En medio del cimbronazo político que vive el país tras el resultado de las PASO, el agro dio esta semana un llamado de atención que debería ser considerado para el mediano plazo.
El lanzamiento de la campaña de granos gruesos 21/22 que realizó la Bolsa de Cereales de Buenos Aires dio como conclusión algunos mensajes positivos, pero otros para tener muy en cuenta por lo preocupantes.
En primer lugar, que el agro, tomando los seis principales cultivos, tendrá un aporte de divisas por más de 35.000 millones de dólares en 2022, con un producto agrícola de unos 44.000 millones de dólares. Aunque los valores serán menores que en 2021 por efecto de la caída de precios de los granos respecto de este año, el agro seguirá siendo el principal oferente de divisas en el país de todos los sectores económicos. Puede parecer una redundancia, pero a la hora de tomar decisiones políticas, este factor debería ser crucial, aunque no lo sea.
En términos de divisas por exportaciones, los economistas de la Bolsa prevén una baja de 3%,; en recaudación fiscal, -4,5%, y en producto bruto, -6,6%. Todo, pese a que se prevé un incremento de la producción en comparación con la campaña pasada de 7,2%, arañando los 130 millones de toneladas. Esto, por supuesto, clima mediante.
En el esquema productivo, el cambio más relevante es que se espera la menor siembra de soja de los últimos 15 años, con 16,5 millones de hectáreas. La Bolsa porteña proyectó un volumen de 44 millones de toneladas. El cultivo número uno en cosecha, el maíz, tendría 55 millones de toneladas para grano comercial con una superficie de 7,1 millones de hectáreas.
El principal factor de la caída de la oleaginosa es el tributario. Con derechos de exportación del 33%, a lo que se suma la brecha cambiaria que impide al productor cobrar el precio lleno, la Argentina vuelve a demostrar una pérdida de competitividad de lo que alguna vez fue su principal cultivo. Es la respuesta concreta a la voracidad del Estado por hacerse de recursos.
Hay otros factores que los especialistas identifican como retroceso de la oleaginosa, como la irregularidad del marco legal en semillas que frena la adopción de tecnología en el cultivo. Es lo opuesto a lo que está sucediendo con el maíz, que el uso pleno de la innovación tecnológica está modificando el planteo general del cultivo, por ejemplo, hacia las siembras tardías o de segunda.
El estancamiento de la soja también se refleja en el complejo oleaginoso, cuya molienda se mantiene en una estimación de 40 millones de toneladas destinadas a harina, aceite y biodiésel, lejos de la capacidad máxima de procesamiento de 60 millones de toneladas. Aunque todavía se lo mencione como el complejo oleaginoso más competitivo del mundo, otros países están incrementando su capacidad de molienda. No esperan que la Argentina arregle sus problemas.
Otro de los mensajes inquietantes que dejó la presentación, fue que si bien el agro mantiene un aporte récord de divisas, el aumento de las exportaciones es menor que el registrado en países competidores. Según explicó Agustín Tejeda Rodríguez, economista jefe de la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, mientras que la Argentina tuvo un crecimiento en cantidades exportadas desde 2015/16 de 21%, en promedio, el resto del mundo creció 28%, con casos notables como los de Brasil, que creció un 89%, Ucrania, 53% y Rusia, 39 por ciento. Al respecto, el director de la Fundación Inai, Nelson Illescas, citó el estudio de la OCDE, que identificó a la Argentina como el país que desde 2002 a la fecha es prácticamente el único que tiene un “apoyo negativo”, con el 24%, del sector público a la producción agropecuaria. En el otro extremo se encuentra la Unión Europea, con el 19% del ingreso de los productores constituidos por ayudas públicas. Lo de “apoyo negativo” es un tecnicismo para decir que el Estado captura el ingreso que genera el campo.
Los gobiernos consideran a los derechos de exportación, mal llamados retenciones, como un rubro que se mantendrá inalterable en el tiempo y que no importa el nivel que tengan, el agro seguirá produciendo.
En ese contexto, y aun con la enorme incertidumbre que genera el rumbo del Gobierno, el agro, nuevamente exhibe su capacidad productiva. Pero las cifras que reflejan un retraimiento de la producción debería ser tomado muy seriamente porque esa competitividad no es eterna.
Sin señales y medidas correctas las alarmas del retroceso están a la vista de quienes las quieran ver.
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