Una vez más lluvias de gran intensidad y magnitud acaecidas principalmente en el norte de Buenos Aires, centro y sur de Santa Fe y sudeste de Córdoba han costado daños humanos, cientos de evacuados y pérdidas materiales cuantiosas. Sin duda alguna, la variabilidad climática con precipitaciones entre 200 y 300 milímetros en menos de tres días, ha jugado un rol fundamental en señalar la magnitud del problema de las inundaciones que en forma recurrente, golpea a distintas regiones de nuestro país.
Hasta hace unas pocas semanas, el panorama era totalmente opuesto, con cultivos de maíz sufriendo estrés por falta de agua y siembras de soja de segunda seriamente afectadas por la misma causa. En un par de días, pasamos de un paisaje de sequía a otro de suelos anegados con elevación de las napas freáticas, en un amplio sector de la zona más productiva de la región pampeana. Si bien el problema ha sido históricamente recurrente, indudablemente se observa en las últimas décadas un aumento de los eventos de lluvias de mayor intensidad, que está agravando el problema de anegamientos e inundaciones.
Siempre que ocurren estos ciclos, inmediatamente en medio de la crisis y en forma absolutamente justificada, comienzan los afectados a solicitar "obras" que solucionen definitivamente el problema y los gobernantes de turno a explicar las obras planificadas para los próximos años.
Sin duda alguna, en la medida que estas obras en su gran mayoría hidráulicas se concreten, contribuirán a mitigar las inundaciones, pero seguramente no resolverán el problema en forma completa ya que en general apuntan a tratar los efectos sin resolver las causas. El problema debe comenzar a resolverse donde se genera: en el ámbito rural. Esto ya fue planteado por Florentino Ameghino en 1884, en su obra Las secas y las inundaciones en la Provincia de Buenos Aires, al expresar que el agua se la debe retener donde cae, ya que cuando no infiltra en el suelo, escurre hacia los bajos y cursos de agua, causando anegamientos e inundaciones.
El análisis de las principales zonas productivas afectadas, permite comprobar una importante afectación de la condición física de los suelos, causada principalmente por el abandono de la rotación de cultivos y su reemplazo por el monocultivo de soja. Resulta frecuente verificar suelos compactados, con tendencia a la formación de costras y sellos superficiales que limitan la infiltración del agua de lluvia.También se visualizan como temas preocupantes la disminución del contenido de materia orgánica y fertilidad de los suelos, el incremento de la erosión y la afectación del proceso hidrológico a nivel regional, lo que genera incrementos de los escurrimientos superficiales y una concentración rápida en los puntos más bajos del relieve o de la cuenca. Resultará imposible controlar las inundaciones solamente con obras estructurales en los puntos de concentración de los escurrimientos, si no se atiende la problemática de origen en los lotes mediante la aplicación de un manejo adecuado del suelo.
Las soluciones deberán ser integrales para poder resolver definitivamente un grave problema que tiende a incrementarse en un marco de variabilidad climática creciente.
Una cuestión pendiente en este camino es contar con una ley nacional de suelos que promueva, mediante estímulos fiscales y económicos, la adopción de buenas prácticas.
Tal vez lo adecuado sea establecer el criterio de "presupuestos mínimos", o sea, el de umbrales mínimos de protección de los suelos en todo el territorio nacional a los efectos de impulsar acciones públicas integrales coordinadas entre la Nación y las provincias. Ello permitirá a su vez, articular una frondosa cantidad de leyes, decretos y resoluciones, que a nivel provincial atienden la normativa relacionada a suelos y aguas.
El cuidado del suelo, de su integridad y sus funciones constituye un componente fundamental en la solución de las inundaciones. Así se reducirán los escurrimientos, acotando las obras de drenaje a la eliminación de eventuales excedentes hídricos.
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