El origen del conflicto comercial entre Estados Unidos y China radica en la necesidad de EE.UU. de reequilibrar su balanza comercial con el país asiático (y el resto del mundo), reduciendo el saldo negativo existente.
En 2017, ese saldo ascendió a US$862.700 millones, de los cuales un 46% correspondió al saldo negativo con China (US$396 mil millones, aproximadamente). La aplicación de medidas a China -y otros socios comerciales-, el estancamiento de las tratativas para alcanzar el Acuerdo Transatlántico con la Unión Europea e incluso la renegociación del tratado del Nafta se enmarcan en la estrategia del gobierno de EE.UU. para hacer frente a este creciente déficit comercial.
El puntapié inicial estuvo vinculado al acero y al aluminio, productos para los que el Departamento de Comercio de EE.UU. determinó que su importación representaría una amenaza a la seguridad nacional. El resultado fue la imposición de aranceles de 25% y 10%, respectivamente, a las importaciones de estos productos que en primera medida afectaron a China pero luego se expandieron a Canadá, México y la UE, entre otros.
Lo que siguió fue una batería de respuestas en forma de represalias. China aumentó primero aranceles abarcando productos por un valor de US$2746 millones y luego, como respuesta a las medidas a productos tecnológicos, siguió con aranceles que afectan al comercio de US$50.000 millones.
Canadá hizo lo mismo por montos cercanos a los US$13.000 millones, la Unión Europea por US$7000 millones -la mitad de lo cual se aplica inmediatamente, el resto de manera diferida- y México elevó aranceles principalmente a productos agrícolas, similar al accionar resuelto por la India.
Al ser Estados Unidos uno de los principales actores del comercio agroindustrial, las medidas se direccionaron en parte hacia dichos productos. Así, la soja fue la gran afectada por la reacción de China, pero también se vieron perjudicados el algodón, el vino y la carne de cerdo, por citar algunos productos.
Bajo estas premisas evaluamos qué efectos podrían tener estas medias en el sector agroindustrial argentino desde dos perspectivas. En primer lugar, se analizó específicamente el caso de la soja, de donde surge que la medida china afectaría al precio del poroto en EE.UU. en 15,5 dólares por tonelada o un 4 por ciento.
Para la Argentina, en cambio, el precio FOB se incrementaría en 6,5 dólares. Se debe notar que esto corresponde a un análisis de mediano plazo, por lo que en el corto plazo podrían observarse oscilaciones de precios mayores, debido a que las decisiones de producción de la campaña corriente ya se encuentran tomadas.
Este cambio en los precios se reflejaría en modificaciones de las decisiones de siembra por parte de los productores, aunque no de gran magnitud, cayendo el área de soja en EE.UU., e incrementándose el área de cereales. En la Argentina el efecto sería exactamente el inverso.
Dado que la medida china se impone solamente sobre el poroto de soja y no el aceite y la harina, el menor precio en el mercado estadounidense resulta en una mejora en los márgenes de industrialización en ese país, de manera que se observaría un incremento en las exportaciones de subproductos de soja.
Como contraparte, el incremento del poroto de soja argentino podría afectar el procesamiento local, con una leve retracción en las exportaciones de subproductos, y un incremento en las exportaciones de poroto.
Productos y oportunidades
En segundo lugar, se analizó el potencial de los productos argentinos para reemplazar a EE.UU. en aquellos mercados en los cuales se le aplicó algún tipo de represalia.
En el mercado chino, entre los bienes con potencial se incluyen porotos de soja, maíz, trigo, carne bovina, leche en polvo, tabaco, arroz, entre otros. Por el lado de la UE se identificaron el maíz, los maníes preparados o conservados, el poroto, arroz semiblanqueado o blanqueado y arroz partido. Y en Canadá solo existiría potencial para exportar dos productos: preparaciones y conservas de carne o de despojos de bovinos y confituras, jaleas y mermeladas, purés y pastas de frutas u otros frutos.
En consecuencia, si bien existen productos que podrían aprovechar esta coyuntura y ser exportados hacia destinos que podría dejar vacantes EE.UU., no debe perderse de vista que el cierre puede ser circunstancial, por lo que una estrategia interesante para la Argentina podría consistir en la consolidación del acceso a los mercados de referencia.
En ese sentido, se deben aprovechar los procesos negociadores ya iniciados por el Mercosur con la UE, Canadá y la India, la profundización del acuerdo existente entre la Argentina y México y hasta la eventualidad de un acuerdo comercial con China, que no necesariamente debe ser de libre comercio, sino que bien podría apuntarse a un acuerdo de preferencias fijas.
Una mención aparte merece el encuadramiento legal de estas medidas. EE.UU. señala que se trata de una medida justificada en el Artículo XXI del GATT, esto es una excepción relativa a la seguridad nacional, mientras que sus socios comerciales sostienen que es una salvaguardia. Y de acuerdo a este último criterio se habilita a los mismos a requerir una compensación por la medida estadounidense, conforme al dispuesto en el Acuerdo de Salvaguardias. Todo esto deberá dirimirse en la OMC, donde la mayoría ya ha presentado los pedidos de consultas correspondientes.
Ahora, si bien en el corto plazo pueden vislumbrarse algunas oportunidades comerciales, este tipo de conflictos con escalada de proteccionismo no son para nada positivas para el comercio y tampoco para el sistema internacional de comercio, en especial, si los involucrados son los actores de mayor peso.
El autor es director de la Fundación INAI
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