A lo largo de su historia reciente, el país de Medio Oriente fue adaptándose a la escasez de precipitaciones y al desierto
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“En Israel estamos de acuerdo en sólo dos cosas. La política de seguridad y la política del agua”. La broma, repetida por directivos de la empresa estatal de Aguas, Mekorot, resume a las claras la importancia que, para el pequeño país del siempre convulsionado Medio Oriente, tiene la utilización y conservación del agua, tanto como reserva vital para la supervivencia de sus habitantes como para generar nuevos y productivos negocios exportables.
Aún antes de la creación del Estado hebreo, el agua era motivo de preocupación central para los habitantes del asentamiento judío en la entonces Palestina bajo mandato británico. Simja Blass, un ingeniero judío polaco emigrado a ese territorio escapando de los nazis, fue el encargado de presentar a los ingleses el primer plan para la utilización del agua.
Fundador de Mekorot, Blass también dio los primeros pasos para el gran acueducto nacional, que desde 1965 lleva el agua desde el norte del país (el lago Kineret, en la Galilea) hacia el sur desértico, e inventó el riego por goteo, con el que muchísimos parajes desolados se convirtieron, con el correr de los años, en ciudades pobladas y llenas de producción agrícola.
“Todo lo que se ve en Israel es producto de la necesidad, de la escasez”, dice Diego Berger, director de Mekorot, a modo de resumen. La guerra de la Independencia, en la que distintos ejércitos árabes atacaron de modo simultáneo al recién nacido Estado, también puso a prueba el sistema de distribución de agua.
En la Jerusalén sitiada de 1948, por caso, se le explicaba a la población cómo usar el agua, varias veces y para distintos objetivos (bañarse, lavar utensillos, entre otros) a modo de optimizar el recurso. La ley de aguas, de 1959, determinó que todos los recursos hídricos le pertenecen al Estado a través de la empresa estatal. A partir de allí, y en una decisión que tiene actualidad incluso para nuestro país, se implementó un sistema de medidores, “porque no se puede gastar lo que no es medido”, explican desde la empresa.
La conciencia ambiental incluye que “quien pueda pagar el agua lo haga”, en una población que crece a un ritmo de 2 por ciento anual. También incluye cambios de hábitos, hoy ya muy arraigados. “La gente, cuando se enjabona y hasta que se baña, cierra la canilla”, cuenta Berger, emigrado a Israel hace tres décadas, aún con algo de tono porteño.
El crecimiento tecnológico aplicado a la producción fue, entonces, vertiginoso: en los años ochenta comenzó a utilizarse agua salobre para la agricultura, y en los noventa comenzó el proceso de desalinización del agua de mar, que comenzó formalmente a utilizarse en 2005.
La reutilización del agua de lluvia (que en Israel es bien escasa) también es central en la estrategia. Un 85% de las precipitaciones se utilizan para la agricultura, un porcentaje muy alto en comparación a otros países de la región.
Los convenios de asesoramiento con distintos países se aceleraron en los últimos años, y desde el viaje del ministro Eduardo de Pedro y ocho gobernadores a Israel, en abril pasado, cinco provincias argentinas (Catamarca, La Rioja, Mendoza, San Juan y Río Negro) ya han acordado con Mekorot para recibir ese asesoramiento. Durante el viaje, De Pedro se mostró sorprendido porque, a pesar del contexto de tensión regional, Israel le cede agua a países vecinos como Jordania, con quien comparte el uso del recurso.
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