Hace una década las 360 hectáreas eran desierto. En 2015 comenzaron a producir vino y aceite de oliva y hoy Altos de Tinogasta –en la región del mismo nombre en Catamarca - fabrica 300.000 litros de vino (15% se exportan a China y Europa ) y 200.000 litros de aceite que venden al mercado interno y a España.
La tecnología de riego por goteo fue crucial para transformar el lugar y la incorporación de paneles fotovoltaicos permitió una fuerte reducción de los costos de energía. En total la inversión del fideicomiso propietario de la finca Altos de Tinogasta fue de US$10 millones.
Juan Ruedín explica a LA NACION que las tierras al pie de la cordillera de los Andes eran una "zona desértica abandonada que pudo transformarse con tecnología israelí de riego por goteo y buenas prácticas". Cuentan con tres pozos de 130 metros de profundidad y una capacidad de 300 metros cúbicos para regar –sin pérdida de agua- tantos los viñedos como los olivares.
Del total de hectáreas a 1400 metros de altura, 250 son de olivos y el resto, uvas. Las cepas que cultivan son malbec, syrah, tempranillo y cabernet savignon; en blancos, chardoney y torrontés. La gran amplitud térmica y la alta insolación son características determinantes para asegurar el rinde y la calidad de los vinos.
El año pasado la empresa inauguró su parque de energía solar que produce 1MW/hora y les permite abastecer el 70% de su consumo. "El costo de la energía implicaba el 42% del total y era insostenible, por eso se decidió invertir en paneles solares. Entendíamos que la amortización sería en cinco años; ahora no estamos tan seguros", apunta Ruedín.
Agrega que el objetivo, además del ahorro, fue minimizar lo más posible la huella de carbono que pueda dejar la actividad productiva. La finca está en proceso de certificar producción orgánica en los olivares que requiere de cinco años sin aportes de fertilizantes inorgánicos. "Nosotros utilizamos los subproductos de la vid y del olivar, pero todavía no alcanza", reconoce Ruedín.
Una particularidad del emprendimiento es que tiene, además del costado agroindustrial, uno vinculado con el real state: permite a inversores adquirir una parcela de vid o de olivos, ya implantada, que se escritura a su nombre, con su respectiva bodega y planta elaboradora de aceite. La rentabilidad anual fruto de la comercialización de los productos, se distribuye en forma proporcional entre todos los propietarios que aportan su cosecha, sin importar el rinde particular de cada parcela, sino la producción total de la finca.
"Este esquema nos permite ser una empresa sustentable, no endeudada –describe Ruedín-. Garantizamos un rinde anual mínimo de seis por ciento en dólares pudiendo llegar al 10% con la madurez total de las plantas. Hoy el olivar produce 6000 kilos de aceitunas por hectárea y en la madurez lo duplicará". La finca emplea a 30 personas de manera directa.
El mercado
Comerciantes chinos que buscaban en la Argentina vinos para importar fue la oportunidad para que la marca ingresara a ese mercado que hoy representa el 70% de sus exportaciones. "Les gustó el ambiente, la modalidad de producción, el paisaje. No dudaron de la calidad de los productos que podían hacerse", dice el empresario.
El 85% de las ventas al exterior son malbec. En Europa, el Reino Unido es el principal destino de los envíos. Llegaron a través de una cadena de restaurantes argentinos asociados al polo. Todas las operaciones son con vinos fraccionados con la marca Altos de Tinogasta.
En el caso del aceite de oliva -extra virgen con una acidez menor a 0,3%- producen tanto para otras marcas como con la propia. "Producimos premium para la principal empresa argentina y vendemos a Brasil y a España –agrega Ruedín-. Es de muy buena calidad, a punto tal que los españoles le ponen su marca y lo venden al doble ya que tienen contratos muy superiores a los que pueden atender con su propia producción. Los costos logísticos complican la exportación en botella".
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