Durante mucho tiempo, la Argentina vio a Ceferino Namuncurá a través de una fotografía que le fue sacada cuando tenía 15 años. En la foto se lo ve formalmente vestido, su rostro, de una extraña belleza luce imperturbable; trasunta santidad y pureza. Esta foto tipo carnet causó una gran impresión en toda la geografía nacional. En los lugares más alejados, en sus caminos de tierra se veían pequeños reparos donde se prendían velas y se depositaban flores a un cuadrito con esa fotografía de Ceferino.
Donde la Iglesia y el Estado no llegaban, sí llegaba esa imagen para consuelo de los más necesitados. La foto y el poderoso apellido Namuncurá representaron muy bien al beato, incluso mejor que todas las imágenes que se puedan hacer en la actualidad.
A los 11 años, tras vivir en Neuquén y en Río Negro, de la mano de su anciano padre, Manuel Namuncurá, en 1897 llegó en un tren a la estación de Constitución. Cincuenta indios que ya vivían y trabajaban en Buenos Aires, enterados de la llegada del gran cacique, lo recibieron en el andén con un estruendoso alarido indio que no se escuchaba en la ciudad y que había sido parte del estruendo de una guerra que duró 350 años, de los cuales medio siglo lo tuvo a Calfucurá y al padre de Ceferino como jefes de todos los indios de la región pampeana y más allá.
Ceferino no hablaba castellano, pero con sus 11 años sabía todas las destrezas del jinete de a caballo. El ya entonces expresidente Luis Sáenz Peña lo recomendó al Colegio Pío IX de los Salesianos. Qué alegría habrán tenido los salesianos al ver a Ceferino cuando el futuro cardenal Cagliero lo presentó a los alumnos del colegio.
Era inteligente y siempre invitaba a sus compañeros a visitar a María Auxiliadora con la expresión: "¿Visitando Virgen?", pues todavía no sabía hablar bien el idioma. Su misión, según reconocía, era "estudiar, para bien de mi raza". Era tal la fe que tenía que contemplarlo era causa de mucho bien para sus compañeros y superiores.
Pasaba sus vacaciones en Uribelarrea, donde conoció a Miguel Uribelarrea, que le tomó mucho aprecio. Tanto fue así que cuando terminó sus estudios en el Colegio Pío IX estuvo un tiempo en ese lugar, antes de empezar el curso de aspirante al sacerdocio en Viedma, hasta donde había llegado su prestigio.
Dejó la Argentina rumbo a Italia acompañado por monseñor Cagliero, el 19 de julio de 1904, cuando ya tenía años padeciendo tuberculosis y al cumplir 18 años. Siempre de la mano de Cagliero hasta su muerte, Ceferino llegó a estar con el Papa Pío X. El pontífice fue muy cariñoso con el joven, que se estremecía de emoción por las grandes deferencias que desde su eminencia en adelante tenían para con él.
A 25 kilómetros de Roma, en un colegio de los salesianos, empezó a estudiar. Los italianos lo cobijaron entrañablemente, mas la tuberculosis lo consumía. Lo internaron en la capital italiana y aunque el médico del Papa lo atendía dos veces por día, Ceferino murió en 1905, con apenas 18 años y meses. Fue beatificado por el Papa Benedicto XVI en 2007.
Ceferino se proponía ser útil a su pueblo, pero fue arcilla blanda en las manos de Dios, que logró de él algo infinitamente superior a las aspiraciones del joven estudiante.
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