Cercanos al bicentenario del nacimiento del general Bartolomé Mitre, vale recordar su relación con el campo en este suplemento del diario que fundara.
En su juventud, no hacía falta andar más de una legua y media de la ciudad para encontrarse con uno que otro poblado o caserío donde la vida rural era el paisaje que se presentaba ante sus ojos. No nos extrañemos si Bernardo González Arrili, recordaba que en el 1900 había un tambo en la calle Suipacha entre Lavalle y Corrientes.
Don Ambrosio Mitre, su padre, lo quiso hacer hombre de campo y lo mandó al adolescente al Rincón de López propiedad de don Gervasio Rosas, pero este lo despachó de vuelta “porque este caballerito no sirve para nada, en cuanto ve una sombra se baja del caballo y se pone a leer”.
Lo que no advirtió el estanciero es que además tenía un gran poder de observación como lo demostró después en algunas poesías donde describe el juego del Pato y otras tareas rurales con la meticulosidad propia de un experto en ellas.
La Villa de Mercedes, Chivilcoy y Bragado, eran lugares donde era muy reconocida la labor que había desarrollado el coronel Mitre. En agosto de 1854 los jueces de paz de estas municipalidades, Manuel Mones Ruiz, Federico Soárez y Francisco Plá, se dirigieron a él por “la seguridad de nuestra campaña, para contener de algún modo la vagancia, los hombres mal entretenidos y malvados, para poner en respeto ese inmenso número de hombres sueltos y sin domicilio, de los ladrones, que la infestan hoy más que nunca”.
Los vecinos de Chivilcoy en octubre de 1857, le agradecían el “beneficio tan trascendental, como el que augura la ley de tierras”, a la vez que pedían se eximiera del servicio en la Guardia Nacional a los que se contrataron de inmediato por uno o dos años porque la falta de mano de obra “en las sementeras o cosechas, es lo mismo que en un centro industrial, se incendiasen las manufacturas todas, fruto de la industria de un año”. En ella, unos cuarenta vecinos explicaban que había hombres en Bragado y otros habían regresado a sus provincias, “esquivando el servicio de las armas, todos arrebatados al arado”, mientras que en Areco, Navarro y Mercedes los Guardias Nacionales continuaban “tranquilamente apacentando sus ganados”.
El petitorio da cuenta de las necesidades de los propietarios de esas tierras agrícolas: “Los brazos que empleamos en la labor de la tierra son todos provincianos que se introducen anualmente en demanda de trabajo y seguridad; pero si se les distrae de esto para el servicio de las armas, no sólo se nos priva de este preciso y principal elemento de nuestra industria, sino que desmoralizan nuestras fuerzas con sus deserciones, paralizándose a la vez esa corriente de brazos laboriosos que vienen a fundar nuestras tierras? A Ud. principalmente debemos la ley de tierras de Chivilcoy toca completar su obra trabajando algo en el sentido precedente”.
Una carta de su cuñado Julio de Vedia desde Bragado en mayo de 1860 nos advierte el reconocimiento que había obtenido en poco tiempo Mitre en el interior de la provincia. “No puede hacerse una idea de lo popular que es en la campaña su gobierno; desde el pulpero de los pueblos hasta el gaucho más montaraz, dicen a boca llena “¿Quién había de decir que este mozo había de ser un gobierno tan güeno? ¡Barbaridad!, si había sido el hombre que había” (textual).”. Sin duda el caudillo netamente porteño adquiría proporciones dentro de la provincia.
Cuando abandonó la presidencia, viajó a Mercedes y Chivilcoy, donde le ofrecieron un banquete; a la primera de esas ciudades volvió en varias oportunidades, cuando buscaba alejarse de la ciudad como huésped de don Mariano Unzué en la estancia Santa Catalina, donde se conserva la vieja casa que habitara y el puente, ámbito donde anualmente lo homenajeara su propietario el doctor Jorge Rivieiro, recientemente desaparecido.
Esos pueblos de la provincia de Buenos Aires lo honraron en su jubileo en forma excepcional. No hay calle que no lleve su nombre en ellos o no tenga su monumento o placa recordatoria. Las fotografías nos muestran los rostros surcados de arrugas de esos viejos criollos que combatieron a su lado en los esteros paraguayos, algunos de ellos inválidos velaron sus restos, lo acompañaron a su última morada, manteniendo vivo el recuerdo de su General.
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