La pandemia global del virus Covid-19 ha generado una crisis sin precedentes que afecta tanto a las economías del mundo desarrollado como las que están en vías de desarrollo. Pero como toda crisis, este fenómeno está generando oportunidades para diversos mercados, entre ellos el de las legumbres.
Las primeras semanas desde que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al nuevo coronavirus como pandemia fueron la primera muestra: a medida que los mercados entraron en cuarentena, generaron una explosión de consumo con un aumento del 300 por ciento en relación a las semanas anteriores.
Ahora, el flujo de comercio parece haber vuelto a carriles más normales, pero lo mismo se mantiene por encima de lo normal para esta época del año.
Hay dos factores que inciden en que el mercado de las legumbres sea uno de los pocos que logran eludir los efectos recesivos de la pandemia.
El primero es la reducción de ingresos de la población, que necesita conseguir las proteínas para alimentarse de un modo más barato. Las legumbres valen la tercera parte de lo que cuesta una tonelada de carne porcina, por ejemplo, y tienen un mayor rendimiento: con un kilo de estos alimentos comen 10 personas; con uno de carne, solo tres.
El otro factor es que con más gente viviendo en sus hogares las cocinas empezaron a funcionar más asiduamente. Con las harinas, por ejemplo, se ha detectado un crecimiento de las ventas porque hay más fabricación casera de pan: a quien tiene problemas económicos, le es más barato amasarlo que comprarlo en una panadería; quien no tiene problemas, lo mismo prefiere no salir de su casa y amasarlo como una actividad de distracción.
Con las legumbres sucede lo mismo y hay que sumar un factor adicional: son parte de la ola de alimentación saludable que desde hace tiempo se está extendiendo por todo el Planeta.
Por eso es probable que, aun cuando se acabe la peor parte de la pandemia, el comercio mundial de legumbres se establezca un 10 por ciento por encima de los valores anteriores.
Precios y logística
No obstante, no hay que entusiasmarse con que eso signifique mejores precios internacionales. En garbanzo, por ejemplo, recién este año podrán empezar a reducirse los elevados stocks mundiales. Lo que sí es probable es que las cotizaciones tiendan hacia una normalidad que hace dos años no se ve, tras el pico de 2017 que llevó a todos los países a producir más, inundando el mercado con una sobreoferta que se extendió durante dos años y derrumbó los valores a sus mínimos históricos.
Otro factor a tener en cuenta es que está resentida la cadena logística. Al estar muchas administraciones públicas cerradas y restringida la circulación portuaria, el movimiento de mercaderías se complica. Por eso, el que tenga más aceitado estos eslabones es el que estará ganando mercados.
Es probable, además, que se potencien las medidas sanitarias que imponen los países para el ingreso de alimentos, con controles más finos. Esto significa una mayor necesidad de trazar la producción, un aspecto en el que la plataforma Agtrace puede ser de gran utilidad.
En este contexto, a las legumbres argentinas se les sumó en las últimas semanas un factor que incrementa la posibilidad de aprovechar oportunidades en medio de la crisis: la aprobación, por parte de China, de las primeras plantas habilitadas para exportar arvejas a ese destino. De hecho ya se comenzaron a cerrar los primeros negocios a modo de hacer funcionar la cadena.
Esto significa una ventaja para nuestro país, pero hay que ponerla en su justa dimensión: en potencialidad, es gigante como China; en lo real, por ahora no lo es tanto. Y como en todo para pasar de lo potencial al acto hay que trabajar.
Un primer trabajo que habría que hacerse es separar las posiciones arancelarias de las arvejas verdes y las amarillas, que son las que quiere comprar la nación asiática. Hoy se exporta todo como si fuera arveja verde, que tiene un precio mayor que la amarilla: eso provoca que se paguen retenciones más caras por este último producto que las que abonaría si tuvieran posiciones arancelarias diferentes.
No es excusa para que no haya operaciones de exportación, pero sí es algo que puede afectar la sustentabilidad del negocio en el largo plazo y limitar un crecimiento que podría ser exponencial.
La Argentina exporta 60.000 toneladas de arveja por año y podría llegar en poco tiempo a 280.000, pero hay que generar las condiciones para eso. La arveja está mejorando su consumo en todo el mundo porque se usa para enriquecer pastas en base a trigo y porque es uno de los ingredientes principales de las hamburguesas veganas. A nuestro país se le abrió el mercado más grande de todos y que crece entre 10 y 15 por ciento por año. Es momento de aprovecharlo.
El autor es ingeniero en producción agropecuaria y CEO de Agtrace
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