Sus figuras metafóricas y descripciones del mundo rural despiertan admiración en las fiestas criollas
CAÑUELAS.- Carlos Loray es quizás uno de los autores más respetados e interpretados por los cantores sureros, aquellos que recorren las fiestas criollas domingo a domingo.
Su agudo poder de observación de las cosas del campo y un gran talento poético le permitieron crear obras representativas del género surero grabadas, entre otros por Abel Ivroud, Gustavo Guichón, Adrián Maggi y sobre todo Alberto Merlo, con su versión clásica de "Pico a pico", una milonga donde se describe el encuentro de dos puesteros que al encontrarse a orillas de un alambrado pasan la mañana conversando cosas simples del pago y de su gente sin notar que dejan de lado las tareas que debían concluir antes del mediodía.
En las obras de Loray hay descripciones perfectas de lo rural con figuras metafóricas muy bien logradas, ironía, gracia y tragedia, fruto también de la influencia de antecesores de su género como Martín Castro, Domingo Bero, Pedro Rizzo y Osiris Rodríguez Castillo, u otros de la poesía popular argentina como Armando Tejada Gómez o Jaime Dávalos, entre otros, a los que lee y escucha con pasión.
"Me crié en la zona rural de Cañuelas y viví hasta los diecinueve años en el campo, que fue cuando me vine a un paraje rural de la ruta 3 y luego a Cañuelas, donde conocí otro mundo, el de los barrios, el de las cosas simples de la gente de pueblo", dice Loray, que tan cerca del medio campero en el que se había movido hasta ese momento encontró otras historias que enriquecieron la temática de sus poemas.
El tradicionalismo le llegó de grande porque parece que era una vocación no descubierta en ese hombre fornido, morocho de ojos achinados y voz potente que suele subir a los escenarios a recitar sus poemas, con los que deleita, divierte, emociona. Su presencia comenzó a ser frecuente en los escenarios luego de que se conocieran con el tropillero y tradicionalista Orlando Gargiulo y que por su intermedio visitara Radio Universidad de La Plata, donde Oscar Lanuse, el tradicional animador criollo, apostó a él como uno de los más promisorios poetas. "Así conocí ese mundo de los cantores, de las fiestas criollas, y quedé fascinado. Empecé a escribir casi con voracidad. Había algo adentro mío que hasta entonces yo no sabía que tenía y que me soplaba lo que iba anotando; a veces avanzaba con tres o cuatro poemas al mismo tiempo", recuerda acerca de aquello que ocurrió hace ya más de treinta años, cuando se descubrió como poeta. Al poco tiempo ganó el concurso del Centro de Escritores Tradicionalistas, y con la publicación de un libro sus poemas llegaron al repertorio de cantores a los que aún no conocía.
De su pluma nacieron poemas camperos como "Romance para mi perro" o emotivas creaciones como "Carta a un hermano preso", "El cuento", o "La abuela ciega", donde describe las circunstancias cotidianas de doña Selva de Peirón, a quien el hecho de perder la visión a los veinte años no le impidió formar su familia y criar a sus hijos realizando todas las tareas de la casa. Cuando Loray la conoció escribió: "Sabe andar desde temprano, mucho antes de que amanezca/y aprovechando la fresca se entran a mover sus manos. / Ellas son sus dos baqueanos, sus dos nobles lazarillos/que le ponen en el trillo neblinoso de su vida. / Dos antorchas encendidas para sus ojos sin brillo. /Conoce la abuela ciega cada rincón de su casa/por donde cantando pasa cuando a su labor se entrega. /Sabe quien es el que llega aunque el rumor sea escaso/ y cuando cae en sus brazos en compartido secreto/reconoce a cada nieto por el ruido de sus pasos".
Las circunstancias
La inspiración le surge al autor a partir de circunstancias como cuando un amigo le regaló tijera de esquilar para adornar una matera solicitándole al mismo tiempo que la homenajeara con un poema. En las estrofas que se citan a continuación da cuenta de sus conocimientos rurales con algunas ocurrencias humorísticas propias del género gauchesco: "Una vuelta que la mala me había chupado como anguila, /anoticiado de una esquila caí a la estancia Los Talas. /Allí don Rito Barcala me dio trabajo consciente/ y en el tiempo suficiente terminé y eché el regreso, /con ciento cincuenta pesos y un capón de cuatro dientes", luego de una serie de descripciones de otros usos dados a esa herramienta concluye escribiendo: "Hoy, que de viejo me agacho como ladrón de zapallos/ y no tengo ni un caballo para florearme en un penacho/vuelta vuelta me despacho como muchacho bandido/y a la vieja en un descuido, aunque por ahí se retoba, /le suelo tusar la escoba para escucharle el sonido".
Carlos Loray es, con su pluma, la voz de un medio rural modificado por influjo de la vida moderna y que hoy la gente transita con sus alegrías y sus tristezas enfrentados desde una idiosincrasia forjada por generaciones viviendo bajo un mismo cielo.