Mientras los países siguen enfocados en controlar la pandemia de coronavirus e intentar contener el descalabro de sus economías aumentando el gasto, subsidios y estímulos fiscales, el deterioro en el balance de los bancos, como resultado de un tsunami de defaults en sus préstamos, está reduciendo el crédito al sector privado, justo cuando más lo necesitan.
Porque el impacto económico del coronavirus no hace otra cosa que dejar al desnudo a los mercados financieros, que atrapados en su propio laberinto de exuberancia irracional y excesos, empiezan a corregir. A diciembre de 2019, el indicador deuda/PBI global, que incluye la deuda de individuos, empresas y gobiernos a bancos, instituciones no financieras, fondos soberanos o mercado de bonos, alcanzó el récord histórico del 322%.
En los Estados Unidos, solo en un mes, 22 millones de personas perdieron su empleo, y no podrán pagar sus préstamos personales, hipotecarios o prendarios. Por otro lado, empresas en sectores como petróleo no convencional, turismo, hoteles, aviación y las pymes satélites, son los primeros en sufrir los efectos de la pandemia, y también tendrán problemas para pagar sus deudas.
Además, el efecto dominó en la economía americana impacta a las empresas de todos los sectores con récords históricos de endeudamiento. Mientras que en Europa, si bien la banca está mejor capitalizada que en la crisis del 2008/9, priorizará su crédito disponible para las empresas locales, y relegarán a las de otros países.
En la Argentina, el impacto del coronavirus puede ser devastador, porque ataca a una economía que ya navegaba a la deriva, con las defensas bajas y sin acceso al financiamiento externo, por tener una calificación crediticia por debajo del Congo o Irak y, además, ser considerado un paria en el mundo financiero.
Las empresas, sobre todo pymes, que ya sufrían tasas de interés elevadas, atrasos en la cadena de pagos y limitaciones de crédito por la baja profundidad del mercado financiero, están asfixiadas y la mayoría depende del salvataje estatal para no quebrar.
Mientras el Gobierno no tiene otra alternativa que emitir moneda para intentar mitigar el cierre de empresas, el aumento del desempleo y la pobreza, también presiona a los bancos privados para que presten a tasa subsidiada y sean otra barrera de contención al desplome de la economía. Pero como la demanda de crédito es tan desproporcionada a las posibilidades de los bancos, estos seguramente tengan que enfrentar dilemas similares a la de los médicos en las situaciones límite de la pandemia: quién recibe el respirador artificial y quién no.
Con la magnitud del problema económico y el drama social, el gobierno debiera dejar de lado la caza de brujas o de buscar chivos expiatorios, porque quienes más tienen, trabajan o producen, van a ser parte de la solución, no del problema.
El verdadero problema es enarbolar la bandera de la equidad pero manteniendo un Estado elefantiásico, ineficiente, infectado de corrupción y adicto al gasto que asfixia y abusa con impuestos al sector privado. El otro problema es la Justicia, tan autodegradada y politizada que parece una agencia que reparte indultos y favores.
La popularidad que logró el Gobierno por el manejo sanitario es la oportunidad para convocar a los más idóneos y diseñar un plan económico de reconstrucción, que incluya reformas estructurales y recortes en el sector público para reactivar al sector privado e incentivar inversiones productivas. Y empezar con el complejo agroindustrial, clave como motor de desarrollo, efecto multiplicador, generador de divisas, y en las relaciones comerciales-financieras con el mundo, reduciendo la brecha cambiaria, dando certezas con las retenciones y mejoras para la competitividad de las economías regionales.
"Toda dificultad eludida se convertirá más tarde en un fantasma que perturbará nuestro reposo". Frédéric Chopin.
El autor es socio de Grupo Agrarius (www.grupoagrarius.com)
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