Agroecología, agricultura holística, agricultura ecológica, agricultura orgánica, y así, existen cada día más y más nombres rimbombantes e ingeniosos, que se asocian a una agricultura nueva y supuestamente completamente distinta. Estas denominaciones despiertan empatía en el público en general, llaman la atención y generan discusiones que atraen tanto expertos, interesados y también curiosos.
Pero le pongamos el nombre que le pongamos, en definitiva, siempre estamos hablando de lo mismo. Se trata de sembrar y cosechar, y de producir proteínas animales. Se trata de hacerlo de la mejor manera posible, con el menor impacto ambiental, buscando mejorar productividad de manera sostenible (ambiental, social y económica). Nada nuevo. Solo denominaciones distintas a un mismo proceso Agrícola que se viene perfeccionando hace más de 10.000 años.
A pesar de que el fondo de la cuestión sea el mismo, se viene acelerando un espiral de creación de supuestos sistemas alternativos superadores, y se intenta instalar que forzosamente estos tienen que reemplazar las técnicas agrícolas más difundidas, y en especial se apunta con más vehemencia a las regiones que han desarrollado sus agriculturas con tecnologías más modernas.
Muchos de esos sistemas alternativos apenas resisten un Power Point, y no pueden nunca aterrizar en el laboratorio viviente del potrero. Potrero que no perdona, donde impiadosamente aparecen las malezas, insectos y enfermedades que nunca atacan las presentaciones de Power Point, inmunes a toda peste.
Dentro de esta maraña de discusiones, lo que es positivo, es que esta presión va creando una franca tendencia general por hacer las cosas todos los días un poco mejor. Esa presión bien canalizada es favorable. Sentirse mirado y bajo la lupa de la opinión publica no es malo en si mismo. Muchas buenas practicas se experimentan y se aplican debido a esta mirada atenta a la que nos sometemos los agricultores. Creando así un espíritu crítico que acelera un proceso de mejora continua, tanto a nivel particular de los productores, como desde el punto de vista Institucional como lo es la Red de Buenas Prácticas Agropecuarias, donde concluyen muchas instituciones que buscan mejorar día a día la agricultura y ganadería de nuestro país.
¿Pero cuál es el mejor sistema agrícola? La realidad es que no existe un sistema en el cual se pueda decir: "¡Es este, ya llegamos!". "El sistema" es la mejora continua. Y para realmente saber que es una mejora concreta sobre otra técnica, existe el método científico y el análisis profundo de los impactos. De esta manera podemos contar con la información para continuar creando y corrigiendo sistemas a medida que avanzamos en la aventura agrícola.
Se pierde mucho tiempo y recursos tratando de acercar los datos comprobados con las creencias y los temores. También los prejuicios y hasta temas ideológicos se mezclan, separando a veces bandos en disputa. Lo cual pareciera no tener sentido, ya que ambos bandos buscan, al menos en lo que se proclama, objetivos bastante similares. Pero bien cierto es que se ven cosas distintas.
Donde unos ven mansos molinos de viento, otros ven gigantes monstruosos a los que hay que enfrentar con hidalguía. Nada nuevo. La meseta manchega fue testigo de digresiones similares que se dieron hace ya muchos siglos. Y continúan. Tanto para quienes defienden una épica justiciera y luchan por destruir un peligro que acecha a la humanidad, como para quienes no ven con sus ojos para nada unos gigantes amenazantes, sino unos muy bonitos y muy útiles molinos de viento. La mejor solución parece ser, es la de intentar caminar juntos y comprobar los hechos en el terreno.
¡Cuanto ayudaría estar en los mismos lotes y comprobar científica y empíricamente que es lo mejor, sumado a la paciencia de entender la diversidad de puntos de vista! Ningún agricultor en su sano juicio va a dejar de adoptar una nueva tecnología si esta funciona y mejora la sostenibilidad de su planteo.
Nadie compra fitosanitarios para plagas o enfermedades imaginarias. De haber métodos para el control sin necesidad de agroquímicos, no cabe la menor duda que se dejarían de vender esos productos ipso facto. Ya sucedió con la aparición de soja resistente al glifosato, que diezmó en muy poco tiempo numerosas moléculas de herbicidas que dejaron de venderse por el salto discreto que significó ese adelanto.
Para este largo trayecto de 10.000 años de agricultura que hoy alimenta a más de 7000 millones de personas, hoy parece ser el gran desafío de buscar fusionar estas dos posturas antagónicas que se basan en ver exactamente lo mismo, pero interpretar casi lo contrario.
El autor es productor agropecuario
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