El martes pasado en la Exposición Rural se presentó una biografía del reconocido criador de caballos, un proyecto conjunto de su hijo Oscar, Horacio Villola y Mariano Wullich
Don Emilio Solanet, un caballero del campo , de Kel Ediciones, celebra a un hombre que ha sido capaz de muchas hazañas. Quien repasa esa trayectoria y se detiene apenas en el afán de preservar el estándar de la raza Criolla y en los estudios técnicos que hoy son herramientas fundamentales para los criadores, nota que el proyecto editorial resultó en sí mismo una pequeña hazaña. Se trata de una biografía con aires camperos, construida a partir de una rigurosa selección de documentos y de una escritura impecable, consustanciada con el ambiente y la obra de Solanet.
Hacía muchos años que Oscar Solanet buscaba dar forma a este homenaje. Armó un cuaderno con fotocopias de cartas, notas, citas bibliográficas y fotografías que pensaba tener a mano para que toda su familia conociera la historia de primera mano. Frente a este intento, su amigo Horacio Villola lo acompañó en busca de una editorial y le presentó a Mariano Wullich, periodista de LA NACION, que logró recrear el pensamiento del "caballero de la raza Criolla".
La tarea no era fácil tratándose de un hombre que guardó una enorme cantidad de registros sobre su vida de estancia y su trabajo como cabañero, que redactó varios libros técnicos y legó un verdadero archivo de imágenes, diarios y cartas.
El libro reconstruye ese pequeño mundo de El Cardal, desde el escritorio a los corrales, al camino de tierra que lo llevaría a la Patagonia en busca de la más pura genética del caballo Criollo. Wullich va desgranando recuerdos a través de citas y fotografías: sus "cosas camperas" -que comprenden hasta observaciones sobre el clima y el cuidado de la salud-, su libreta "Manejo de la estancia (instrucciones para encargados y empleados)", los registros genealógicos de los planteles de su cabaña, portadas de libros, ideas políticas, un encuentro con Don Segundo Ramírez y la odisea de Tschiffely junto a Gato y Mancha. Como al tranco crea un espacio poético que trae el viento, el cansancio de los meses de viaje al Sur, los consejos y las sentencias.
"Tuvo la base de investigador, de doctor. Pero fue en sus ojos donde se hizo luz el pelaje de una raza que lo cautivó más allá de la belleza..., ese común nomenclador. Y, aunque su observación y sus manos hayan «pintado» como nadie en el mundo los «colores» del caballo criollo, en realidad no fue un artista sino más bien un práctico científico de las necesidades argentinas: «Con certeza se puede decir, que sobre sus robustos lomos amansaron nuestros padres la riqueza del país», sintetizó al referirse a la conquista de nuestro territorio, al generoso surgimiento de las cosas de esta, nuestra tierra. Viajó hasta lo que por esos tiempos eran confines patagónicos para mejorar la raza. Historió el pasado, transitó por la genética y no esquivó el laboratorio. Pero en otro laboratorio, el del campo, el de El Cardal, llevó a cabo el proceso final", relata Wullich.
Don Emilio presentó a la Sociedad Rural Argentina las pautas que debían regir la raza Criolla y logró demostrar desde su cabaña los resultados benéficos de orientar la selección según la capacidad para los trajines de la estancia y de la guerra. "Seleccionar la raza criolla por medio del trabajo funcional es contribuir a la defensa económica y militar de la Nación", había dicho. En 1922 logró la aprobación oficial de un modelo de caballo que hasta entonces había sido rechazado por quienes querían imponer características de las razas europeas y otras pautas dentro de la raza Criolla.
Su capacidad como veterinario y criador de caballos derivó en una erudición campera que aún tiene vigencia: "El buen hombre de campo se conoce por el cuidado de sus caballos. En verano es madrugador y para los trabajos está listo temprano, evitando así tener que andar en las horas de calor. (...) Nadie garroteará caballos ajenos ni propios. El que echa a perder un caballo bueno no sabe del trabajo y la paciencia que cuesta amansar y no merece andar sino en matungos o de a pie. (...) El que ensilla gordos y pesados para un trabajo de correr mucho es un gringo que aunque se ponga tirador lleno de níqueles y un cuchillo en la cintura, grande y de plata, no es más que un gaucho de carnaval". Una vida rica en historias que suelta de la mano Oscar Solanet y reconstruye una prosa que encuentra el equilibrio justo entre el testimonio y la metáfora.
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