Debido a políticas que no acompañaron su expansión, se produjo un estancamiento de la siembra y la producción que derivó en ese impacto económico
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“En términos de divisas, el costo de no haber crecido por 10 años en el complejo sojero es de US$43.500 millones. La Argentina sacrificó una deuda externa por no permitir el crecimiento de un sector”.
Con esa frase, y haciendo referencia a un informe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, Gustavo Idígoras, presidente de la Cámara de la Industria Aceitera y el Centro de Exportadores de Cereales (Ciara-CEC), se refirió al momento actual de la soja en una charla virtual organizada por la Asociación de la Cadena de la Soja (Acsoja). La millonaria cifra que mencionó es porque el área con la oleaginosa está estancada, también su producción, factores ligados con la alta presión impositiva (la oleaginosa tributa un 33%) y la falta de una nueva ley de semillas para las inversiones de la industria semillera en el cultivo.
“Si bajamos las retenciones al 25% para la soja y 22% para el complejo aceitero, la Argentina crecería para llegar a 70 millones de toneladas en tres campañas agrícolas [fueron 43 millones el último ciclo]. También crecería el ingreso de divisas en alrededor de 7000 millones de dólares; es un negocio en todo sentido para el país y para el sector”, señaló Idígoras luego a LA NACION.
Idígoras contó que la cadena de valor de la soja en sus inicios era muy competitiva, no solo por su nivel de producción sino por la adopción de biotecnología. “Fue así que nuestros productores desarrollaron un sistema de conservación de suelos (siembra directa) que lo masificaron y que los transformó en productores de vanguardia. Se sumó un proceso de desregulación económica que permitió el desarrollo de los puertos, donde hay más de US$15.000 millones de inversión fija en terminales portuarias e industrias de la molienda. Un tercer aspecto es tener una hidrovía competitiva”, destacó.
“Estos tres aspectos se fusionaron con una demanda mundial creciente que permitió al país pasar de 20 millones de toneladas a más de 120 millones de toneladas [entre todos los granos] y a diversificar y pasar de vender a 10 mercados para vender a 78 (harina, aceite y biodiésel) de todo el complejo sojero”, añadió.
En ese escenario, “la Argentina era vista como un país que podía competir palmo a palmo con Brasil y Estados Unidos, pero 10 años atrás decidió congelarse y no crecer más en producción, procesamiento y capacidad exportadora de soja”.
“Hoy por hoy debería estar produciendo normalmente no menos de 70 millones de toneladas de porotos de soja teniendo una capacidad de molienda ya instalada cercana a los 77 millones de toneladas”, dijo.
Al mismo tiempo, el resto de los países competidores siguió creciendo: “Brasil creció en producción más de un 97% y Estados Unidos más de un 38%; la Argentina se estancó en producción y dejó de competir. Lo mismo ocurrió con la capacidad de molienda”.
Para completar el concepto, Luis Zubizarreta, presidente de Acsoja, resumió: “En los últimos años, por distintos motivos, el sector agroindustrial viene padeciendo una reducción de la producción en un mundo que cada vez demanda que la Argentina produzca más soja. Fueron como las siete plagas de Egipto. Fue un daño autoinfligido, con políticas propias de la Argentina, que tomó decisiones que fueron en sentido contrario a sus propios intereses y generaron desincentivos para producir. Los problemas son más internos que externos”, indicó.
Fernando Correa Urquiza, Head Regional de Oleaginosas LDC, señaló que estas amenazas que hoy se presentan obligan a un replanteo de las políticas. “Si no se reacciona de manera urgente, buscando apoyo del Gobierno, se pasará de una capacidad [ociosa] del 40% al 60% y seremos meros exportadores de materia prima”, afirmó.
Mientras la Argentina atraviesa un estancamiento en su área sembrada con soja, el sector agroindustrial también está frente a una amenaza externa preocupante: la expansión de nuevos biocombustibles en Estados Unidos, que se prevé generará una mayor demanda de aceites y una sobreproducción de harina que lo colocará como un gran competidor para el país.
Ese fue la conclusión a la que llegó en su análisis durante su exposición Ivo Sarjanovic, profesor de Commodities Agrícolas de la Universidad de Ginebra y de la Universidad Torcuato Di Tella (UTDT). Según contó, todo surgió en algunos estados, como Oregón y Washington, que buscaron promover la utilización de aceites usados y de grasas animales con el objetivo de convertirlas en biocombustibles, ya que tienen efectos positivos sobre el ambiente.
“El impulso es tan grande que no van a alcanzar con esos aceites usados, entonces va a haber que utilizar aceites vegetales nuevos. El proyecto de expansión de este sector es pasar de dos o tres millones de toneladas actuales a 23 millones de toneladas en siete años. O sea que hace falta generar aproximadamente unas 20 millones de toneladas de aceites para que sean convertidas en este diésel renovable”, explicó.
En este contexto, dijo que, aunque es difícil saber cómo se va a componer esta mezcla, seguro que un 25% será de soja y que llevará a que los Estados Unidos deje de exportar unas 25 millones de toneladas que van a ser industrializadas dentro de ese país.
“Pero, si por cada tonelada de soja que molemos generamos un 80% de harina, va a sobrar harina en el mercado doméstico norteamericano, que lo llevará a exportar el remanente. La Argentina, como principal exportador de harinas, se va a encontrar con un nuevo y fuerte competidor que entrará de manera masiva en condiciones donde nuestro país no tiene las mejores calidades de harina y con desventaja de fletes”, planteó.
En tanto, China, que es principal comprador de poroto de soja en el mundo, se va a encontrar con menor cantidad de porotos para comprar y va a tener que abastecerse en Sudamérica.
“Podría venir por el poroto a la Argentina y que despoje de ese poroto a la industria local que agrega valor, o sea que la amenaza es por partida doble”, afirmó.
“Otra implicancia de todo esto es que a nivel de gestión de riesgo de los industriales argentinos nos vamos a encontrar con un mercado de futuros de poca calidad para cobertura internacional porque el mercado de aceites va a ser muy dependiente del mercado doméstico y no va a reflejar lo que pasa a nivel mundial. Por lo que habría que buscar alternativas de cobertura de otro tipo como de nivel local o con China. Lo mismo va a ocurrir con el mercado de la soja que al exportar menos poroto va a ser menos internacional”, señaló Sarjanovic.
Precisó que las tendencias de largo plazo para tener en cuenta son varias: “El precio de los aceites estructuralmente va a ser más alto; el precio de las proteínas, fruto de esa mayor producción de harinas, va ser más bajo y el precio de la semilla dependerá de los dos anteriores. Deberíamos ver surgir otras oleaginosas alternativas como girasol y canola”.
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