El ministro de Agricultura, Carlos Casamiquela, no fue la excepción a las ventajas que otorga el comienzo de cualquier gestión. El recién llegado, por la falta de tiempo en el cargo, puede establecer los objetivos sin por ello estar obligado a precisar los instrumentos para alcanzarlos. Un ejercicio de buenas intenciones que se convalidará o no con el tiempo, pero que sirve para conocer el estilo y las primeras definiciones sobre el sector.
El hecho de dar esta entrevista muestra una predisposición al diálogo y a responder preguntas que no tuvieron sus antecesores en el cargo.
Durante la hora que le dedicó al reportaje con LA NACION se mostró vehemente y convencido cuando le tocó hablar sobre las metas de la producción y la potencialidad productiva de nuestro país. En esto se puede decir que es casi un creyente. Apuesta, por ejemplo, a estimular decididamente a los chacareros para dar un salto en la superficie sembrada con trigo para la próxima campaña.
Pero a pesar de que está convencido de que para generar una rotación más equilibrada con la soja hay que "buscar un aliento de otros cultivos" (léase trigo, maíz, girasol), fue extremadamente cauto a la hora de jugarse sobre una baja de retenciones.
Por otra parte, es evidente que el ex presidente del INTA, con casi 40 años en la institución, tiene el conocimiento y una idea previa del agro argentino, cuestión de la que carecían sus predecesores políticos en el cargo, Norberto Yauhar y Julián Domínguez. Condiciones que deberían ser una obviedad para desempeñar el máximo cargo en una cartera, pero que en la Argentina de los últimos tiempos pasó a ser casi una excepción.
El encuentro fue en una mañana de 35 grados en el despacho del primer piso del centenario edificio de Paseo Colón. A pesar del calor se impuso el café, el saco y la corbata tanto en el ministro como en el secretario de Agricultura, Gabriel Delgado, que lo acompañó durante toda la entrevista. Por varios cuerpos gana lo conservador y moderado en la nueva gestión del Ministerio. Para que no queden dudas de esto, sobre el final de la entrevista insistió en que "ésta no es una etapa fundacional. Nos hacemos cargo de las cosas que se han venido haciendo". Pero también dejó abierta la puerta para las correcciones que en un principio no serán de fondo, sino de procedimientos.
Por el movimiento en los pasillos y la amansadora de los que esperaban una audiencia, da la impresión de que se tiene que hacer cargo de una agenda apretada. En la que definió que la prioridad se la llevarán las cadenas productivas tanto de la pampa húmeda como de las economías regionales. Vale recordar que esta forma de abordar la gestión tuvo un antecedente con Carlos Cheppi como secretario de Agricultura. Otro ex presidente del INTA que llegó a la máxima responsabilidad del área.
Por su formación técnica, las dos condiciones más destacadas que trae el ministro Casamiquela son la vocación de escuchar todos los puntos de vista y la de abordar los problemas del agro desde su complejidad. Se puede llegar a aventurar que estas características pueden ser tanto los factores que lo lleven al éxito como al fracaso de su gestión. ¿Se quedará empantanado en los análisis y diagnósticos? O, por el contrario, ¿encontrará soluciones consensuadas entre los actores de la cadena productiva? En los próximos meses quedará clara la impronta de la gestión y lo que se puede esperar de ella.
En la entrevista fue evidente que a la Mesa de Enlace no la recibirá en solitario, sino como un componente más de las cadenas productivas. Es fácil prever entonces que los presidentes de las cuatro entidades del campo continuarán parados en la vereda de enfrente de las políticas oficiales.
De todas formas, la suerte y verdad de la gestión de Casamiquela se jugarán más adentro que afuera del Gobierno. Corre con la considerable ventaja de no tener que enfrentar a Guillermo Moreno. Es decir, podrá ejercer de ministro. Se descarta que por una cuestión de estilo se apoyará en el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, antes que en el ministro de Economía, Axel Kicillof.
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