Hace más de dos décadas que los llamados derechos de exportación o retenciones generan un enorme perjuicio al sector agropecuario
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Hoy, 22 años después, seguimos hablando de derechos de exportaciones/retenciones, lejos de las promesas de campañas habituales. Si bien algunos consideran que el nombre correcto es Derechos de Exportación, no queda duda que actúan como “retenciones”.
No son retenciones de “una potencial” ganancia del productor, ni siquiera eso. Ni siquiera del potencial “ingreso”. Son “retenciones o apropiación del precio que podría recibir un productor”, en el momento de vender su producción, después de haber invertido miles de dólares por hectárea, de haber “cruzado” los dedos durante mínimo seis meses en agricultura, hasta dos años o más en ganadería e inclusive mucho más en fruticultura.
El perjuicio que esto genera es enorme en años de vacas gordas con valores de commodities en valores altos, en donde “a pesar” de los derechos de exportación, a los productores les queda un margen que les permite seguir en actividad, sembrar más, e inclusive usar mayor tecnología. Sin ir más lejos, algunos hasta invierten en equipos de riego en esas épocas de mejor ganancia, para poder dejar de “cruzar los dedos en tiempos de sequía”.
Pero es “autodestructivo” (pensándonos como país) imponer ese tipo de impuestos, y el efecto se nota en su máxima expresión en años donde los números no cierran. Como el actual o el pasado.
Que los números no cierren tiene varias aristas, claro, son actividades con gran componente de “riesgo” climático y a eso los productores lo enfrentan con manejo. Salvo lo que sucede en las catástrofes, como la pasada donde en algunos casos ni con manejo se pudo evitar.
Los números pueden no cerrar porque los precios caen, porque la producción cae o porque los costos de los insumos suben (o todos ellos juntos). Eso ocurre para todos los productores de cualquier parte del mundo, claro está y es parte del negocio agro.
Lo que no sucede en ninguna otra parte del mundo, (bueno, salvo en Rusia), es que “sin importar” si los precios son buenos, malos, mínimos desde el 2020 (como ahora), que haya sequía que reduzca a la mitad la producción, que los costos estén aún en niveles altos, que una plaga se lleve 80% de la producción en un mes, se le quite un porcentaje al “posible” precio que puede recibir un productor.
Es tan “autodestructivo” que hoy, en lugar de estar pensando si se va a aumentar el área de trigo/cebada, estamos hablando “cuan negativo” dan los márgenes, según las zonas de producción. Es tan autodestructivo que, en lugar de estar analizando hectáreas a sembrar/insumos a comprar, preparando manejos para enfrentar otro posible año Niña, se corre el riesgo de arrancar una campaña con igual o menos hectáreas sembradas, con menos inversión en tecnología (eso incluye menos reincorporación de nutrientes en los suelos).
Es tan autodestructivo que habrá que cruzar más los dedos para que esa cosecha le dé un respiro financiero/económico al productor, pero además un buen ingreso de dólares al país. El año pasado, la catástrofe de la sequía dejó de manifiesto lo irracional de este impuesto.
Es reiterativo, pero ¿queda claro que esos porcentajes se descuentan del precio al cual el exportador vende al exterior (FOB)? El precio FOB, descontados esos derechos y otros gastos, deriva en el valor Fas teórico, de referencia, por ejemplo, Rosario. Ese valor de referencia con ese descuento va a ser aplicado para un productor que cosechó 100 qq/ha de maíz como al qué cosecha 50 qq/ha., como al que cosecha solo 20 hectáreas.
Va a ser descontado en el precio de un productor que produce a 100 kilómetros de Rosario, de la misma manera que un productor que produce a 1000 kilómetros de ese punto que tiene no solo mayores costos de logística, sino en general menores rindes. Va a ser descontado con niveles de precios históricamente altos como con niveles históricamente bajos. Va a ser descontado, cuando los márgenes cierren como si estos antes de sembrar ya no cierran.
Cuando uno en la vida quiere encarar algunos desafíos grandes en general corre el riesgo de “esperar el momento ideal” para arrancar. Y la verdad es que es muy difícil que llegue “ese momento ideal” y así, algunos pasan meses o años en la dulce espera.
¿Cuándo es el momento de eliminar “uno” de los impuestos más dañinos de la producción agroindustrial? “Uno” porque hay otros varios impuestos y distorsiones que se van sumando. Nunca es el momento de sacarlas, porque siempre vamos de crisis en crisis y no hay forma más segura, rápida y eficiente de conseguir dólares para el Estado.
Numerosos estudios de las distintas bolsas de cereales del país, de fundaciones como Producir Conservando y FADA, entre otras, muestran el efecto “círculo virtuoso” que generaría en la economía del país la eliminación de este impuesto, en especial en una Argentina con el nivel de pobreza altísimo que sigue aumentando. Encontrar las formas de “crecer” es cada vez más necesario y urgente. Una prueba contundente la tuvimos, cuando el Gobierno de Macri logró quitar los DEX en maíz y trigo, donde en la campaña siguiente no solo aumentó el área sembrada sino el uso de tecnología.
Este año para las arcas del Estado parece que fuera imposible (nuevamente) definir eliminarlas. Para la producción es insostenible afrontar otro año possequía, con precios internacionales en mínimos, con cuatro años de insumos con altos costos (en la Argentina, agravado por impuesto PAIS de 17,5%) y con expectativas de un nuevo ciclo Niña. Estamos en momento clave de toma de decisiones, los tiempos del campo no son los de un excel donde, una vez que pasan las fechas claves, se pierden oportunidades.
La autora es analista del mercado de granos
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