En el paraje La Pergaminera, en la zona rural de Lincoln, provincia de Buenos Aires, Roberto Riera (67) es un productor que supo cómo sobrellevar las distintas crisis
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Mientras prepara el fuego para el asado del viernes, Roberto Riera (67), un productor agropecuario “de pura cepa”, reconstruye en detalle la forma en que su abuelo, Ramón Riera, araba la tierra para sembrar trigo en un campo alquilado, y cómo su papá, a quien le debe su nombre, siguió con la tradición. El agricultor relata aquellos momentos que parecen sacados de un libro de la historia argentina y lo contrasta con la actualidad. De eso, resume que la familia se ha hecho de abajo, que el campo brinda oportunidades, pero que la producción agrícola “es una lotería”, que puede salir bien o muy mal. Como otros productores en el país, este viernes Riera celebró el Día del Agricultor, que se conmemora por la creación de la primera colonia agrícola, en Esperanza, Santa Fe, en 1856.
En el paraje La Pergaminera, en la zona rural de Lincoln, provincia de Buenos Aires, viven cinco familias, que son testigos de la lucha de los Riera. Roberto está casado con Lidia Rossi, una escribana “de las buenas”, que lo apoya económicamente, cuando las cosas no van bien. Por ejemplo, el año pasado, cuando la sequía lo hizo perder casi el 100% del trigo y el maíz. Su mamá, María Elena Gutiérrez (87), lo acompaña y le cuenta las historias de superación de sus antepasados, ya que Roberto Riera, su padre, comenzó el sueño con un campo de 7 hectáreas que compró él mismo. Con el tiempo pudo hacerse de 30 hectáreas y al momento de fallecer le heredó a él 50 hectáreas.
“Soy un productor agropecuario de pura cepa”, dice mientras se interrumpe y le pide a alguien juntar la leña para el fuego del “asadito de viernes”. Los años y la reinversión de su producción le permitieron comprar en cuotas y por pedazos, los campos que le alquilaba en los años 70 a “unos muchachos de Buenos Aires”. Hoy tiene 300 hectáreas propias para las vacas, y trabaja otro campo regular de 200 hectáreas donde hace trigo, maíz y soja.
“Nosotros vivimos en el campo desde siempre. Mi abuelo sembraba maíz y lo cosechaba a mano, contrataba a una familia entera para juntar las espigas del maíz a mano. Después mi papá araba la tierra a caballo, de hecho, acá todavía tengo el arado de dos rejas que papá usaba para arar con ocho caballos. Hacía una hectárea por día. Se las rebuscaba. ¡Una cosa de locos! Salía a las 4 AM y volvía a las 11 AM. Siempre terminaba a la misma hora y los caballos volvían solos a la casa a esa hora”, relata.
En paralelo, María Elena, hacía también un tambo de forma artesanal, porque conocía estas labores desde muy chica. Roberto se permite hacer un paréntesis y contrastar la forma en que producían sus antepasados y cómo se hace ahora con la siembra directa. Recuerda que de un libro leyó que en 1938 se produjeron alrededor de 10 millones de toneladas de trigo, trabajando con arado y a caballo, un número similar al que se produjo en la campaña 2022/23 por efecto de la sequía, que hizo perder más del 50% de la cosecha para que a nivel país quede en 11,5 millones de toneladas.
“No hemos aumentado tanto, a pesar de semejante tecnología. Normalmente, se producen 20 millones de toneladas. Se hace lo que se puede. Antes no había soja, pero con el trigo estamos estancados”, dice.
En el campo, llamado “Don Beto y Doña María”, también están sus dos hijos de 28 y 30 años, que lo ayudan en las tareas. Uno de ellos, Jaime, está por recibirse de ingeniero agrónomo y hace la tesis con los mismos datos de las vacas del campo.
“En ese campo hago siembra directa, desde 1991, cuando vimos por primera vez una máquina que sembraba. Nosotros, por supuesto, no teníamos plata para comprarla. Así que yo mismo fabriqué una de 5 surcos a 70 cm, la hice bien rústica con una cuchilla de lámina. Sembré soja y me vino [germinó] bastante bien. Mi papá me decía: che, para qué perdés tiempo, si no va a venir nada. Me decía: cómo va a venir la soja sin arar. Pero me salió bien, ahora pude cambiar la máquina, por suerte, ahora tenemos una linda máquina”, narra.
La siembra directa la adoptó sin instrucciones al principio, pero ahora sigue, cada vez que puede, todas las charlas de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) para “aprender algo”.
El productor reconoce que su historia parece tan irreal que puede que haya algunos escépticos de ella. “De que hemos laburado, hemos laburado. Nos hemos hecho bien de abajo. Mi mamá y papá hicieron tambo a mano, pero después pudimos comprar una máquina para ordeñar, y lo hacíamos con mi mamá todos los días a la mañana y a la tarde”, asegura. La familia dejó de hacer el tambo desde hace 30 años, hoy hacen recría de ganado.
Por la sequía, cuenta que perdió todo el trigo y la soja que sembraron el año pasado. “Me fue mal, perdimos todo: 400 kilos me dio el trigo de 150 hectáreas. En las 50 hectáreas de maíz saqué para comer los choclos nada más. Fue muy poquito”, resume.
Antes de finalizar la charla, Roberto destaca que en la producción “se gana y se pierde”, sobre todo ante el clima, como en los últimos tres años con La Niña que impactó en el país. “La cosecha es una lotería: sale bien, regular o mal, y esta última salió mal, mal”, cierra.
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