidos a su mínima expresión en búsqueda permanente del factor tiempo, que en este sistema es sinónimo de competitividad.
La competitividad existe en la medida que se pueda garantizar el suministro, cosa que, por diversas razones de orden logístico, no está sucediendo actualmente en muchos países del globo.
Este fenómeno no es ni más ni menos que el resultado de un largo proceso de desestimulo a la constitución de reservas estratégicas que en una época no solo estaban pensadas para garantizar la seguridad alimentaria sino también para posicionar excedentes comerciales en la escena internacional.
El caso del trigo, vaya producto con connotación estratégica geopolítica, si los hay, ilustra perfectamente lo dicho.
Los Estados Unidos liquidaron en 2008 la última reserva estratégica que les quedaba del programa Bill Emerson Humanitarian Trust que remplazó en 1980 el Food Security Wheat Reserve.
Por su parte, Europa desmanteló prácticamente la constitución de reservas estratégicas en el marco de la reforma de su política agrícola común llevada a cabo en 1992, reduciendo el precio interno de intervención a los valores del mercado mundial.
Los dos últimos párrafos ponen de manifiesto que tanto Estados Unidos como Europa "viven con lo justo" en materia de aprovisionamiento de trigo, y de granos en general.
¿Si ocurriese en alguna oportunidad una caída drástica de sus producciones, estos países recurrirían a China que cuenta con la mitad de los stocks mundiales de trigo (si los hay), o a Rusia, primer exportador mundial?
¿Suena descabellado este interrogante cuando semanas atrás el destino de un cargamento de barbijos consignado inicialmente a Île-de-France fue modificado en pleno tarmac del aeropuerto de Shanghái en beneficio de Washington quien ofreció a los chinos, cash, tres veces más del valor pactado al inicio?
Resulta en la actualidad evidente por qué razón el gigante eslavo introdujo a partir de 2009 la política de constitución de reservas estratégicas llevada a cabo en el pasado por sus principales competidores. Las mismas le permitieron a Rusia impedir las importaciones masivas de trigo durante la campaña 2010/11, y les permiten actualmente contar en todo momento con casi 2 millones de toneladas a fin de contener un eventual pico inflacionario producto de la depreciación del rublo, y a su vez conservar la supremacía en el podio exportador.
Dicha política de constitución de reservas estratégicas se enmarca en la doctrina de seguridad alimentaria adoptada por decreto presidencial en el 2010, que acaba de ser modificada en enero de 2020.
En lo que respecta a la producción de granos, Rusia se fijó como objetivo en 2010, el alcanzar un porcentaje de autoabastecimiento de un 95% al horizonte 2020. En el 2019, dicho porcentaje alcanzó un 170,8%.
Por último, el Covid-19 pone de relieve la necesidad de contar con stocks estratégicos no solo en las explotaciones agrícolas y silos portuarios como se pensó en el pasado, sino también a lo largo de toda la cadena comercial, ya sea tanto en las empresas como en los hogares de los consumidores.
No en vano el gobierno alemán adoptó en 2016 un plan de defensa civil tendiente a recomendar a la población el acopio de productos de primera necesidad por una duración de 10 días a fin de prepararse "para lo peor" (guerras, inundaciones, cortes de electricidad, etc.).
Sucede que los stocks no son gratuitos. La estructura que los alberga y el trabajo de mantenimiento en tiempo y forma de los mismos representan un costo.
A raíz del coronavirus, es muy probable que las autoridades de muchos países constaten que la reconstitución de stocks estratégicos representa más bien una inversión que un costo para el conjunto de la sociedad, lo que podría desembocar en el relanzamiento de políticas públicas que inciten al sector privado a invertir en almacenaje estratégico.
En la urgencia, los países ricos pueden decidir de la noche a la mañana inyectar al sistema financiero un torrente extraordinario de masa monetaria con el fin de contener los estragos que está causando esta pandemia en términos económicos. No obstante, imprimir billetes resulta sencillo. Imprimir alimentos, resulta imposible.
El autor es consultor internacional, exresponsable del área estratégica de mercados de France Export Céréales y coordinador de TrigAR 2019
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