Ignacio Contreras tiene tres pasiones: la ganadería, el tambo y la cocina. A los 14, mientras estudiaba, comenzó a ayudar a su padre Ricardo en la veterinaria ubicada en San Vicente, a unos 50 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires.
Atendía en el negocio, lo acompañaba a los campos, lo vio (y aprendió) a vacunar, inseminar, y pasó tardes enteras con el ganado. Ahí descubrió su vocación por la producción.
Cuando terminó el secundario decidió estudiar en la Facultad de Ciencias Veterinarias en la Universidad de La Plata (UNLP). Le costaba dividirse entre los libros y las cursadas, y seguir acompañando a su padre. Un día dejó de hacerlo pero solo por nueve meses, lo que le llevó a rendir los 14 finales que le faltaban para finalmente obtener su título de veterinario a los 25.
Quizá motivado por la profesión de su madre, maestra rural y catequista, dio clases en el Instituto Agrotécnico San José de San Vicente. Allí y a la par de los alumnos, aprendió a elaborar quesos.
Como un presagio de lo que marcaría su profesión, y su vida, comenzó su actividad en 2001, en plena crisis en la Argentina. Ese año un cliente de la veterinaria de su padre le ofreció un campo de 150 hectáreas en San Vicente. El país no estaba para invertir, pero Contreras vio una oportunidad. Formó una sociedad con dos personas y se lanzaron al negocio.
Con el tiempo pudo comprar 60 vacas lecheras para el ordeñe. "La producción era mínima, hacíamos 11 litros al día por animal. Un año después de haberlo alquilado se fueron los dos socios y me quedé solo, luchando lomo a lomo y con una deuda infernal", recuerda el tambero.
Los tiempos que siguieron fueron los más difíciles: lluvias, inundaciones, caída del precio de la leche. En ese momento, ya elaboraban la masa para muzzarella y quesos que vendían en San Vicente.
El alivio
En 2004 llegó el respiro. Subió el valor de la leche y pasó a tener casi 100 vacas en el tambo. "Elaborábamos la masa en el campo y la llevábamos a una fábrica llamada La Vicentina (de su propiedad) donde producíamos muzzarella", explicó. Contreras nunca vendió leche fluida.
La demanda crecía y el productor alquiló un segundo campo a 25 kilómetros del primero. Instaló otra fábrica para elaborar quesos y dulce de leche. Vendió La Vicentina y comenzó a criar terneras.
A los 34 años vino otra oportunidad. Con ayuda de su padre, compró un campo de 245 hectáreas e instaló la fábrica definitiva. Se desprendió de los otros dos establecimientos rurales, vendió 200 animales y sólo se quedó con 60 vacas lecheras, las terneras y alguna maquinaria. "Empecé a vender los primeros quesos en un local chiquito y nos empezamos a hacer conocidos: la marca siempre fue "Mi viejo", afirmó.
Dificultades
Pero en 2014 llegaron las inundaciones. El productor no podía acceder al campo para dar de comer a los animales. Además, se sumó el derrumbe del precio de la leche. "Tuve que vender 165 vacas para pagar cuentas, y me quedé solo con 60, de nuevo", explicó. Muchos tambos cerraron sus puertas en varias regiones.
El negocio sobrevivía a duras penas gracias al esfuerzo de Contreras para sostenerlo día a día. "El dinero no alcanzaba, llovía, tenía presiones de la gente por cobrar, trabajaba a las 4 de la mañana yo solo haciendo rollos", recordó.
Su cuerpo le pasó factura. En julio de 2017 estuvo 15 días internado. Los médicos no podían descubrir qué tenía. Lo intervinieron quirúrgicamente en un pulmón. "Después, tuve que hacer tratamiento de quimioterapia durante seis meses. Fue una enfermedad autoinmune causada por el estrés. Me podría haber muerto."
Hoy, con 44, Contreras divide sus días entre el campo, donde hace desde los tactos e inseminaciones hasta las pulverizaciones, el tambo (con 130 vacas), la fábrica y el comercio. "La marca se empezó a hacer conocida: empezamos a vender cada vez más productos: muzzarella, ricota, quesos saborizados, en barra, cremoso, provoleta, sardo, entre otros", explicó.
La semana que viene abrirá su segundo local también en San Vicente, a diez cuadras del primero. "La gente nos conoce y nos elige y eso nos pone muy contentos", contó.
Hay personas que trabajan toda su vida sin saber lo que las apasiona. Contra viento y marea, este no es el caso de Contreras.