El suelo es un recurso no renovable y es el sustento que provee de alimentos, forraje, fibra, biocombustibles como así también de refugio y ambientes recreativos. En este sentido, sustentabilidad y rentabilidad van de la mano. Para mantener la fertilidad de un lote, las secuencias agrícolas actuales necesitan ser manejadas con mayor diversidad de especies y con un mejor aprovechamiento de los recursos disponibles como agua, luz y nutrientes.
Existen procesos que atentan contra esta capacidad productiva que son irreversibles (por ejemplo, las erosiones hídrica y eólica), mientras que otros procesos de degradación pueden ser controlados. Por otra parte, cada suelo tiene características y limitaciones propias y se ubica en un ambiente específico, por lo que el manejo de la fertilidad es diferente en cada uno de ellos, apuntando siempre al factor ambiental que más limita su capacidad de producción.
Para que un suelo tenga óptimas condiciones de funcionamiento para el desarrollo de las plantas, debería presentar una estructura estable, que permita una correcta entrada y circulación de agua y aire y la exploración de raíces del mayor volumen de suelo posible. Prácticas como la rotación con gramíneas de verano e invierno en siembra directa permiten reconstituir la pérdida de porosidad y en el largo plazo incrementar o mantener el nivel de materia orgánica del suelo en cada lote.
El contenido de materia orgánica de un suelo es considerado el indicador por excelencia de la calidad del mismo. La misma está formada por residuos vegetales y animales en distinto grado de descomposición, juega un rol fundamental en la estructura y en la fertilidad química del suelo, contribuyendo a la formación de los agregados y brindando los nutrientes necesarios para el crecimiento de los cultivos. Las rotaciones con cultivos voluminosos, la inclusión de cultivos de cobertura, la fertilización y el manejo de los residuos a través de la siembra directa, son algunas de las prácticas que mayor efecto positivo ejercen sobre el contenido de materia orgánica del suelo a través del tiempo.
Si bien, en términos generales, el cuidado de la fertilidad de un lote de producción implica tener el suelo cubierto la mayor parte del año, utilizando prácticas conservacionistas con mínima o nula remoción de los residuos (por ejemplo, la siembra directa), incluyendo pasturas o aumentando el número de cultivos en el tiempo ya sea para grano o como cobertura. En agricultura de secano, la cantidad de cultivos por año que se incluyan en una rotación dependerá del balance hídrico.
En zonas semiáridas, por ejemplo, se ha observado que el efecto positivo de incluir gramíneas en la rotación incide sobre una mayor eficiencia en los procesos de captación, almacenaje y uso del agua que han dado lugar a un mayor rendimiento del cultivo.
En regiones más húmedas, por otra parte, donde se pueden planificar rotaciones más intensivas, se ha observado que rotaciones Maíz_Trigo-Soja permitirían incrementar las reservas actuales de carbono en contraposición al monocultivo de soja. El efecto positivo en el balance de carbono de estas rotaciones dependerá de la periodicidad de los aportes de residuos, la duración de los períodos de barbecho y la actividad microbiana.
Teniendo en cuenta la diversidad de ambientes y oferta de recursos de la región productora de cereales y oleaginosas de Argentina, es importante planificar la rotación en forma particular para cada región en base al recurso que más limite la producción. Esto asegurará secuencias "amigables con el ambiente" contribuyendo a la sustentabilidad y rentabilidad de los sistemas de producción.
Los autores integran el INTA Oliveros
Fernando Salvagiotti y Silvina Bacigaluppo
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