Detrás de los incendios que azotan a productores en distintos puntos del país hay cientos de personas que luchan día a día contra las lenguas de fuego. Hebe Capdevila, Fernando Vissani y Alfredo Marín no se conocen entre sí, pero los tres atraviesan una situación similar: están peleando para que las llamas no vuelvan cenizas el trabajo de su vida en el campo.
Hebe Capdevila vive en los Bajos Submeridionales, al norte de la provincia de Santa Fe y en el límite con Chaco, una zona propicia para la ganadería. El fin de semana pasado, Capdevila y los colaboradores de la familia estuvieron tratando de pelear para que el fuego no consumiera la cerca de la propiedad. Pero una situación dejó atónita a la mujer que había empezado a combatir las llamas desde las 7 de la mañana del sábado: su hijo Renzo tomó una rama de chilca y empezó a trabajar a la par de ella.
"Yo estaba con unas ramas intentando evitar que el fuego no se comiera el alambrado cuando lo vi y dije esto tiene que quedar registrado. Veníamos desde las 7 de la mañana y eran las 11 cuando pasó, estábamos trabajando con mi puestero y otras personas para que el fuego no quemara los postes y alambrados", dijo Capdevila a LA NACION.
La zona de los Bajos Submeridionales tiene seis millones de hectáreas que están en peligro por los focos de incendios que se iniciaron desde hace más de un mes y consumen día a día más campos ganaderos. "El alambrado hoy tiene un costo altísimo y es lo que uno trata de salvar. Son 100 dólares lo que cuesta el rollo de alambre más los postes y varillas. En una extensión de 3000 metros hablamos de medio millón de pesos", precisó.
La desesperación de poder salvar los bienes de la familia fue lo que llevó a su hijo a tomar unas ramas verdes y pelear contra el fuego que se acercaba al alambrado. "Mi reacción fue instantánea para, por lo menos, salvar algo porque yo sé lo que cuesta y el sacrificio que hace mi familia para tener todo. Voy a una escuela que está cerca de mi casa y te enseñan lo que significa el campo y la huerta", dijo Renzo, que cursa el segundo año de la EFA de Espin, una Escuela de Familia Agrícola.
"Sabía cómo reaccionar. Era imposible apagarlo, usamos las ramas de chilcas, es lo que hay al alcance y que está verde. Lo que queríamos era salvar el poste y el alambre", describió el joven que luchó a la par de su madre para desviar el fuego. Ese día la familia, con ayuda de los vecinos, pudo salvar 8 kilómetros de alambrado.
Los incendios en esa zona se han dado por distintas circunstancias, una de ellas, dicen, son los cazadores que prenden fuego en medio del campo sin medir las consecuencias y terminan descontrolándose; otros son meramente intencionales para generar daño. "Pero como no lo viste cuando prendió el fuego, no hay a quién culpar", aseveró Capdevila.
Por ayudar a un amigo se le quemó la camioneta
Fernando Vissani es un productor agropecuario de Alta Gracia, Córdoba. El martes un amigo le llamó para contarle que se le estaba incendiando su campo y que necesitaba ayuda, por lo que él no lo dudó y se fue hasta la propiedad para tratar de contener el fuego. Lo que jamás pensó el productor era que en ese acto de solidaridad y compañerismo iba a perder la camioneta nueva que había comprado hacía 10 días.
"Fuimos a ayudar a los vecinos a apagar los incendios porque cuando se quema un campo ayudamos todos. Y estaba yendo con una herramienta que creo que, por un mal funcionamiento, se prendió fuego, quemó el chasis y la carrocería interior", detalló.
"Intenté apagarla con agua y el matafuego, pero cuando hay muchas calorías se quema tan rápido que no podes hacer nada, es imposible", comentó apenado. Vissani, había pagado $3,5 millones por el vehículo hacía menos de dos semanas que pensaba utilizar para trabajar y movilizarse en el campo. Y aunque tenía seguro, dijo, le invade la impotencia por lo sucedido.
"Me genera mucha impotencia y bronca. Traté de actuar rápido y salvar la documentación. Intenté apagar tanto como pude el fuego y llamé a los bomberos para que me pudieran ayudar con el autobomba. Ellos la terminaron de apagar porque yo lo que buscaba era salvar el campo", sostuvo.
"La camioneta no se recupera más, se quemó más del 80%. Tenía seguro y ya estamos empezando con los trámites para ver si responden, lo vamos a intentar", añadió. Según dijo el productor, el fuego en esa zona fue intencional, pese a que se prendió en Córdoba hace más de un mes y ahora está en las cercanías de Alta Gracia. "Del campo de donde salió el incendio vieron gente salir", contó.
El caso del INTA de Corrientes
El inventario de las pérdidas de la sede del INTA en El Sombrerito, Corrientes, es interminable. Ensayos de genética de varios años imposibilitan las tareas de cuantificación sobre los daños sufridos en los dos incendios que consumieron casi por completo la estación experimental.
Ahí trabajó durante cuatro décadas Alfredo Marín, hoy director de esa estación experimental, que en el lapso de un mes vio cómo el trabajo de toda su vida se había convertido en cenizas. Mientras habla, Marín se quiebra varias veces al enumerar una a una las tareas que tuvieron que hacer con los vecinos y colaboradores para tratar de salvar los animales, y rescatar algunos proyectos en los que habían puesto tanto empeño.
"Sentí mucha impotencia, frustración y angustia ver cómo se quemaba todo. En algún momento, peligraban las viviendas que están en ese sector. Dentro de la estación hay una casa donde vive la persona que cuida y en el otro lado hay tres familias más viviendo que estuvieron en peligro", narró.
Si bien el fuego ya fue controlado, anteanoche los vecinos vivieron momentos de zozobra: debían estar pendientes de algún posible rebrote del fuego. "Esta mañana (por ayer) hubo un pequeño rebrote que se controló rápido, ahora habrá que terminar de evaluar los daños y empezar a reconstruir lo que se dañó", expresó.
El pasado 19 de agosto, la estación experimental sufrió el primer incendio que afectó la parte norte de la planta. En tanto, el fuego del miércoles quemó el resto de lo que había quedado en pie, algo que terminó de derrumbar los ánimos de Marín. En rigor, se perdieron 730 hectáreas de pasturas naturales, alambrados, experimentos, material genético, información de ensayos de larga duración, rotura de camionetas, tractores y cableados eléctricos, que contabilizan alrededor de 12 millones de pesos en pérdidas cuantificables.
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