Si una cadena de valor ha generado una revolución productiva, tecnológica, con impacto social, ha sido la del maíz, y su magnitud es tan grande que todavía no hemos tomado conciencia de su dimensión futura. Apenas podemos apreciar su incipiente impacto en la generación de energía (etanol), de subproductos como la burlanda, los envases reciclables.
El valor agregado generó inversión, empleo, desarrollo, y nos señala el camino. El maíz y el sorgo son base de la alimentación de todas las cadenas cárnicas. El etanol, como todos los biocombustibles, es clave para la sustentabilidad ambiental y estratégico en la política energética. Hacia adelante, aparecen combustibles de segunda generación, biomasa (con la utilización del marlo), nuevas tecnologías de alimentación, acompañados de avances en las líneas de genética animal.
La Argentina se enfrenta al desafío de incrementar el valor agregado y pasar de exportar alimentos para animales, a exportar alimentos para seres humanos. Ese es el salto cualitativo de valor, es el desarrollo y la generación de empleo en el interior.
No en todo el país se da el cultivo de la misma manera, pero en todas partes es posible hacer ganadería, la actividad más federal y sustentable. El impacto de la suplementación estratégica a campo, el encierre a corral, el destete precoz, sobre los engordes es invaluable. En la actividad de cría no se ha generalizado, pero tiene un alcance igual o superior al mejorar los índices reproductivos. La Argentina tiene un índice de ternero logrado muy bajo, principalmente por la subnutrición. El salto cuantitativo de la producción de carne viene de la mano de un aumento de los terneros logrados, luego de un aumento sustancial del peso de faena. No hay otra forma de crecer en ganadería vacuna.
En porcinos es innegable la relación entre el maíz y la producción. Las nuevas líneas genéticas aseguran eficiencia de conversión, uniformidad y calidad de producto. La revolución productiva de esta cadena genera inversión, desarrollo, empleo en el lugar de origen, y el hecho histórico de que el país ha comenzado a exportar carne de cerdo, que ocupa ya un lugar incuestionable en la mesa de los argentinos.
El pollo quizá sea el ejemplo emblemático de este paradigma revolucionario. La alta eficiencia de conversión, la capacidad de producir en un proceso integrado, han hecho de esta cadena un ejemplo.
El ovino aguarda poder engancharse en este proceso. La ganadería patagónica tendría un salto sustancial de calidad y cantidad si pudiese suplementar estratégicamente sus rodeos. Aquí el desafío es disminuir el flete para desarrollar la vía marítima que reemplace el camión por el barco. Esto generaría un efecto multiplicador de la actividad tanto pecuaria como industrial, y le daría a nuestra postergada Patagonia un camino de crecimiento sostenido.
Ganadería y maíz, sorgo, desatan las inversiones privadas, generan empleo, tejen una red de actividad en la que participan productores, semilleros, veterinarios, agrónomos, genetistas, contratistas rurales, proveedores de insumos, empleados de alta capacitación, proveedores de infraestructura, técnicos en sistemas, servicios financieros, transporte, industria del frío y otros sectores, con aporte e inversión del sector privado, que también tiene el acompañamiento del INTA, el Senasa, el INTI y los gobiernos provinciales.
Toda esta gran cadena de valor, la actividad más federal y sustentable, este iceberg del que solo visualizamos la punta, trabaja incansablemente, invierte, produce y genera empleo de calidad en origen, nos muestra el camino de la producción y el desarrollo, y de la generación de divisas que el país tanto necesita.
El autor es coordinador de la Mesa de las Carnes
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