El 28 de marzo pasado se publicó esta nota de mi autoría en LA NACIONacerca de un tema que en lo personal me apasiona: el cambio climático y las acciones que podemos emprender en pos de la detección de vulnerabilidades, adaptación a esos cambios ambientales y su mitigación a través de la generación de conocimiento y acciones, plasmadas en tecnologías de manejo, como los cultivos de servicios ecosistémicos y la agricultura siempre verde mediante el uso de ciertas especies fijadoras de nitrógeno atmosférico (que permiten reducir el uso de fertilizantes nitrogenados de síntesis) y de otras con alta producción de biomasa en pos del secuestro de carbono.
En la referida nota, tal vez por algún vicio multitasking, desarrollé ciertas conclusiones asumiendo por error que el gas representado en las imágenes se trataba de N2O (óxido nitroso) cuando en realidad corresponden al NO2 (dióxido de nitrógeno). Es bien sabido que todos los óxidos de nitrógeno (NxOy) provienen de la oxidación de este abundante gas atmosférico (N2) cuando es sometido a altas temperaturas en presencia de oxígeno o bien debido a procesos biológicos enzimáticos a temperatura ambiente.
El primero (N2O) es un gas de efecto invernadero, mientras que el segundo (NO2) es un gas tóxico e irritante que causa numerosos problemas a la salud humana y de otros seres vivos, especialmente abundante en ciudades densamente pobladas producto de la combustión de los motores, también implicado en la lluvia ácida. Por lo tanto y en calidad de fe de erratas, las conclusiones de la nota citada pierden validez en referencia a las imágenes en las que se basó el análisis.
Quienes asumimos compromisos con la búsqueda de la verdad en toda ocasión sabemos lo duro que puede ser luchar contra la desinformación cuando trasciende y se convierte en posverdad, es decir, en distorsiones emotivas de la realidad que tienen la chance de sobrevivir, en tanto y en cuanto beneficien de algún modo a quienes las esgrimen e impacten en la opinión pública según sus intereses.
Tal vez consuele de algún modo aquello que decía Agustín de Hipona: "Quienes no quieren ser vencidos por la verdad, son vencidos por el error".
Las situaciones descriptas me hicieron pensar en los numerosos profesionales, científicos, extensionistas, instituciones y organizaciones técnicas, unidades de investigación y productores agropecuarios que trabajan denodadamente en desarrollar modelos productivos cada vez más sustentables, como capas que se superponen y escalan en complejidad de conocimientos, en busca de promover sistemas productivos sustentables.
En su hora esto ocurrió con la técnica de la siembra directa que permitió mitigar en grandes áreas la erosión de los suelos, luego con la ampliación de la mirada hacia los sistemas productivos sustentables que más allá de la estricta faz productiva, incorporaron y abrazaron la mirada social y ambiental de los ejes de la sustentabilidad, estableciendo nuevos conocimientos y hasta esquemas de certificación que nos dan garantías de su cumplimiento por terceras partes.
Sin embargo, estas realidades que hacen punta y marcan tendencias que van contagiando a todo el ecosistema agro, en ocasiones se ven empañadas por oleadas de desinformación y posverdad que instalan a su pesar una imagen errónea. Tal vez y porque al fin y al cabo la vida urbana forma parte de la realidad del 32% de los argentinos que viven en una megalópolis como es AMBA y el 60% restante lo hacemos en ciudades medianas y pequeñas dispersas por todo el territorio nacional, quienes son víctimas de la desinformación se encuentran dentro del 92% de los urbanitas argentinos y están alejados tanto física, como conceptual y emocionalmente de las producciones agropecuarias.
Esta conformación de la distribución de la población argentina constituye un fenómeno llamativo si se toma en cuenta que la población urbana promedio a nivel mundial es del 55% (dato del Banco Mundial 2018), más aún cuando se cae en la cuenta del marcado perfil agroexportador argentino. A tal punto es llamativo que compartimos guarismo de población urbana con la ultra tecnológica nación japonesa, superamos en diez puntos a un país de alto desarrollo como Estados Unidos y en un 12% a Francia.
Cuando observamos cualquier ciudad desde el punto de vista de la ecología rápidamente es posible llegar a la conclusión de que se trata de la máxima modificación del ecosistema original que alguna vez existió allí. Cuanto más grande es la ciudad menos elementos del ecosistema original encontramos.
Sin embargo, sus habitantes son capaces de señalar con el dedo "lo que ocurre allá afuera" sin advertir el impacto ambiental que tiene la propia urbe en la que vive.
Si bien todas las actividades humanas causan impacto ambiental, la pandemia del COVID-19 lo desnudó aún más y ya no vale cargar responsabilidades de la ciudad al campo o viceversa. Todos tenemos que trabajar en bajar nuestro impacto ambiental humano. Hacernos conscientes. Luchar contra la desinformación y buscar la verdad.
El autor es productor y vicepresidente de Aapresid
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