Después de muchas horas de dolorosa agonía y encargando el bienestar de su familia, el 1º de febrero de 1978 moría el cantor Jorge Cafrune. Parece mentira que solo había vivido apenas 40 años y le había hecho tanto bien a la argentinidad.
En las profundidades del interior del país se juntaban enormes multitudes a celebrar la vida; lo hacían en Jesús María, Cosquín, Monteros y en todos estos encuentros donde la música de raíz folklórica era la que oficiaba en la cohesión nacional. En estos escenarios, en ocasiones a oscuras, se deja escuchar a Cafrune y el público sigue estallando en un aplauso respetuoso cargado de nostalgia, amor, alegría y de dolor.
Jorge Cafrune era nieto de la gente a la que nosotros llamamos turcos. El padre era muy paisano, dueño de una pequeña finca en Jujuy, era un canto a la vida, muy gaucho, sabía manejar el cuchillo en un duelo y era de a caballo.
Nuestro cantor y guitarrero nació el 8 de agosto de 1937 en el departamento de Perico del Carmen, en Jujuy, y enseguida nomás, en su juventud, formó parte de dos grupos musicales de raíz folklórica: Las Voces de Huayra y Los Cantores del Alba. En ese tiempo se le cruzó en el camino de la vida el gran músico Ariel Ramírez.
Con 23 años, en 1960, decide hacerse solista. Usaba barba para homenajear al gaucho. En enero de 1961, por un misterioso impulso, se va hacia el este, a la ciudad chaqueña de Roque Sáenz Peña, donde comienza a tener éxito. Sigue hasta el Litoral y llega a Buenos Aires, donde se encuentra con músicos de la talla de Jaime Dávalos y de Hernán Figueroa Reyes.
En ese tiempo, el Turco, como se le llama por cariño, fue invitado a subir al escenario mayor de Cosquín. Allí surgió, para siempre, la mística que lo uniría con su público.
Grabó innumerables discos, hasta dos por año. Las compañías discográficas le ofrecían que hiciera cinco pero él, gaucho con principios de los caballeros de la Edad Media, se negaba. El poeta villamercedino León Benarós, autor de la letra del homenaje que Cafrune le ofrendó al Chacho Peñaloza, se asombraba que en poco tiempo se vendieran 30.000 discos, cuando esa obra estaba destinada a pocas personas, pues era de las que se denominan de catálogo.
Mario Guillermo Perrotta (Marito), el mejor cantor infantil de música de raíz folklórica argentina de todos los tiempos, brilló y llegó lejos por sus actuaciones con Cafrune.
Sin el amparo de nadie, a su costo y riesgo, desde 1967 y por algunos años al Turco se lo vio a caballo en todo el país. "A caballo por mi patria", se llamó esa cruzada. Desde el campo, el auténtico paisano lo veía y lo aplaudía.
La imagen de Jorge Cafrune a caballo es monumental, es una estampa poderosa que caló hondamente en los niños que hoy lo recuerdan y, acaso alguno de ellos, logre que el Estado argentino por la Justicia, esclarezca la muerte del guitarrero y cantor en un extraño accidente cuando iba con su caballo a homenajear al General San Martín en Yapeyú. El país está en deuda con Cafrune y con su pueblo.
Como tenía mentalidad gaucha, fue magnánimo e importantes personalidades recibieron de Cafrune el primer apoyo fundamental.
Larga es la lista de sus bondades. No fue bufón de ningún poderoso. Pocos pueden hacer suya la letra de El Orejano como él. El repertorio del cantor es una obra en sí misma. Su estilo fue único. Fue aplaudido en Europa y en España vivió con éxito desde 1972 a 1976. Llenó teatros y plazas de toros. Cuando estuvo en Nueva York, luciendo su gaucha figura por las calles, reflexionó: "No sé si sus edificios son altos o las calles muy profundas". Era un verdadero inspirado.
Muchos años atrás había dicho: "Me gusta la vida. Mi mayor virtud es la sensibilidad para poder percibirla".
Vaya entonces el reconocimiento a un argentino que amó su Patria, que exaltó al gaucho, y que, por razones que escapan a la inteligencia humana, sigue estando con todos nosotros.
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