Desde que se decretó el aislamiento obligatorio por el coronavirus, la vida en las escuelas se volvió desierta y fueron las clases virtuales en los hogares las que tomaron fuerza. Para los alumnos de la escuela rural N° 5197 del paraje El Carmen, a 40 kilómetros de Pichanal, en Salta , con la falta de tecnología a su alcance no iba a resultar tan fácil.
Para Adelaido Sánchez, profesor de matemáticas de ese establecimiento, no había que dejar "a pie" a sus 15 alumnos, de 3º y 4º año de secundaria. Enseguida buscó la manera de acercarle material de estudio a sus hogares. Él mismo se convirtió en el canal de conexión con los estudiantes y su moto el vehículo que lo transporta por parajes lejanos donde viven sus alumnos, como las fincas La Cañada o Las Bateas. Así hace más de 100 kilómetros por día.
Para el docente, de 37 años, los chicos no tienen la culpa de la situación que deben vivir en medio de la nada. "No quise que mis alumnos se retrasen y que sientan diferencias con otros chicos de la ciudad que están conectados. No los quería defraudar, por eso decidí acercar los deberes a sus casas", contó a LA NACION.
El salteño se siente identificado con la vida de esos chicos de campo. Su historia se asemeja mucho, porque cuando era niño vivía en el interior del Chaco salteño, lejos de la ciudad, donde su padre criaba ganado, cabras, gallinas y sembraba maíz y zapallo. Muchas veces lo ayudaba en las labores.
Su madre fue costurera y siempre les cosía ropa a los siete hijos. "Recuerdo a mi madre hacernos las mochilas de viejos blue jeans en desuso para llevar los útiles a la escuela rural, a la que llegábamos a caballo o a veces andando a pie más de ocho kilómetros", describió.
Ya en la secundaria lo mandaron a Orán a vivir con unos parientes y para ayudar a su economía por la tarde trabajaba en las cosechas de tomates, tarea que continuó en los primeros años del profesorado de matemáticas, hasta que se hizo de alumnos particulares. Ni bien recibido, en 2012, comenzó a trabajar en la escuela rural del paraje El Carmen.
"Disfruto mucho de mi trabajo porque al igual que yo los alumnos del campo tienen ganas de superarse. No me hacen renegar. Me recuerda a mi escolaridad en el Chaco salteño", relató.
Cada mañana, en su casa en Pichinal, prepara los ejercicios y las explicaciones de como realizarlos en un word y se los envía a un conocido para que los imprima -no tiene impresora-, haciéndose cargo del costo. Ni bien están listos, agarra la moto y recorre más de 100 kilómetros hacia los diferentes parajes y fincas para entregar los trabajos.
"Casi siempre les caigo de sorpresa y ellos me reciben con una sonrisa diciendo ‘ahí viene el profe’. Están contentos de verme. Como no les avisó cuando voy a ir, a veces cuando llego están cuidando sus animales o sembrando. Entonces les entregó los deberes a las madres y luego les mando mensaje de voz para explicarle en detalle los ejercicios", detalló.
Sin computadoras ni Internet y a veces sin crédito en los celulares, se hace sacrificado y costoso el trabajo del docente rural. Sin embargo, Adelaido entiende que esa falta de recursos no debe ser una interferencia en el estudio de los chicos. "Vale la pena intentar porque son chicos comprometidos que quieren tener una oportunidad en la vida como la tuve yo", dijo.
"No soy solo yo, es toda la docencia rural la que está comprometida con el trabajo. A pesar de las dificultades por los viajes largos a la escuela (80 kilómetros diarios), soy un agradecido de mi profesión. Estoy feliz de ser docente, encima me pagan por hacerlo. Es un privilegio, siento que fui premiado por Dios", concluyó.
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